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Zack se dio cuenta de que Julie se ponía levemente tensa cuando él se le acercó por detrás, y sus imprevi­sibles reacciones hacia él lo desconcertaron. En lugar de tomarla en sus brazos y besarla, que era lo que hubiera hecho con cualquiera otra mujer que conocía, inició un método más sutil para llevarla hacia donde quería. Metió las manos en los bolsillos del pantalón, la miró a través del vidrio del ventanal, señaló el esté­reo con la cabeza y preguntó con burlona formalidad:

—¿Me concede la próxima pieza, señorita Mathison?

Julie se volvió, sonriente y sorprendida y Zack se alegró en forma desmedida por el sólo hecho de verla contenta. Hundió las manos aún más profundamente en los bolsillos antes de volver a hablar.

—La última vez que saqué a bailar a una maestra estaba convenientemente vestido para la ocasión, con camisa blanca, corbata marrón y mi traje azul marino preferido. Pero a pesar de todo ella no quiso bailar conmigo.

—¿En serio? ¿Por qué?

—Tal vez me haya considerado demasiado bajo. Julie sonrió, pues Zack debía medir por lo menos un metro ochenta y siete, y pensó que debía de estar bromeando. En caso contrario la mujer sería una especie de giganta.

—¿En serio eras más bajo que ella? Zack asintió.

—Me llevaba como noventa centímetros. Sin embargo en ese momento yo no consideraba que ese fuese un obstáculo grave, porque estaba locamente enamorado de ella. En ese momento, Julie entendió y dejó de sonreír.

—¿Qué edad tenías?

—Siete años.

Julie lo miró como si comprendiera que el desaire de esa maestra le había dolido. Y ahora que Zack lo pensaba, así había sido.

—Yo nunca te habría rechazado, Zack. El tono entrecortado de su voz y su mirada suave fueron más de lo que Zack podía soportar. Hipnoti­zado por los sentimientos que crecían en su interior, sacó las manos de los bolsillos y le tendió una en silencio, mientras la miraba con intensidad. Ella colocó su mano en la de él, Zack rodeó con el brazo su angosta cintura, la acercó a sí mientras la voz increíble de Streisand cantaba los primeros versos de Gente.

Zack sufrió un estremecimiento al sentir las piernas y las caderas de Julie en contacto con las suyas; y cuando ella apoyó una mejilla contra su pecho, el corazón empezó a latirle a un ritmo desenfrenado. Todavía ni siquiera la había besado, y el deseo ya latía en todos los nervios de su cuerpo. Para distraerse, trató de pensar en un tema de conversación apropiado que los condujera a su meta sin estimularlo de inme­diato más de lo que ya estaba. Al recordar que a ambos les resultó divertido bromear sobre la goma del auto que él pinchó, decidió que sería bueno para los dos reír sobre esos acontecimientos que, en su momento, no tuvieron nada de graciosos. Entrelazó sus dedos con los de ella y apoyó la mano de Julie contra su pecho, mientras le susurraba:

—A propósito, señorita Mathison, con respecto a su viaje no programado en snowcat del día de hoy...

Ella le siguió el tren de inmediato. Echó atrás la cabeza y lo miró con una expresión de inocencia tan exagerada que Zack debió hacer un esfuerzo por no reír.

—¿Sí? —preguntó.

—¿Dónde diablos te metiste cuando volaste por sobre el borde de la montaña como un cohete y desapareciste?

La risa estremeció los hombros de Julie.

—Aterricé en brazos de un enorme pino.

—Eso fue muy inteligente —bromeó él—. Perma­neciste seca y me instigaste a mí a actuar como un salmón loco en ese arroyo helado.

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora