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—Allá, bajo el ala de estribor, está Keaton, señor Farrell —informó el piloto del estilizado jet que salió de entre las nubes e inició el acercamiento final. —Antes de aterrizar haré una pasada sobre la pista para asegurarme de que esté en buenas condiciones.

Matt oprimió el botón del intercomunicador para contestarle.

—De acuerdo, Steve —dijo distraído, mientras estudiaba la cara preocupada de su esposa—. ¿Qué te pasa? —le preguntó en voz baja a Meredith. —Creí haberte convencido de que no tiene nada de ilegal entregar una carta que estaba dirigida a Julie Mathison, y a mi cuidado. Las autoridades están enteradas de que tengo poder general de Zack para hacerme cargo de sus asuntos financieros. Ya les he entregado el sobre en que me llegaron sus instrucciones para que trataran de rastrear su pro­cedencia. Aunque estoy convencido de que no los ayudará en absoluto —agregó con una risita—. Tiene el sello postal de Dallas, donde sin duda Zack le paga a alguien para que reciba las cartas que me escribe, las saque de su sobre original y luego me las remita.

Como sabía lo importante que era para su marido lo que estaba haciendo, Meredith hizo un esfuerzo por ocultar su preocupación.

—¿Y para qué hace eso si confía tanto en ti?

—Lo hace para que pueda entregar a las autori­dades cualquier sobre que reciba de él, sin descubrir su paradero. Nos protege a ambos. Así que, como verás, hasta ahora me he atenido estrictamente a la letra de la ley.

Meredith apoyó la cabeza contra el respaldo de cuero blanco del sofá que dominaba la cabina del avión y suspiró. Pero sonreía.

—No, eso no es enteramente cierto. No le dijiste al FBI que junto con la tuya envió una carta dirigida a Julie Mathison, y tampoco les dijiste que te proponías entregársela personalmente.

—La carta dirigida a ella está en un sobre cerrado y en blanco —retrucó él—. No tengo manera de saber si Zack escribió lo que hay adentro. Por lo que yo sé, podría contener recetas de cocina. Espero

—agregó con horror simulado—• que no estés sugiriendo que debo abrir la carta para ver lo que hay dentro. Eso sería una ofensa contra las leyes del país. Además, mi amor, no hay ninguna ley que me obligue a avisar a las autoridades cada vez que Zack se pone en contacto conmigo.

Alarmada y divertida a la vez por la indiferencia con que su marido trataba el asunto, Meredith lo miró. A pesar de su aire sofisticado, sus trajes hechos a medida, sus yates y aviones privados, Matt era por sobre todas las cosas un luchador. Y lo amaba por ello. El creía en la inocencia de Zachary Benedict y ése era el único justificativo que necesitaba para lo que se proponía hacer. Punto. Aunque sabía que era inútil y probablemente innecesario, Meredith había insistido en acompañarlo a Keaton, sólo para asegu­rarse de que no se involucrara demasiado.

—¿Por qué sonríes así? —preguntó Matt.

—Porque te quiero. ¿Y tú? ¿Por qué sonríes?

—Porque me quieres —susurró Matt con ternura, pasándole un brazo sobre los hombros—. Y por esto —confesó. Metió la mano en el bolsillo del saco y sacó la carta de Zack.

—Dijiste que eso no contiene más que una lista de instrucciones con respecto a Julie Mathison. ¿Qué tiene de gracioso una lista de instrucciones?

—Eso es lo gracioso; una lista de instrucciones. Cuando enviaron a Zack a la cárcel tenía una fortuna de inversiones distribuidas a lo largo de todo el mundo. ¿Sabes cuántas instrucciones me dio cuando me otorgó poder general para manejarlas?

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora