—Otro día, ningún progreso —dice entre dientes mientras arroja su auricular sin importarle dónde caiga.
—¡Adelante, puedes romperlo! ¡No es como si esa tecnología valiera una fortuna o algo! —exclama Tony, aunque ya está muy lejos como para que se pueda oír. Este deja escapar un bufido y recoge el aparato que, para su suerte, llegó a terminar sobre el sofá.
Natasha se queda desconcertada tras observar la escena. Había vuelto hace varias semanas, con el mismo propósito que tiene el resto del equipo. Es evidente que no está muy entusiasmada con la idea, pero sus amigos necesitan toda la ayuda posible. No es su obligación, claro está, pero así se siente cuando se trata de la amistad, ayudarse mutuamente es parte de lo que conlleva. Incluso si implicara hallar a una chica que había intentado matarla en el pasado.
—¿Qué le ocurre? —pregunta ella—. ¿Acaso no debería sentir alivio porque la chica muerta que encontramos no es Hill? Digo, no lo sé... —Se encoge de hombros, dejándose caer en un sillón.
—No es eso —responde Steve—, con esta, ya es la trigésima cuarta vez que dejamos la torre en busca de Maddie. —Suspira, quitándose el casco—. Se vuelve algo frustrante con el tiempo, y no la culpo.
Hoy han viajado a un pueblecito de Canadá, durante una tormenta de nieve, donde una chica había sido reportada como perdida. Tony, María, Steve, Natasha y Clint fueron en su rescate, buscaron en toda el área, con la esperanza de que esa chica desparecida fuese la que ellos han estado buscando por meses. Pasaron horas en el frío, inspeccionando cada rincón del pueblo: en los callejones, tiendas, restaurantes... Estaban por volver a la nave —la mayoría de ellos, excepto unos cuantos que se negaban a irse aún—, cuando pasaron por un bar que tenía el letrero de «Cerrado», aunque les llamó la atención de aquel lugar fue un olor peculiar que se colaba por una ventana abierta. Natasha decidió entrar, contando con el resto del equipo como refuerzos por si algo salía mal, aunque no les permitió poner un pie dentro de ese sitio. Se dejó guiar por su nariz, frunciendo el ceño en cuanto el olor se intensificaba, lo cual la dirigió a la parte trasera del bar. Allí encontró a una joven tendida en el suelo, con la piel blanca como un papel, y los ojos abiertos. No respiraba. Natasha observó bien su rostro y todo alrededor del cuerpo. Sólo tuvo que ver las agujas a su alrededor y supo lo que había pasado. Además, fue capaz de confirmar que no se trataba de Maddie. Después de dar la noticia a su equipo, hicieron una llamada anónima a la policía local y desaparecieron de allí.
—Iré a hablar con ella —informa Romanoff, aunque Rogers la detiene con su voz.
—Déjamelo a mí.
Mientras algunos se sienten aliviados de tener todavía la posibilidad de que la pequeña Hill se encuentre con vida, su hermana mayor no ve aquello como una razón para tranquilizarse hasta la próxima vez que los aparatos de Tony avisen de una posible pista, sino como otro intento fallido. ¿Cuántas chicas verán hasta dar con la correcta? El tiempo se les acaba; nadie sabe en qué condiciones puede estar, no se puede estar seguros de que, cuando la hallen, esté en perfecta salud y esperándolos para irse de ahí. Al contrario de las siete jóvenes que habían rescatado, Maddie no decidió huir de casa con su novio. Ella nunca haría algo así. Amaba demasiado a sus padres y a su hermana como para provocarles un susto innecesario. María sabe que, donde sea que esté, la tienen retenida por su voluntad. ¿Cuál otra razón existiría para explicar cómo es que no está en Washington ni en Nueva York, que son los únicos lugares a donde ha viajado en toda su vida? Su hermana menor necesita su ayuda, y, hasta que no la encuentre, nada podrá traerle paz.
—¿Me dejas pasar? —pregunta Steve, tras tocar con sus nudillos el marco de la puerta.
María levanta la vista del escritorio para mirarlo. Su rostro no expresa emoción alguna, como la mayoría del tiempo. Para que alguien más sepa su estado de ánimo, hay dos cosas: que sea alguien que la conozca desde hace años, o que sus propias palabras sean las que lo informen. Es una ventaja para ella de vez en cuando. Puede estar triste o molesta, pero nadie le haría hablar de ello porque no lo sabría. Algunas veces, les hace creer a las personas que ella nada ni nadie puede hacerle sentir algún tipo de emoción, aunque esos casos no suelen molestarle. Ahora mismo, sin querer, su comentario ha dejado en claro que no está tranquila, sino todo lo contrario.
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Being There For You | Capitán América
Fiksi Penggemar«Nunca digas que amas a alguien si nunca has visto su ira, sus malos hábitos, sus creencias absurdas y sus contradicciones. Todos pueden amar una puesta del sol y la alegría, sólo algunos son capaces de amar el caos y la decadencia.» -Mario Vargas L...