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—Estamos en Oklahoma —señaló Julie en cuanto pasaron el cartel que indicaba el cruce de un estado a otro.

Él le dirigió una mirada entre sombría y divertida.

—Ya lo sé.

—Bueno. ¿Cuándo piensa bajarse del auto?

—Siga manejando.

—¿Que siga manejando? —exclamó ella, en un ataque de furia nerviosa—. Mire, pedazo de miserable: ¡no pienso llevarlo hasta Colorado!

Zack acababa de obtener su respuesta: Julie sabía adonde iba él.

"¡Me niego a hacerlo! —advirtió Julie con voz temblorosa, sin darse cuenta de que acababa de sellar su destino—. No puedo.

Zack le contestó, con plena conciencia de la bata­lla que ella le presentaría:

—Sí, señorita Mathison, puede. Y lo hará.

Su calma absoluta fue la gota que desbordó el vaso.

—¡Vayase al diablo! —exclamó Julie y, antes de que él pudiera impedírselo, giró violentamente el volante hacia la derecha. El vehículo patinó y se des­plazó a la banquina. Entonces ella clavó los frenos y lo detuvo de repente. —¡Quédese con el auto!—suplicó—. Llévese el auto y déjeme aquí. No le diré a nadie que lo he visto ni que sé hacia dónde se dirige. Le juro que no se lo diré a nadie.

Zack hizo un esfuerzo por contener su furia y trató de tranquilizarla quitándole importancia a la situación.

—En las películas, la gente siempre promete eso mismo —comentó casi con amabilidad, mientras miraba por sobre el hombro los autos que pasaban volando junto a ellos—. Siempre me pareció que sonaba a falso.

—¡Pero esto no es una película!

—Sin embargo tiene que admitir que es una pro­mesa absurda —contestó él con una leve sonrisa—. Sabe que lo es. Admítalo, Julie.

Escandalizada al ver que él trataba de bromear con ella, como si fueran amigos, Julie se quedó mirándolo en un furioso silencio. Sabía que tenía razón acerca de que la promesa era ridícula, pero se negaba a admitirlo.

—Realmente no puede pretender que yo crea que usted no me denunciará, después de que la secuestré y le robé el auto —continuó diciendo él, suavizando un poco la voz—, y que me estará tan agradecida que mantendrá una promesa hecha en momentos de extremo temor. ¿No le parece una locura?

—¿Y usted pretende que yo debata un tema de psicología con usted, cuando mi vida está en peligro?—explotó ella.

—Comprendo que esté asustada, pero su vida no corre peligro, a menos que usted misma cree ese peligro.

Tal vez fuera a causa de la extenuación, o el timbre de la voz de Zack, o la firmeza de su mirada, pero al contemplar su expresión solemne, Julie descubrió que le creía.

—No quiero que usted sufra ningún daño —continuó diciendo Zack—, y no lo sufrirá, en tanto no haga nada que llame la atención hacia mí o que alerte a la policía...

—En cuyo caso —interrumpió Julie con amargura, saliendo de su trance—, me saltará la tapa de los sesos con su pistola. Eso es sumamente reconfortante, señor Benedict. Gracias.

Zack volvió a hacer un esfuerzo por controlar su temperamento y explicó:

—Si la policía trata de capturarme, tendrán que matarme, porque no pienso rendirme. Y considerando la mentalidad de la mayoría de los policías, existe una fuerte posibilidad de que usted resulte herida o muerta en la refriega. No quiero que eso suceda. ¿Me comprende?

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora