«Nunca digas que amas a alguien si nunca has visto su ira, sus malos hábitos, sus creencias absurdas y sus contradicciones. Todos pueden amar una puesta del sol y la alegría, sólo algunos son capaces de amar el caos y la decadencia.» -Mario Vargas L...
Vuelvo la cabeza para toparme con una Wanda bastante sorprendida. Termino con el sándwich que tengo en la boca, antes de responder.
—No he desayunado —contesto con voz ronca, como si eso lo explicase todo. Aunque, por lo que veo, no es así.
—¿Aun sabiendo lo arriesgado de la misión? —inquiere.
En otras palabras, quiere decirme «Existe una posibilidad de que todo esto salga mal, ¿y tú estás comiendo?». Me quedo en silencio. Siento que he sido arrastrada hacia el infierno y de regreso, y no está tan lejos de la realidad. Pero debo tratar de hacerlo a un lado y concentrarme en la misión. No es fácil, aún tengo algunos espasmos de vez en cuando y las manos me tiemblan un poco, sin embargo, es algo que tengo que hacer. Regresar a las actividades de antes parece ser la mejor manera de superarlo. Y, tal vez no quiera admitirlo, pero a veces me ocupo de no pensar en los peores escenarios cuando como.
«Me inquietas», la oigo en mi cabeza, utiliza una voz tan suave que podría asimilarse al terciopelo. «Sé que lo último no salió bien y...»
—No había manera en que fuera a acabar bien —la corto, y las dos sabemos que lo que digo es verdad.
«Quiero ayudarte —admite—. Así siento que te compensaré el no haberte creído sobre lo de Ultrón.»
—Ya hablamos de esto. —Suspiro—. No es necesario.
«Pero quiero», insiste.
Acabo cediendo. No tengo idea de si es porque quiero hacer sentir mejor a Wanda, o hacerme sentir mejor a mí. Quizá son las ganas de deshacerme de las cadenas que han estado reteniéndome por tanto tiempo, el deseo de no ser prisionera de mi pasado. No puedo mentir y decir que no quiero estar con Steve ni lograr superar todo esto, porque hay muy pocas cosas que no haría para conseguirlo. Sea cual sea el motivo, este me anina a ponerme de pie, dejar mi comida y caminar con Wanda hacia mi cuarto. A la hora de poner un pie tengo que respirar profundo y desechar los últimos momentos que he vivido en esta habitación. Veo a la chica Maximoff detrás de mí con un gesto de culpa, pero no dice nada y yo se lo agradezco. Avanzo a paso lento hasta dejarme caer sobre el colchón; ella permanece de pie.
Sin quererlo, termino experimentando una ansiedad terrible. Aquella niebla que sale de las manos de la chica Maximoff me ha hecho pasar un mal rato, en más de una ocasión. En pocos segundos acabo preguntándome cuánto podré resistir.
