«Nunca digas que amas a alguien si nunca has visto su ira, sus malos hábitos, sus creencias absurdas y sus contradicciones. Todos pueden amar una puesta del sol y la alegría, sólo algunos son capaces de amar el caos y la decadencia.» -Mario Vargas L...
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En ningún momento alejo su cuerpo de mí mientras las lágrimas corren una tras otra y empapan su camiseta. Lo aprieto con fuerza más cerca de mí, como si él fuera lo único que me mantiene en el presente y evita que caiga en la pesadilla de mi accidente. Quiera admitirlo o no, Wanda lo ha hecho muy real, y no he podido soportarlo como creí que lo haría. Oigo la voz de Steve en mi oído, diciendo «Maddie, por favor no llores más. Estás bien, estás a salvo» una y otra vez, pero aquel tono de preocupación con el que habla sólo me hace querer seguir llorando.
—No estás allá —susurra sin soltarme—, ¿sí? Ya pasó...
Sin embargo, no puedo intentar calmarme aunque lo intente. Real o no, esto me duele tanto como la primera vez. Puedo sentir los escombros cayendo sobre mi cuerpo, oigo cuando retumban las paredes, la forma en que el polvo se atora en mi tráquea e impide que respire correctamente, el pánico y la ansiedad que llegaba con el pensamiento de no lograr salir nunca...Todo eso se amontona en mi interior hasta que viene la necesidad de liberarlo porque no lo podría soportar mucho tiempo, y lo hago a través de las lágrimas. Me parece que otra vez seré arrastrada a aquel abismo negro y la historia se repetirá hasta que no quede nada de mí.
De mi garganta salen sollozos fuertes, aunque la mayoría de ellos son ahogados en el cuello de Steve, que es donde mi cabeza se esconde. Su calidez es lo único que me hace saber que estoy en mi habitación de la torre, no en una biblioteca debajo de escombros, no en un viejo consultorio de animales. Con el tiempo, su voz y la forma en que sus brazos me sostienen con firmeza, hace que mi llanto disminuya hasta ser casi imperceptible. Sólo quedan unos sollozos que agitan mi cuerpo de vez en cuando.
—Nunca debí haberme ido —dice, aunque sus palabras pierden volumen contra mi hombro, donde descansa su cabeza. No sé si me sigue consolando a mí o yo a él—. Pensé... Dios, no puedo... Perdóname. —Siento una punzada en el estómago al escuchar su voz tan cargada de remordimiento.
Puedo notar que su cuerpo está tenso, lo cual me alivia un poco, pues eso significa que no he sido la única afectada por los poderes de Wanda. Comienzo a cuestionarme si habría ahorrado todo este dolor al contar la historia yo misma, pero esos pensamientos se alejan ante la idea de que, para hacer eso, tendría que mirarlo a los ojos mientras hablara. No me siento capaz de responderle, el nudo que tengo en la garganta sólo me haría llorar de nuevo, tan sólo permanezco ahí unos segundos, tratando de procesar todo esto que ha sucedido. Él debería estar con la cápsula, montando guardia como dijo que haría, y, en su lugar, está aquí conmigo, negándose a dejarme sola.
