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—En nombre de la tripulación del vuelo 614, queremos agradecerles por haber volado en Aero-México —dijo la azafata—. No olviden —agregó con voz alegre— que es la compañía aérea que los llevó a destino con veinte minutos de adelanto. —Luego su voz se tornó más seria. —Por favor, permanezcan en sus asientos con el cinturón de segu­ridad ajustado hasta que el avión se haya detenido. Sentada entre Ted y Paúl Richardson, en una de las filas de atrás del avión atestado, Julie aferró con fuerza la mano de su hermano y sintió que se le formaba un nudo en la boca del estómago cuando el avión se detuvo y un ómnibus salió a buscar a los pasajeros desde la terminal. Su corazón empezaba a gritarle que eso no estaba bien, su conciencia le grita­ba que había hecho lo correcto y que estaba atrapa­da sin remedio entre dos fuegos. A su lado, Paúl Richardson notó que empezaba a respirar agitada-mente y le tomó la otra mano en una de las suyas.

—Tómalo con calma, querida —dijo en voz baja y tranquilizadora—. Ya casi ha terminado todo. Todas las salidas del aeropuerto están vigiladas.

Julie apartó la mirada de los pasajeros que comenzaban a ponerse de pie y a reunir sus cosas.

—¡No lo puedo hacer! ¡No puedo! ¡Me voy a descomponer!

Paúl le apretó la mano con más fuerza.

—Te falta el aire. Respira hondo. Julie se obligó a obedecer.

—¡No permitas que nadie lo lastime! —susurró con fiereza—. Me prometiste que no permitirías que nadie lo lastimara.

Paúl se puso de pie y urgió con suavidad a Julie para que lo imitara. Ella apartó el brazo que Paúl trataba de tomarle.

—¡Quiero que me vuelvas a prometer que no permitirás que nadie lo lastime!

—Nadie quiere hacerle daño, Julie —contestó él, como si se dirigiera a una niñita asustada—. Por eso estás aquí. Quisiste asegurarte de que nadie le haría daño y yo te dije que habría menos posibilidades de violencia si Benedict te ve y cree que quedarás atrapada en medio de un tumulto. ¿Recuerdas?

Al ver que ella asentía, empezó a avanzar, colo­cando una mano debajo del codo de Julie.

—Bueno, ya vamos —dijo—. De ahora en adelante, Ted y yo nos quedaremos unos pasos detrás de ti. No tengas miedo. Mi gente está diseminada por toda la terminal y fuera de ella, y tu seguridad es nuestra primera prioridad. Si Benedict empieza a disparar, arriesgarán sus vidas por protegerte.

—Zack jamás me haría daño —aseguró ella con desdén.

—No está bien de la cabeza. Es imposible saber lo que hará si llega a darse cuenta de que lo vendiste. Por eso, suceda lo que suceda, simularás estar de su lado hasta que nos hayamos apoderado de él. ¿Recuerdas que ya conversamos acerca de todo esto? —Se echó atrás cuando estaban por llegar a la puerta del avión. —¿Lo tienes todo claro?

Julie tuvo ganas de gritar que nada estaba claro, pero se clavó las uñas en las palmas de las manos y de alguna manera logró asentir.

—Muy bien, ahora todo depende de ti —dijo Paúl. La detuvo al llegar a la puerta del avión, le quitó el tapado que llevaba sobre los hombros y se lo colocó sobre el brazo. —Dentro de cinco minutos, todo habrá terminado. No pienses más que en eso... sólo faltan cinco minutos. Y recuerda: no lo busques, deja que él te encuentre a ti.

La observó caminar con lentitud delante de ellos, y cuando se les hubo adelantado algunos metros, él también avanzó, con Ted a su lado. En cuanto se alejaron de la tripulación del avión y estuvo seguro de que no escucharían sus palabras, Ted se volvió con furia hacia él.

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora