Capitulo 2

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—Julie —dijo desde la puerta—, ¿quieres entrar, por favor? —Y cuando Julie entró y cerró la puerta a sus espaldas, Terry agregó con tono alegre: —Tu programa de tests ha terminado. Ya llegaron todos los resultados.

En lugar de sentarse, la joven paciente permane­ció parada frente al escritorio de la doctora Wilmer, con los pequeños pies levemente separados, las manos metidas dentro de los bolsillos traseros del jean. Se encogió de hombros con aparente indiferen­cia, pero no preguntó por los resultados de los tests, porque Terry sabía que tenía miedo de oír las res­puestas.

—Esos tests eran una tontería —dijo la chiqui­lla—. Todo el programa es una tontería. Usted no puede saber nada sobre mí por una serie de tests y algunas charlas en su consultorio.

—En los pocos meses que hace que nos conoce­mos, he aprendido muchas cosas sobre ti, Julie. ¿Quieres que te lo demuestre contándote lo que he descubierto?

—No.

—Por favor, déjame decirte lo que yo creo. Julie suspiró .y esbozó una sonrisa traviesa.

—Lo quiera yo o no, usted lo mismo lo va a hacer.


—Tienes razón —aceptó la doctora Wilmer, sofo­cando una sonrisa ante la astucia del comentario. Los métodos directos que se proponía utilizar con Julie eran diferentes de los que solía usar, pero Julie era naturalmente intuitiva y tenía demasiada expe­riencia callejera para dejarse engañar por palabras azucaradas y verdades a medias. —Por favor, siéntate—pidió, y en cuanto Julie se dejó caer en la silla frente al escritorio, comenzó a hablar con tranquila firme­za—. He descubierto que a pesar de todos tus actos atrevidos y tus bravuconadas, la verdad es que te mueres de miedo cada día de tu vida, Julie. No sabes quién eres, ni qué eres, ni lo que llegarás a ser. Como no sabes leer ni escribir, estás convencida de que eres una imbécil. Dejaste de asistir al colegio porque no estás a la altura de otros chicos de tu edad y te duele muchísimo que se rían de ti en clase. Te sientes atrapada y sin esperanzas, y ésas son sensaciones que te resultan odiosas.


"Sabes que renunciaron a ti cuando estaban por adoptarte, y que tu madre te abandonó al nacer. Hace mucho tiempo que decidiste que tus padres biológicos no te conservaron y tus padres adoptivos te devolvieron, porque se dieron cuenta de que ibas a resultar una persona inservible y porque no eras bastante inteligente ni bastante bonita. Así que empezaste a cortarte el pelo como un varón, a negarte a usar ropa de mujer y a robar cosas, pero sigues sintiéndote infeliz. Nada de lo que hagas parece tener importancia, y en eso reside el verdadero problema: a menos que te metas en líos, a nadie le importa lo que hagas. Y te odias, porque quieres importarle a alguien.

La doctora Wilmer hizo una pausa para que Julie absorbiera sus últimas palabras, y luego siguió adelante:

—Tienes una necesidad tremenda de ser impor­tante para alguien, Julie. Si pudieras pedir un solo deseo, sería ése.

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora