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Julie entró en el living y prendió una lámpara, pero cuando Zack le tomó la mano se arrojó en silencio en sus brazos y lo besó con una silenciosa desesperación que era idéntica a la de él. Lo abrazó con fuerza, apretó la boca contra la suya y le reco­rrió el cuerpo con las manos. Los labios de Zack devastaban los suyos mientras memorizaba con las manos la forma de ese cuerpo tan querido.

El sonido de la campanilla del teléfono junto a ellos los sobresaltó a los dos. Julie tendió una mano temblorosa para tomar el tubo.

Zack la observó llevárselo al oído y no pudo menos que sonreír al notar que bajaba los ojos cuando él empezó a sacarse el saco.

—Sí, es verdad, señora Addleson —dijo Julie—, está realmente aquí. —Permaneció un minuto escu­chando y luego dijo: —No sé. Se lo preguntaré, —Cubrió el tubo con la mano y le dirigió a Zack una mirada de impotencia. —El mayor y la señora Addieson preguntan si tú, nosotros, estamos libres y si queremos comer con ellos esta noche. Zack se quitó la corbata y empezó a desabrocharse la camisa. Meneó la cabeza con lentitud, y notó que al percibir el motivo de su negativa el rubor empezaba a cubrir la cara de Julie.

—Me temo que nos será imposible. No, no sé con seguridad cuáles son sus planes inmediatos ni futuros. Sí, se lo preguntaré y les avisaré.

Julie cortó, luego descolgó el tubo y colocó el telé­fono debajo de un almohadón del sofá; se enderezó y se pasó las manos por los muslos, nerviosa. Mientras permanecía allí, mirando a Zack, en su mente se atrepellaban miles de preguntas, dudas, incertidumbres y esperanzas. Pero por sobre todas las cosas, la embargaba una sensación de jubilosa irrealidad al verlo allí, en su living, mirándola con expresión suave, divertida y sexy.

—No puedo creer que estés aquí —susurró en voz alta—. Hace unas horas todo parecía tan...

—¿Vacío? —propuso él en esa voz profunda y apremiante que tanto había deseado volver a oír—. ¿Y sin sentido? —agregó Zack, acercándosele.

Julie asintió.

—Y sin esperanzas. Zack, ¡tengo tanto que ex­plicarte, si me lo permites! Pero yo... —Se interrum­pió cuando él la tomó en sus brazos. Entonces le acarició la cara con dedos temblorosos. —¡Oh, Dios! ¡Te he extrañado tanto!

Zack le contestó con la boca, separándole los labios con los suyos; le quitó el pañuelo que tenía atado en el pelo; metió los dedos en su cabellera lujuriosa y Julie se apretó contra él, retribuyendo su pasión con el mismo ardor salvaje y provocativo que lo había acosado en sueños en Sudamérica y que lo despertaba cubierto de sudor en la cárcel. De repente Zack apartó la boca de la de ella.

—Muéstrame tu casa —dijo con una voz tan ronca que él mismo casi no la reconoció. Lo que en realidad había querido decir era "muéstrame tu dormitorio".

Julie asintió, comprendiendo el significado de sus palabras, y lo condujo directamente al lugar adonde Zack quería ir. Pero cuando vio los muebles blancos, de caña, las macetas con plantas muy verdes, los blancos volados del cubrecamas, el dosel y la mesa vestida, el cuarto era tan idéntico a lo que él imagi­naba que se detuvo en seco. Como si le leyera los pensamientos, ella preguntó:

—¿Lo imaginabas así?

—Sí, lo pensaba idéntico cuando... Al ver la tensión que se pintaba en la cara de Zack, Julie terminó la frase por él, con voz sombría.

—Cuando estabas tendido en la cucheta de tu barco, y me imaginabas en este cuarto porque yo te pedí por teléfono que lo hicieras. Cuando —agregó con brutal franqueza—, cuando todavía creías que estaría allí contigo... cuando ni siquiera se te había pasado por la cabeza la posibilidad de que te traicio­nara, de que te entregara al fbi y que te golpearan y te volvieran a encarcelar.

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora