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Cuando terminó de comer, Zack se arrellanó en el sofá y se cruzó de piernas, observando las llamas que bailoteaban en la chimenea, mientras permitía . que su cautiva terminara la comida sin más interrup­ciones. Trató de concentrarse en la siguiente etapa de su viaje, pero en su actual estado de relajación se sentía más inclinado a pensar en la sorprendente —y perversa— treta del destino gracias a la que Julie Mathison estaba allí, sentada frente a él. Durante las largas semanas que dedicó a planear cada detalle de su huida... durante las noches interminables en que permaneció despierto en su celda pensando en la primera noche que pasaría en esa casa, nunca supuso que no estaría solo. Por mil motivos, habría sido mejor que lo estuviera, pero ahora que ella se encontraba allí, no podía encerrarla bajo llave en su cuarto, proporcionarle comida y simular que no existía. Sin embargo, después de la última hora pasada en su compañía, se sentía tentado de hacer exactamente eso, porque ella lo estaba obligando a reconocer todas las cosas que había perdido en su vida, y a reflexionar sobre ellas... esas cosas que le seguirían faltando durante el resto de su existencia. En el término de una semana, volvería a estar huyendo, y en el lugar adonde se dirigía no habría lujosas casas de montaña con fuegos acogedores, no existi­rían conversaciones sobre pequeños con problemas físicos, ni decorosas maestras de tercer grado con ojos parecidos a los de un ángel y una sonrisa capaz de derretir las piedras. No recordaba haber visto jamás a. una. rnujer cuyo rostro se iluminara como se iluminó el de Julie cuando le habló de esos chicos. Conocía mujeres ambiciosas cuyo rostro se ilumina­ba ante la posibilidad de obtener un papel en una película o de que les regalaran una alhaja; había visto a las mejores actrices del mundo —en el escena­rio y fuera de él, en la cama y fuera de ella— en interpretaciones convincentes de apasionada ternura y de amor, pero hasta esa noche, nunca, pero nunca, había sido testigo de esos sentimientos convertidos en realidad.

Cuando tenía dieciocho años, sentado en la cabina de un semirremolque, rumbo a Los Ángeles, y casi ahogado por las lágrimas que se negaba a derramar, se juró que jamás, jamás miraría hacia atrás, que nunca se preguntaría lo que podía haber sido su vida "si las cosas hubieran sido distintas". Y sin embargo en ese momento, a los treinta y cinco años, cuando estaba endurecido por todo lo que había visto y hecho, al mirar a Julie Mathison sucumbía a la tentación de la duda. Mientras se llevaba la copa de coñac a los labios y observaba a lluvia de chispas que se desprendían de un leño, se preguntó qué habría sucedido si hubiera conocido a alguien como ella cuando era joven. ¿Habría sido ella capaz de salvarlo de sí mismo, de enseñarle a perdonar, de suavizar su corazón, de llenar los espacios vacíos de su vida? ¿Habría sido capaz de proporcionarle metas más importantes y constructivas que la adquisición de riquezas, poder y reconoci­miento que habían dado forma a su vida? Con alguien como Julie en su cama, ¿habría experimentado algo mejor, más profundo, más duradero que el efímero placer de un orgasmo?

Tardíamente lo golpeó comprender lo improba­bles que eran sus pensamientos, y se maravilló ante su propia tontería. ¿Dónde diablos hubiera podido conocer a alguien parecida a Julie Mathison? Hasta los dieciocho años vivió siempre rodeado de sirvientes y familiares, cuya sola presencia era un permanente recordatorio de su superioridad social. En ese tiempo, la hija de un ministro de pueblo, como Julie Mathison, jamás habría entrado en su esfera social.

No, no la habría conocido en esa época, y tam­poco en Hollywood hubiera podido conocer a alguien como ella. ¿Pero si por alguna treta del destino hubiera conocido allí a Julie?, se preguntó Zack, con el entrecejo fruncido de concentración. Si de alguna manera ella hubiera sobrevivido intacta en ese mar de depravaciones sociales, de autoindulgencia sin límites y de rugiente ambición que era Hollywood, ¿él habría notado realmente su presencia, o ella habría sido completamente eclipsada a sus ojos por mujeres más mundanas y fascinantes? ¿Si Julie se hubiera presentado en su oficina de Beverly Drive a pedirle que le hiciera una prueba cinemato­gráfica, ¿habría notado él esa hermosa cara de huesos excelentes, esos ojos increíbles, esa figura perfecta? ¿O lo habría pasado todo por alto porque no era espectacularmente hermosa? Y si ella hubiera pasado una hora en su oficina, conversando con él como lo hizo esa noche, ¿habría apreciado su ingenio, su inteligencia, su no simulado candor? ¿O habría tratado de librarse de ella porque no hablaba sobre "el negocio" ni daba ninguna indicación de querer acostarse con él, que habrían sido sus dos intereses principales?

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora