34. «Cuando pensé que sería el fin»

7.3K 529 41
                                    

MARATÓN 3/3

Miro con odio y asco a Rumlow; él tiene su atención puesta en el cielo. Estoy consciente de todos los helicópteros que han de estar sobrevolando, aunque yo no sea capaz de verlos.

—Aquí no —masculla, dirigiéndose al hombre que le apunta a Steve. Cuando todavía sigue con el rifle levantado, grita—: ¡Aquí no! ¡Llévenselos!

Aún continúo sacudiéndome y gritando lo más que puedo, sin importar qué tan inútiles sean mis esfuerzos. Me sofoco, así que cierro los ojos y mi piel vuelve a la normalidad. Algunos gritan y gimen de dolor ante mi cambio, por lo que liberan su agarre de mí. Aprovecho la situación para correr lejos de todas esas personas, pero no me he movido tres pasos cuando siento un dolor terrible en uno de mis costados, provocando que me desplome en el suelo.

Tengo los ojos apretados y grito con fuerza, en el suelo me encojo para tratar de ahogar la terrible sensación de mi piel quemándose y mi cuerpo temblando. Me salen lágrimas, muchas y calientes, que corren de mis ojos al suelo. No quiero moverme, no quiero hacer nada, el ardor no se aleja y podría hacer cualquier cosa para hacerlo desaparecer.

El resto de las voces y sonidos se oyen distantes, estoy concentrada en mi propio dolor. Sin embargo, creo haber escuchado los gritos de Sam y Steve, no estoy muy segura de lo que han dicho, pero sus palabras tenían que ver con que no tienen derecho a tratarnos como lo están haciendo.

—Todavía está viva, llévenla con los otros —ordena Rumlow. Con cada segundo que pasa, comienzo a odiar su voz un poco más.

Gimo cuando me levantan con poco cuidado, apretando con demasiada fuerza a la zona dolorida. Como estoy débil, soy incapaz de hacer algo, mis pies simplemente se arrastran mientras me conducen a la parte trasera de una furgoneta, donde me arrojan como si fuera un saco de arroz.

Permanezco allí, tirada, con los ojos cerrados, hasta que unas manos, más cuidadosas y gentiles, hacen un intento de ayudarme a levantar y tomar asiento. Me recuesto de las paredes de la furgoneta y me muerdo el labio. El sudor que me recorre pasa por mi nueva herida y aumenta el ardor cuando creí haberlo superado un poco.

Ni siquiera puedo ver lo que me han hecho; esposada, no es sencillo examinar algo que está a mis costados y debajo de mi ropa. Me trago las ganas de llorar y, en vez de eso, me dedico a morderme el labio, ahora mismo no me importa tener el sabor de la sangre en mi boca.

—Resiste —me dice Steve. Como puede, toma el borde de mi camiseta y la levanta un poco para ver mejor lo que tengo.

—¿Está muy mal? —pregunto, volteando la cabeza para encontrarme con una parte de mi piel toda oscura, lastimada y con partes rojas.

—Hey —llama Steve a uno de los dos guardias enmascarados que nos vigilan—. Está herida, necesita atención médica.

El guardia no dice ni hace nada.

—¡Oye! —exclama Sam, a lo que el guardia responde sacando un arma extraña, luminosa, que utiliza para aturdir a su compañero.

Todos nos quedamos callados y confundidos, entonces es cuando se quita el casco que puedo reconocer a esa persona. Su cabello oscuro como el mío cae libremente por sus hombros, veo directo a sus ojos y no puedo sentirme más contenta de ver a la agente Hill, mi hermana mayor.

—Uf —exhala, tomando aire—, esta cosa me aplasta el cerebro —dice, refiriéndose al casco de forma extraña.

De tratarse de otra situación, lo primero que le diría a mi hermana sería algo como «¿Cómo lograste llegar aquí?», «¿Tienes idea de lo que está sucediendo?» o «¿Sabías que estaríamos aquí?»; mas, hago a un lado todo eso y digo:

Being There For You | Capitán AméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora