29. «Un viaje a la época de Rogers»

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(LEAN LA NOTA FINAL POR FAVOR)

Me desperezo al tener ambos pies fuera del auto. La siesta sólo ha logrado hacerme gastar más energía, debo ponerme alerta, recordar por qué estamos aquí. Es hora de volver a la realidad, y, mientras por mi mente no pasen nada más que cosas que tengan que ver con nuestra misión extraoficial, estaré feliz de hallarme despierta.

Rogers saca su escudo de la parte trasera de la camioneta, por un momento casi me olvido de cómo logró llevárselo; luego recuerdo que, uno, no hay manera de separar uno del otro, y, dos, lo metió allí cuando se había ido a conseguirnos un transporte.

«Mi auto...», me quejo mentalmente. Sin embargo, me obligo a recordar que los objetos materiales se pueden reemplazar, antes de que acabe enojándome una vez más por haberlo dejado allí.

Llegamos a una malla de metal con un letrero que nos dice que la entrada está prohibida. Como es obvio, hacemos como si no existiera y rompemos el candado de la puerta. En poco tiempo ya estamos al otro lado.

—Aquí fue donde me entrenaron —me comenta mientras exploramos el lugar.

—Muchas aventuras, ¿no, Rogers? —comento en voz baja. No porque crea que hay gente aquí, ya que parece un lugar abandonado desde hace muchísimo tiempo (quiero decir, Rogers lo reconoce), sino porque todo el silencio que nos rodea me parece extraño y se siente como si hiciera demasiado ruido al hablar.

—Eh... Algo así —responde, vacilante. Parece haber recuperado su postura—. Vamos.

Ha comenzado a oscurecer, así que usamos el llavero de la camioneta, el cual tiene una pequeña linterna, para poder ver mejor. Mientras yo me encuentro frente a un almacén, Rogers mira en la misma dirección y siento que algo no está bien.

Ya han transcurrido varios minutos desde que nos las arreglamos para entrar, y el rubio aún sigue de pie, mirando hacia todos y ningún lugar. Sé que ha dicho conocer el lugar, pero nunca imaginé que serían tantos los recuerdos que han de pasar por su mente ahora mismo. Entonces su expresión me hace hablar.

—¿Qué pasa? —pregunto mientras veo que se acerca a paso rápido.

—No se puede almacenar municiones a menos de 450 metros de distancia. —Empiezo a caminar para no quedarme atrás—. Esto no debería estar aquí.

Al encontrarnos frente a la cerradura, Rogers la rompe con ayuda de su escudo y avanzamos. Bajamos unas escaleras, con cautela, y luego enciendo una luz de la pared. La claridad nos recibe y somos capaces de ver que nos hallamos en una especie de oficina. Sólo veo sillas giratorias, escritorios, y un gran logo en la pared.

—Parece que es de S.H.I.E.L.D. —digo cuando estoy más cerca de aquella imagen.

Avanzamos hacia una biblioteca, vacía, llena de polvo y con varios cuadros colgados en la pared.

—¿La conoces?

Me refiero a una de las fotografías colgadas en la pared, en especial, el retrato de una mujer de, por lo visto, cabello oscuro y hermoso rostro. Lo pregunto, ya que este sitio parece haber despertado una parte de Rogers, y se ha quedado embelesado particularmente al ver aquella imagen.

No sé mucho acerca de la vida de Rogers, aunque hay varios aspectos hoy que, de alguna forma, han saltado a la vida una vez más. Desde que pusimos un pie en este sitio, se siente como si estuviéramos viajando a una época, a la verdadera época de Steve Rogers.

Él deja salir una risa, y luego me mira para responder:

—Es una de las fundadoras de S.H.I.E.L.D. —me dice, como si no fuera evidente.

Being There For You | Capitán AméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora