12. «Mi debilidad»

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Siempre que me encuentro en lugares desconocidos, suelo hacerme muchas preguntas en la mente, era una costumbre que adquirí desde los cuatro años. La mayoría de ellas cuestiona cada bendito objeto que me rodeara. Sirve para animar mi curiosidad y mis ansias, aunque a veces, también para calmar estas últimas. Esta ocasión es un poco distinta, ya que por mi cabeza ronda una sola duda:

¿Por qué me querían a mí en este sitio?

Volteo a la derecha y veo a Thor sentado a unas dos sillas de distancia, seguido de él está el agente Barton, Romanoff y Rogers. Todos ellos tienen un aspecto muy relajado, algunos incluso optan por entablar una conversación amistosa con la persona de al lado.

Yo, por otra parte, estoy lejos de sentirme cómoda con la situación. El aire acondicionado nada más empeora mi estado, hace que los vellos de mis brazos se ericen por el frío. Aquella sensación no es una de mis favoritas. Y tampoco lo es tener un par de ojos azules hundidos en la cabeza. Steve, por mi reacción, cree que yo ni cuenta me he dado. ¿Pero quién es capaz de no notar cuando te observan con tal intensidad?

Pronto, soy la única de las siete personas aquí que no se halla sumida en una charla. Incluso al dios nórdico se le ve animado mientras habla con Ojo de Halcón. Me abrazo a mí misma, de verdad que los nervios me tienen a su merced.

¿Qué quiere Fury? ¿Por qué se tarda tanto en llegar, y decirlo de una buena vez? ¿Será para despedirme por el yogur derramado en su edificio? ¿O por llegar tarde esta mañana? Si quiere despedirme, no lo hará frente a los Vengadores, ¿cierto? Nadie sería tan cruel como para hacerme pasar una vergüenza tan grande como esa, y frente a seis pares de ojos, ¿no?

Todos mis pensamientos los pongo en pausa cuando una partícula en mi garganta provoca que comience a toser. Debo estar haciendo eso un buen rato, porque todos se detienen de sus acciones para verme. Grandioso.

—¿Te encuentras bien, Maddie? —pregunta Bruce, asomando la cabeza de su escondite (que era el cuerpo Tony) para mirarme.

—Sí... es sólo una tos. —Aclaro mi garganta—. Nada grave —aseguro, y en un par de segundos todo el mundo continúa con lo suyo.

Sin embargo, la tos que me invade no quiere esfumarse sin dar lucha, por lo que arranca con más fuerza la siguiente vez. Como no quiero alarmar a nadie, me cubro la boca con la mano y pretendo ser lo más silenciosa posible.

Todo se va al traste cuando el siguiente en preguntar qué me ocurre es Barton. Si deseaba clamar toda la atención, lo he conseguido.

—No me pasa nada, en serio —insisto cuando regreso a la normalidad, no obteniendo mucho éxito.

Tengo la boca seca y me pica la nariz. Un estornudo más tarde y ya mis ojos se han cristalizado.

¿Ahora qué me sucede?

Mi respiración empieza a cortarse, causando que la tarea de conseguir aire se convierta en un verdadero desafío. Me caigo de la silla donde estoy, pero la palma de mi mano evita que me estrelle la cara con el suelo cubierto por una alfombra.

Recuerdo la expresión de preocupación de los presentes, plasmada en sus rostros antes de terminar inconsciente, gracias a la casi nula cantidad de oxígeno en mis pulmones.

Me veo a mí misma sobre la camilla de la enfermería, la reconozco por el peculiar color azul opaco de las paredes. Un leve cosquilleo se hace presente en la punta de mi nariz, por lo que levanto mi mano e intento rascarme, topándome con algo extraño en mi rostro.

Toco con cuidado aquello que me cubre desde la nariz hasta la boca. Más tarde lo identifico como una máscara de oxígeno. Estoy por quitarla de mi rostro cuando oigo algo y me detengo.

Being There For You | Capitán AméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora