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Con una fuente de rosetas de maíz en la mano, Julie se encaminó al living donde estaban mirando una película en video. Habían pasado la mañana y la tarde hablando acerca de todo, menos de lo único que a ella le interesaba de una manera desesperada:

los planes que tenía Zack para descubrir quién había asesinado a su mujer, para limpiar así su nombre. La primera vez que ella sacó el tema, él repitió lo que había dicho el día anterior, acerca de no querer estropear el presente con preocupaciones sobre el futuro. Cuando ella le explicó que quería ayudarlo en todas las formas posibles, él se burló y le preguntó si era una frustrada investigadora privada. En lugar de arruinar el día, insistiendo en el tema, Julie lo dejó caer por el momento y aceptó la sugerencia de Zack de que vieran alguna de las películas que había en el gran armario de videos. Zack insistió en que fuera ella quien eligiera, y Julie se sintió incómoda al com­probar que entre los videos figuraban algunos filmes interpretados por él. Incapaz de soportar el solo pen­samiento de verlo haciendo el amor con otra mujer en una de esas escenas ardientes por las que era justamente famoso, se decidió por un filme que Zack no había visto y que ella supuso le gustaría.

Zack parecía satisfecho con su elección antes de que comenzara la proyección, pero, según Julie descubrió poco después, el sencillo pasatiempo de ver una película era algo distinto para Zachary Benedict, ex actor y director, que para el común de los mortales. Para completa confusión de Julie, Zack parecía considerar que el cine era una forma de arte que debía ser minuciosamente estudiada, analizada, disecada y evaluada. En realidad, fueron tantas sus críticas, que ella por fin inventó la excusa de ir a preparar rosetas de maíz con tal de ahorrarse sus comentarios negativos.

Miró la pantalla gigante en el momento de colocar la fuente de rosetas de maíz sobre la mesa, y lanzó un involuntario suspiro de alivio. La película estaba por acabar.

Zack la observó, admirando la gracia natural de su manera de caminar y la sutil elegancia con que lucía la ropa. Ante su insistencia, esa tarde Julie había elegido otro conjunto del placard de la dueña de casa: una sencilla camisa blanca de seda, con amplias mangas, y un par de pantalones negros de crepé de lana con cintura pinzada. Su maravillosa cabellera brillante le caía en ondas sobre los hombros. Julie se vestía con una elegancia casual que le quedaba maravillosamente bien. Zack trataba de decidir qué clase de vestido de noche le quedaría mejor con esa sencilla sofisticación tan suya, cuando se dio cuenta de que nunca tendría ocasión de llevarla a la clase de funciones sociales que exigían trajes largos. Sus días de asistir a premieres de Hollywood, a bailes de beneficencia, a estrenos de Broadway y a entrega de premios de la Academia ya habían terminado, y no comprendía cómo lo acababa de olvidar. No podría llevar a Julie a esos lugares. No la podría llevar nunca a ninguna parte.

Saberlo le resultó tan deprimente que tuvo que esforzarse para que esa realidad no le estropeara otro día memorable pasado a su lado. Hizo un esfuerzo supremo para pensar tan sólo en la noche que se extendía ante ellos, y sonrió al verla sentarse a su lado en el sofá.

—¿No quieres elegir otra película? —preguntó. Lo último que Julie quería era tener que soportar las críticas de otra película elegida por ella. Y ya que era evidente que Zack quería ver otra, estaba dispuesta a mirarla, pero no a hacerse responsable de la elección.

—La elegiremos juntos, ¿quieres? —propuso Zack al verla dudar.

A regañadientes, Julie se puso de pie y se acercó al mueble que contenía más de cien películas, desde clásicas hasta actuales.

—¿Tienes alguna preferencia? —preguntó él. Julie recorrió los títulos, inquieta al ver en la lista los nombres de varios filmes protagonizados por Zack. Sabía que, aunque fuese por simple amabilidad, debía sugerir que viesen alguna de las suyas, pero le resultaba imposible, sobre todo en esa pantalla gigante donde podría percibir cada detalle de las escenas de amor que interpretaba.

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora