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—Has tenido una idea maravillosa al invitarnos a todos a comer —le dijo la señora Mathison a Julie mientras se ponía de pie para ayudarla a levantar la mesa—. No deberíamos esperar que se presenten ocasiones especiales para comer todos juntos, como hacemos por lo general —agregó.

Julie levantó los vasos y le sonrió a su madre. Era una ocasión especial: la última noche que pasaría con ellos en toda su vida, porque a la mañana siguiente iría a reunirse con Zack.

—¿Estás segura de que no quieres que Cari y yo nos quedemos a ayudarte a poner todo en orden?

—preguntó Sara mientras Cari la ayudaba a ponerse el abrigo—. Cari tiene que trabajar un poco en el proyecto del centro recreativo, pero eso podría esperar otra media hora.

—No, no puede esperar —contestó Julie, abra­zando primero a Sara y luego a Cari. Los sostuvo a ambos un poco más de lo necesario y luego les besó las mejillas. Porque ése era el adiós definitivo.

—Cuídense —les recomendó a ambos en un susurro.

—Sólo vivimos a dos kilómetros de aquí —seña­ló Cari con sequedad. Julie los observó alejarse caminando por la vereda, y trató de grabar ese momento en su memoria; luego se volvió y cerró la puerta. Ted y su padre se habían instalado en el living para ver el noticiario y Katherine ayudaba a levantar la mesa.

—¡Sara es una chica tan dulce! —comentó la señora Mathison cuando quedó a solas con Julie en la cocina—. Ella y Cari hacen una buena pareja y son muy felices. —Entonces miró por sobre el hom­bro hacia el comedor, donde Katherine estaba jun­tando los platos sucios y comentó en un susurro:

—Creo que Ted y Katherine han vuelto a encontrar­se, ¿no te parece? Cuando se casaron, Katherine era demasiado joven, pero ahora ha madurado. Ted estaba muy enamorado de ella; creo que nunca ha superado ese sentimiento.

Julie sonrió con expresión sombría mientras cargaba los platos en el lavavajilla.

—No te ilusiones demasiado. Esta noche no fue Ted quien invitó a Katherine, sino yo. Él todavía sigue saliendo con Grace Halvers... Supongo que es su manera de luchar contra lo que siente por Kathe­rine.

—¿Te pasa algo, Julie? Esta noche estás rara. Pareces preocupada.

Julie tomó un trapo rejilla, fijó en su rostro una sonrisa brillante y empezó a lavar la pileta.

—¿Por qué lo dices?

—Para empezar, porque has dejado la canilla abierta, los platos todavía no están lavados y te has puesto a limpiar las mesadas y la pileta. Siempre fuiste una chica prolija, Julie —bromeó, mientras Julie dejaba el trapo rejilla y volvía a su tarea anterior—. Todavía sigues pensando en Zachary Benedict, ¿no es cierto?

Era una oportunidad maravillosa para preparar a su madre para lo que leería en la carta que les deja­ba, y Julie decidió aprovecharla.

—¿Qué dirías si te confesara que me enamoré de él en Colorado?

—Diría que es una cosa insensata, dolorosa y tonta y que no te aconsejaría dar alas a ese senti­miento.

—¿Y si no lo puedo evitar?

—Te recomendaría el remedio del tiempo, mi amor. Eso cura cualquier cosa. Después de todo, sólo lo conociste por una semana. ¿Por qué en cambio no te enamoras de Paúl Richardson? —propuso medio en broma—. Él tiene un buen trabajo y está loco por tí... Hasta tu padre se ha dado cuenta.

Perfecta -Judith McNaughtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora