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Paúl no podía pasar la noche en la casa de Julie, ni siquiera platónicamente, sin provocar una tormenta de comentarios, además de los que ya habían circulado por la ciudad a raíz de su frustrado romance con Benedict. Así que, ante la insistencia de Ted y Katherine, los fines de semana había empezado a alojarse en el nuevo departamento de la pareja.

Esa noche, cuando llegó, después de haber dejado a Julie en su casa, la puerta de entrada estaba sin llave y Ted lo esperaba sentado en el living.

—Este asunto entre Julie y Benedict tiene que llegar a una definición —dijo Ted, en cuanto Paúl se sentó frente a él—. Por mí, ojalá ese tipo desapare­ciera de la faz de la tierra, pero Katherine cree que hasta que de alguna manera Julie se reconcilie con él, jamás estará en paz consigo misma. Ni contigo, si eso es lo que esperas. Es lo que esperas, ¿verdad?

Sorprendido e irritado por el entrometimiento de Ted, Paúl vaciló. Luego contestó, con tono cortante:

—Estoy enamorado de ella.

—Es lo que me dijo Katherme. También me dijo que su conciencia está destrozando a Julie, aunque si alguien merece sentirse culpable es ese cretino de Benedict. Lo único que hizo Julie fue ofrecer llevarlo en el coche porque creyó que le había cambiado una goma pinchada. El resultado es que en este país hay doscientos millones de personas que han visto ese video de Benedict siendo castigado en México, y culpan de ello a Julie. Las mismas personas que aplaudían su coraje por haberlo entregado, ahora la consideran una bruja que entregó e hizo castigar a un inocente. Por lo menos la gente que vive aquí y la conoce no siente eso, y ya es algo. No será mucho, pero es algo. Los periodistas todavía la acosan, tratando de conseguir que hable, y las preguntas que le hacen son malignas.

Katherine entró desde el dormitorio, de bata de cama y pantuflas, obviamente decidida a participar en la conversación. Se instaló en el brazo del sillón de Ted. Quitando importancia al tema de la opinión pública, que le parecía trivial, fue de manera directa a lo que creía más importante.

—Julie le escribió a la cárcel, y él le devolvió las cartas sin abrir. Desde que salió de la cárcel le ha escrito al estudio de sus abogados, cartas sencillas y amables, esta vez preguntándole cómo quiere que le devuelva el auto que él le mandó. Benedict tampoco le ha contestado esas cartas. Hasta que lo haga, o hasta que ella u otra persona pueda hacerle entender que Julie no mintió ni trató de tenderle una trampa cuando dijo que quería reunirse con él en México, Julie no se permitirá quererte a ti ni a ningún otro. Ni aceptará que ningún hombre la quiera a ella. Entre otras cosas, se está castigando.

Paúl la miró sorprendido, frunciendo el entrecejo.

—¿Eso es lo que le impide tener algo conmigo.... seguir viviendo? ¿Necesita el perdón de Benedict?

—Estoy convencida de que es así —aseguró Katherine.

—Está bien —dijo Paúl, después de permanecer unos instantes pensativo—. Si eso es lo que le hace falta, se lo conseguiré, y no tendrá que esperar otras seis semanas... ni seis días siquiera. —Se puso de pie con el aspecto del hombre que tiene una misión que cumplir. —Se lo conseguiré en cuarenta y ocho horas. Díganle que se presentó un imprevisto y que tuve que interrumpir nuestro fin de semana.

Katherine lo observó dirigirse al cuarto de hués­pedes.

—¡Pero Paúl! Benedict ni siquiera quiere hablar con ella.

—¡Pero hablará conmigo! —contestó Paúl por sobre el hombro.

—¿Por qué crees que hablará contigo? —preguntó Ted cuando Paúl salió algunos instantes después, con una valija en la mano.

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora