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Sentado ante el escritorio del reverendo Mathison, dos días antes del casamiento, Zack levantó la vista del guión que estaba leyendo y miró distraído a la señora Mathison.

—Zack querido —dijo su futura suegra mientras colocaba un plato de bizcochos sobre el escritorio; parecía un poco angustiada—, ¿puedo pedirte un favor muy especial?

—Por supuesto —contestó él, estirando la mano hacia el plato.

—No te estropees el apetito comiendo demasiados bizcochos —le advirtió ella.

—No lo haré —contestó él con una sonrisa juvenil. En las dos semanas que hacía que estaba viviendo en esa casa, les había tomado un genuino afecto a sus futuros suegros. Eran los padres que nunca tuvo y la casa estaba llena de las risas y el amor de los que la suya siempre careció. Jim Mathison era inteligente y bondadoso. Se quedaba levantado hasta tarde, para conocer mejor a Zack, y lo vencía jugando al ajedrez y le contaba historias maravillosas sobre la infancia de Julie. Trataba a Zack como si fuera su hijo adoptivo, le advertía que debía ahorrar dinero y no ser dispendioso y le aconsejaba que no hiciera películas inmorales. Por su parte, Mary Mathison lo trataba como una madre, lo retaba por trabajar demasiado, y luego lo enviaba a hacer mandados, como si se tratara de su propio hijo. Para Zack, que jamás en su vida de adulto había sido enviado a una lavandería o una carnicería, fue al mismo tiempo desconcertante y emocionante que le dieran una lista de mandados y lo enviaran a cumplirlos. También le resultaba satisfactorio que los dueños de los negocios le sonrieran y le preguntaran por su nueva familia política.

—¿Cómo soporta Mary el ajetreo de los prepara­tivos del casamiento? —preguntó el carnicero mientras envolvía un pollo en papel blanco—. Supongo que se cuidará la presión, ¿no?

El dueño de la lavandería le entregó un atado de ropa recién lavada.

—No me deben nada —aclaró—. Todos estamos poniendo nuestro granito de arena para el casamiento, y felices de poder hacerlo. Usted va a entrar a formar parte de una gran familia, señor Benedict.

—La mejor —confirmó Zack, y lo sentía. En ese momento notó que Mary Mathison trataba

de ocultar alguna preocupación mientras se alisaba el delantal y lo miraba.

—¿Qué favor me iba a pedir? —preguntó—. Si se trata de pelar cebollas, como ayer, le costará un puñado más de bizcochos —agregó en broma. Ella se instaló sobre el brazo de un sillón.

—No se trata de nada de eso. Necesito que me aconsejes... en realidad, más bien que me tranquilices.

—¿Con respecto a qué? —preguntó Zack, dispuesto a tranquilizarla con respecto a lo que fuera.

—Acerca de algo que hizo Julie y que yo la alenté a hacer. Necesito plantearte una pregunta hipotética... como hombre.

Zack se acomodó en el sillón, brindándole toda su atención.

—Adelante.

—Digamos que un hombre... mi marido, por ejemplo —dijo con aire culpable, y Zack sospechó en el acto que el hombre en cuestión efectivamente debía de ser Jim Mathison—, digamos que tiene un pariente de edad con quien hace tiempo que está distanciado, y que yo supiera con toda seguridad que ese pariente está deseando hacer las paces con él antes de que sea demasiado tarde. Si nosotros, Julie y yo, supiéramos además que el casamiento de ustedes podría ser la última y la mejor oportunidad para eso, ¿te parece que estaría bien o mal que invitáramos a venir a ese pariente sin haberle avisado?

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora