36

60 4 0
                                    


Por la ventana de la cocina Julie vio la puesta de sol. Dejó el cuchillo con que estaba trabajando y se encaminó al living a prender el televisor, porque desde esa mañana no escuchaba las noticias.

Zack había pasado todo el día limpiando de nieve el sendero hasta el puente con el enorme tractor del garaje, y en ese momento se estaba duchando. Esa mañana, cuando le dijo lo que pensaba hacer, ella temió que hubiera decidido que se fueran ese mismo día o el siguiente, y se sintió presa del pánico.

—Cuando llegue el momento de irnos, te lo diré el día anterior —dijo él, como si le hubiera leído los pensamientos.

Y cuando ella trató de sonsacarle si ya sabía cuándo sería, Zack contestó con vaguedades, dicien­do que no estaba seguro, cosa que hizo que Julie pensara que él estaba esperando que sucediera algo... o que alguien se pusiera en contacto con él.

Por supuesto que tenía razón en eso de que cuanto ella menos supiera mejor sería para los dos. También tenía razón al insistir en que disfrutaran de cada momento que podían pasar juntos y no pensar más allá de eso. Tenía razón en todo, pero a Julie le resul­taba imposible no preocuparse ni preguntarse qué sería de él después. No imaginaba cómo se las arreglaría para descubrir quién había asesinado a su mujer, cuando su rostro era tan famoso que lo reconocerían de inmediato en cualquier parte adonde fuera.

Pero había sido actor, de modo que los maquillajes y los disfraces no tenían secretos para él. Julie contaba con que eso lo mantuviera a salvo. Y la aterrorizaba la posibilidad de que no fuera así.

La pantalla del televisor se iluminó, y mientras se dirigía de vuelta a la cocina Julie oyó distraída las palabras de un psicólogo al que entrevistaban en CNN. Ya casi había llegado a la cocina, cuando se dio cuenta de que el psicólogo hablaba de ella, y se volvió sorprendida. Con los ojos muy abiertos por la incre­dulidad, se acercó al televisor y leyó el subtítulo de la pantalla, que identificaba al entrevistado como William Everhardt. Con plena confianza en sí mismo, el doctor Everhardt exponía los sufrimientos emocionales que experimentaba Julie Mathison a raíz de haber sido tomada como rehén.

"Se han hecho muchos estudios con rehenes como la señorita Mathison —decía en ese momento—. Yo mismo soy coautor de un libro sobre el tema, y les puedo de decir con total certeza que la joven está viviendo una experiencia estresante, y una sucesión de emociones absolutamente previsible."

Julie ladeó la cabeza, fascinada de enterarse de lo que sucedía en su interior, por boca de ese desconocido, experto en la materia.

"Durante el primero y segundo día, la emoción primaria es el miedo, una emoción paralizante, debo agregar. El rehén se siente indefenso, demasiado aterrorizado para pensar o para actuar, pero mantiene la esperanza de que será rescatado. Después, por lo general durante el tercer día, se despierta en él la furia. Furia por la injusticia que se le ha hecho y por el papel de víctima que se ve obligado a soportar."

En un gesto entre burlón y divertido, Julie contó con los dedos los días de su cautiverio, comparando su realidad con los conocimientos del "experto". El primer día, en pocas horas había pasado del temor a la furia y tratado de deslizar una nota' a la empleada del restaurante. El segundo día intentó huir en la playa de descanso para camioneros... y estuvo a punto de lograrlo. El tercer día consiguió escapar. Tenía un poco de miedo y estaba muy nerviosa, pero decididamente no paralizada. Meneó la cabeza disgustada y escuchó los siguientes comentarios del psicólogo.

"Ahora la señorita Mathison ya debe de haber llegado al estado que yo denomino el síndrome de gratitud-dependencia. Considera a su secuestrador como un protector, casi un aliado, puesto que todavía no le ha dado muerte. Eh... asumimos que Benedict no tiene ningún motivo para matarla. En todo caso, la cautiva está ahora furiosa con las autoridades legales por no ser capaces de rescatarla. Empieza a considerar que son impotentes, en tanto que su secuestrador, que claramente logra burlarlos, se con­vierte en objeto de su renuente admiración. Además de esa admiración, existe un profundo agradecimiento a causa de que no le haya hecho daño. Entiendo que Benedict es un hombre inteligente, con cierto grado de cuestionable encanto, lo cual significa que su rehén se encuentra a su merced, tanto en un sentido físico como emocional."

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora