40. «Da inicio la lucha»

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MARATÓN 2/4

—En seguida.

—Gracias. —Le sonrío a la camarera y ella me devuelve el gesto antes de marcharse.

Verla sólo me hace pensar en cuando yo solía trabajar en una cafetería los fines de semana luego de la universidad. Lo que me recuerda a aquella vez en que Rogers se apareció con la pelirroja y me pidió un café. No hay palabras para describir lo enfadada que me sentí al verlos. Había intentado olvidarme de todo por un momento, y ellos, como si hubiera sido apropósito, llegaron a mi lugar cuando comenzaba a sentirme común y corriente otra vez. Luego de eso, evitaba las cafeterías. Tampoco esperaba que, cuando estuviera de vuelta en una, me tocara compartir el desayuno con Rogers.

Debo haber estado en silencio y con la mirada perdida un buen rato, ya que salgo de mi mundo en cuanto oigo la voz de Rogers hablándome.

—¿En qué piensas? —Sus ojos azules se posan en mí, espera a que le conteste.

—En que, cuando todo esto acabe, necesitaré volver a trabajar en uno de estos sitios —le digo, sin mentiras, aunque omitiendo lo demás que ha pasado por mi mente.

—¿En esta ciudad? —me pregunta, yo sacudo la cabeza.

—Quiero volver a Nueva York. —Suspiro—. A veces creo que haber venido a Washington fue un error.

Rogers frunce el ceño.

—Entonces no podríamos haber sabido que esto sucedería...

—Estoy segura de que lo evitarías como sea. —Me río sin ganas—. No es como si no hubieras salvado al mundo antes.

—Pero tú ayudaste mucho, Maddie —repone—. Yo no soy bueno con las computadoras, ¿sabes? —murmura.

—Vaya, gracias —digo, no muy convencida.

Está por decir algo más, pero es interrumpido por la camarera que trae nuestra comida. Dos tazas de café, un omelet de vegetales para Rogers, carbohidratos para mí. No oculto mi felicidad cuando veo la comida frente a mí, Steve se ríe.

—¿Qué? —Lo miro, queriendo saber el motivo de su risa.

—Pareces una niña —comenta, sin borrar la sonrisa de su rostro. Yo frunzo el ceño—. Sólo has ordenado cualquier cosa que tenga chocolate, deberías ver tu rostro.

Me encojo de hombros, riendo un poco porque sé que tiene razón. Los desayunos salados no son tan divertidos como los que siempre tienen azúcar y chocolate. Desde pequeña soy así, nada me emocionaba más que ver a mi mamá llegando de la tienda por las mañanas. Me ponía a dar saltos hasta que me pedía que me calmara dándome una de las donas que traía. Y siempre las acompañaba con una taza de chocolate, ya que no tenía edad para tomar café.

—Tengo mucho sin comer chocolate —le digo, después de tragar, tratando de explicar mi obsesión.

—Ya veo —responde, divertido.

—¿Quieres un poco? —le ofrezco—. Sé que quieres, nadie puede resistirse al chocolate...

Él parece rechazar mi oferta, sin embargo, tras insistirle con la mirada, termina aceptando lo que yo ya sé. Tomo un poco de mis panqueques de chocolate con el tenedor, me inclino un poco para dárselo mientras él hace lo mismo y abre la boca. Me quedo esperando a su expresión cuando termina de saborearlo.

—De acuerdo, de acuerdo —dice—. Tienes razón, está muy bueno. —Sonrío ante su respuesta con satisfacción.

—¿Más? —inquiero.

Being There For You | Capitán AméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora