48. «Pánico»

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Una patada en el estómago. Así se siente, más o menos, al ver que la joven sigue sin hacer el más mínimo movimiento. Maddie no puede terminar así. De ninguna manera. No podría soportarlo. Los latidos de él aumentan y con ello su desesperación. Toma el rostro entre sus manos y vuelve a sentir el frío de sus mejillas, susurra su nombre una vez más, con la esperanza de que abra los ojos y lo mire. Sin embargo, eso no pasa.

Aceptarlo no es una opción. Desde que se había enterado de su ausencia, le prometió a María, y a sí mismo, que la traería de vuelta a su hogar. La chica que tiene justo frente a él, no se parece a la que conocía, aunque sí se trata de ella. Sólo le es difícil asimilarlo. Cuando se ve muy seguido a una persona como ella, tan viva, fuerte, especial, decidida..., es chocante encontrársela en un estado así. Como si ya no hubiera dado para más. Esta persona luce bastante distinta a la mujer que antes había dejado claro que no necesita ayuda de nadie. «Maddie... ¿Por cuánto has pasado?»

Desabotona el primer botón de aquel enorme abrigo húmedo, para luego colocar dos de sus dedos en la parte superior de su cuello —tropezándose con un collar raro— en busca de pulso. Los segundos pasan, y su corazón no parece estar latiendo. «Por favor, por favor, por favor», son las únicas palabras que Steve puede formular, seguidas de la negación ante el hecho de que Maddie ya no esté. Un segundo más transcurre, hasta que un golpecito debajo de los dedos de Steve lo pone en alerta. Se calla, espera y presta atención. Otro golpecito. Es consecuencia de los latidos de su corazón que, débilmente, aún bombea sangre por su cuerpo.

Entonces deja salir todo el aire en un suspiro de alivio. Mira al cielo y susurra un «Gracias» con los ojos cerrados antes de volver la vista a la chica. Ahora, sabiendo que está todavía con vida, verla así se le hace un poco menos difícil. La toma en sus brazos con cuidado, temeroso de lastimarla de cualquier manera, y se mueve con lentitud por donde había venido.

«La encontré —dice, a través de su comunicador—. Está inconsciente..., débil y helada.»

«Puede ser hipotermia —responde Tony—, debemos tratarla con urgencia. Estaré ahí en un minuto.»

En efecto, Stark está ahí un minuto después, observando más de cerca el cuerpo de la chica.

—Jarvis, temperatura corporal —demanda, a lo que Jarvis comienza a escanear a la joven que ahora está siendo sostenida por los brazos metálicos de la armadura del científico.

«Se estima una temperatura de 28.5°C, señor.»

Tony maldice bajo su aliento antes de salir volando directo hacia la nave. Una vez dentro, coloca a Maddie sobre uno de los asientos reclinados y se aleja para encender el vehículo. Sin tomarse mucho tiempo, aprieta una secuencia de botones hasta que la calefacción comienza a funcionar. Transcurren unos minutos, cuando Natasha, Clint y Steve entran a la nave también. Todos ellos tienen una expresión de asombro y angustia, aunque ninguna como la de este último.

—Hay que quitarle ese abrigo —habla Stark—, está húmedo y sólo empeora su estado. —Dicho esto, Natasha se acerca a Maddie y comienza a desabotonar la enorme prenda.

—Listo —comenta ella—, ¿ahora qué?

—¿Jarvis? —llama—. La calefacción está al máximo, en estos minutos debe haber subido al menos un grado... ¿Cómo está su temperatura?

«28f.5°C. Me temo que no hay variaciones, señor.»

La nave despega y se eleva por los aires a gran velocidad. Mientras tanto, el interior de esta se ha sumido en un silencio total. Todos se han despojado de sus abrigos y los han colocado sobre la muchacha inconsciente, sin embargo, esto no parece haber tenido ningún efecto sobre ella. Hasta que Tony recuerda algo y se reprende a sí mismo por haber tardado tanto tiempo en pensar en aquella idea. ¿Cómo es que no se le había ocurrido primero que todo? Su armadura tiene la capacidad para darle el calor suficiente en lo que regresan a Nueva York.

Being There For You | Capitán AméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora