41. «La batalla de Washington»

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MARATÓN 3/4

—Despejaré el área para ustedes —informa Sam, Falcon, en dirección a la ventana—, puede que todos hayan oído las palabras del Capitán, pero algunos son simplemente tercos como para escuchar. —No bien termina de hablar cuando se lanza por la ventana y extiende sus alas metálicas que lo dirigen hacia arriba.

Ante la mención de aquella palabra siento que me miran, no, que me queman, dos pares de ojos, ambos azules. Volteo la cabeza sólo lo suficiente para saber que Rogers y mi hermana me observan con una ceja levantada, cruzados de brazos.

—¿Qué? —cuestiono, un tanto ofendida—. Falcon no se refería a mí, lo saben. —Coloco las manos sobre mis caderas; ellos no cambian su postura—. ¡Oh, por favor! Vámonos, ¿alguien más recuerda nuestra misión? Muévanse.

Giro sobre mis talones, dándoles la espalda y comenzando a correr. No es como si los fuera a dejar atrás, porque ellos en menos de un minuto ya están detrás de mí. Estos dos conocen el edificio mejor que yo, no puedo arriesgarme a estar por mi cuenta y terminar en el lugar equivocado.

Me pregunto si será buena idea pasar por todas estas personas como si nada. Digo, no es que podamos borrarles la memoria o algo... Es que podrían revelar dónde estamos si son del bando equivocado. No digo ni hago nada cuando veo que mi hermana tampoco les presta atención. Ella sabrá lo que hace. O eso espero.

—¿Ahora hacia dónde? —pregunto, corriendo como puedo detrás de Rogers.

Se gira y veo que está por responder cuando oímos a alguien detrás de nosotros.

—Debemos separarnos—me dice él—, o no podremos quitárnoslos de encima... Lo que hay que hacer es llegar a los helicarriers. No importa cómo, estaremos ahí antes de que se nos agote el tiempo, ¿entendido?

Muevo la cabeza de arriba abajo, una vez que lo hago, Rogers hace un gesto con la cabeza y echa a correr mientras que yo me dirijo en dirección opuesta. Separados, ellos tienen menos posibilidades de detenernos. O al menos eso quiero creer. Para cuando más hombres llegan, no hay rastros del Capitán, en su lugar, estoy yo, ya que no he podido alejarme lo suficiente.

—¡Ahí está! —gritan, acercándose hacia mí.

Me vuelvo de metal de inmediato, aunque lo que hago es utilizar el arma para detenerlos lo suficiente. Mi puntería apesta, sin embargo, lo que importa ahora mismo no es que alguno de mis tiros acierte. Sujeto con fuerza la pistola y aprieto el gatillo. Seguidos de un ruido, veo destellos que salen del cañón y llegan a estrellarse contra el suelo, justo frente a los tipos que quieren capturarme. Por instinto, comienzan a retroceder, mientras que yo no me detengo hasta asegurarme que no queda una sola bala. Sacudo la pistola, vacía, y la lanzo frente a ellos, tomando esa diminuta ventaja para comenzar a correr.

Las escaleras están al otro extremo del edificio y me tempo que no cuento con el tiempo suficiente, sin mencionar que tal vez termine lastimándome la rodilla. Para mi suerte, a la distancia veo el elevador como mi oportunidad para llegar a donde serán lanzados los helicarriers. Coloco mi mano entre las dos puertas metálicas, evitando que se cierren. Aprieto el botón que tiene el número más grande y espero, jadeando, a que esta caja me lleve sin complicaciones.

Cuando pienso que tendré un par de segundos para descansar, el elevador se detiene diez pisos antes.

—¿Qué demonios...? —murmuro al ver que las puertas se están abriendo. Me quedo vigilando, en busca de la presencia de alguien más, aunque lo único que recibo es que me lancen una piedra.

«¡No es una piedra!», exclamo en mi mente; las piedras no botan humo a través de un agujero. Entro en pánico al verla y me obligo a salir del elevador, no lo pienso dos veces y salto, las enormes puertas han estado a punto de aplastarme un pie por una milésima de segundo.

Being There For You | Capitán AméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora