47

56 6 0
                                    


En un elegante departamento de Chicago que daba a Lake Shore Drive, Mathew Farrell, el ex vecino y padrino de casamiento de Zack, levantó la mirada cuando, seguida por la madre, su hijita entró corriendo en la habitación y se trepó a sus rodillas. Con su pelo sedoso y sus ojos azules, el parecido de Marissa con su madre era tan extraordinario que Matt no pudo menos que sonreír al mirarlas a ambas.

—Creí que era la hora de tu siesta —dijo, mirando a la pequeña.

—Cuento, papá. Antes. Por favor.

Antes de contestar, Matt miró a Meredith, que era presidenta de Bancroft y Compañía, una impor­tante cadena de tiendas elegantes fundada por sus antepasados. Meredith le sonrió, complaciente.

—Es domingo —dijo— Los domingos son días espe­ciales. Supongo que la siesta puede esperar un rato.

—Bueno, mamá nos da permiso —dijo Matt instalando a su hija en las rodillas mientras pensaba en la historia que le contaría.

La atmósfera hogareña fue interrumpida por la llegada de Joe 0'Hara, el chofer y guardaespaldas familiar, que se consideraba un integrante de la familia y era tratado como tal.

—Matt —dijo con tono ansioso—. Acabo de ver por televisión que Julie Mathison, la mujer a la que Zack tomó como rehén, va a ofrecer una conferencia de prensa. Está por empezar.

Meredith no conocía a Zachary Beneditc, que ya estaba en la cárcel cuando se unió a Matt, pero sabía que eran grandes amigos. En ese momento, al notar la expresión sombría con que su marido prendía el televisor, se dirigió a Joe.

—Por favor Joe, ¿llevarías a Marissa a su cuarto para que duerma la siesta?

—Por supuesto. ¿Vamos, querida? —Y se alejaron de la mano, el gigante y la chiquita que lo consideraba su osito privado.

Demasiado tenso para sentarse, Matt metió las manos en los bolsillos del pantalón y observó en silencio a la muchacha bonita que subía al podio cubierto de micrófonos, luciendo un sencillo vestido de lana blanca con botones dorados, el largo pelo oscuro sujeto con un moño a la altura de la nuca.

—¡Que Dios ayude a Zack! —murmuró Matt—. Esa muchacha se parece a Blancanieves y logrará que el mundo entero aulle pidiendo su sangre por haberla secuestrado.

Pero después de que el alcalde de Keaton terminó de advertir a la prensa que esperaba que la trataran con cortesía, cuando Julie Mathison empezó a explicar lo que le había sucedido mientras estaba en poder de su secuestrador, la expresión de Matt se trocó en una sonrisa de sorpresa. A pesar de los temores de Matt, Julie Mathison se las ingeniaba para describir su semana con Zack como una especie de aventura, se refería a la cortesía de un hombre al que describió como "extremadamente bondadoso" en lugar de hablar de una experiencia horrible en manos de un asesino prófugo.

Cuando relató la verdad acerca de su intento de huida en la playa de estacionamiento para camiones y narró la manera inteligente en que Zack se la impidió, lo hizo de un modo tal que arrancó una serie de risas de algunos periodistas. Y cuando describió su segundo intento de huir en el snowcat y los esfuerzos de Zack por "rescatarla" del arroyo helado, lo pintó como lo que realmente creía que era: un héroe compasivo.

Cuando terminó su exposición, en el auditorio resonaron las preguntas de la prensa y Matt volvió a ponerse tenso por el tono peligroso que tenían.

—Señorita Mathison —gritó un reportero de la cbs—, ¿Zachary Benedict en algún momento la ame­nazó con un arma de fuego?

—Sabía que estaba armado porque vi la pistola —contestó ella, sonriendo—, y eso bastó para convencerme, por lo menos al principio, de que posi­blemente no me conviniera iniciar una pelea con él o criticar alguna de sus películas.

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora