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El doctor Delorik salió del dormitorio de su paciente y sonrió a la familia de Julie con expresión

alentadora.

——Es una joven muy fuerte. En veinticuatro horas estará físicamente bien —prometió—. Si quieren, pueden entrar a desearle buenas noches. Está bajo el efecto de sedantes, de manera que es posible que no sabrá que no es de noche sino de mañana, y tal vez no responda y ni siquiera se dé cuenta de que ustedes estuvieron allí, pero de todos modos quizá la presencia de su familia la ayude a descansar mejor. Transcurri­rán un par de días hasta que se sienta con ganas de

volver a trabajar.

—Llamaré al director de la escuela para explicárselo —dijo enseguida la señora Mathison, y se puso de pie, mirando con ansiedad la puerta del dormitorio de

Julie.

—No tendrá que darle demasiadas explicaciones a él o a ningún otro —respondió el médico—. Por si todavía no han prendido el televisor, les diré que lo que sucedió anoche en el aeropuerto de Ciudad de México está en todos los programas de noticias, completo, con videotapes proporcionados por los turistas que tenían minicámaras en el aeropuerto. La buena noticia es que, a pesar de los golpes que los policías mexicanos le dieron a Benedict, la prensa está presentando a Julie como una heroína que colaboró con la policía en una trampa inteligente para atrapar

a un asesino.

Todos lo miraron sin dar muestras de placer ante la "buena noticia", de manera que el médico se puso el sobretodo y continuó diciendo:

—Alguien debería quedarse con ella durante las próximas veinticuatro horas, sólo para vigilarla y para que no esté sola cuando despierte.

—Nos quedaremos nosotros —dijo James Mathison, rodeando con un brazo los hombros de su esposa.

—Si quieren que les dé un consejo médico, ustedes dos deben volver a su casa y descansar un poco —dijo el doctor Delorik con firmeza—. Usted está extenuada, Mary, y no quiero tener que internarla por un problema cardíaco a causa de todo este alboroto.

—El doctor tiene razón —dijo Ted, completamente decidido—. Ustedes dos vuelvan a casa a descansar un poco. Cari, tú y Sara vayan a trabajar y si quieren, vuelvan esta noche. De todos modos yo tengo dos días francos, de manera que me quedaré aquí.

—¡De ninguna manera! —lo contradijo Cari—. Hace dos días que no duermes, Ted, y además, cuando te quedas dormido, nada te despierta. Jamás oirás a Julie si llega a necesitarte. ,

Ted abrió la boca para discutir, pero de repente se le ocurrió una solución mejor.

—Katherine —preguntó—, ¿te quedarías aquí conmigo? Porque en caso contrario Cari y Sara per­derán medio día de trabajo discutiendo conmigo. ¿O tienes algo especial que hacer?

—Quiero quedarme —contestó Katherine con sencillez.

—Entonces está decidido —dijo el reverendo Mathison, y toda la familia se encaminó hacia el dor­mitorio de Julie, mientras Katherine entraba en la cocina a prepararle el desayuno a Ted.

—Julie, querida, soy yo, papá. Mamá está conmigo. En su sueño drogado, Julie sintió que algo le toca­ba la frente y que la voz de su padre le hablaba en

susurros, desde muy, muy lejos.

—Te queremos. Todo saldrá bien. Debes dormir. Después oyó la voz de su madre, llorosa y suave.

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora