35. «Reencuentro con Nick Fury»

8.8K 595 187
                                    

Rebusco en mi memoria el camino de vuelta a la habitación donde vi a Fury. Recojo mi camiseta de la mesita y me la coloco, con mucho esfuerzo para no gemir de dolor. Una vez vestida, decido que es momento de irme. Al abrir la puerta, ésta choca con algo, impidiéndome la salida. Tan pronto como sucede, Steve me mira y se aparta hasta que yo paso.

«¿Es posible que se haya quedado afuera hasta que me despertase?», me gustaría preguntárselo, porque mis ganas de saberlo son tan grandes que sólo me hace falta abrir la boca para que aquellas palabras se escapen.

—Ya podemos hablar con Fury y con Hill —me informa, caminando a mi lado.

Hay veces en las que doy un paso en falso y me voy de lado, y en todas esas ocasiones he visto que Steve se pone en posición para sujetarme en caso de que haga falta. ¿Qué tan grande habrá sido mi dosis de anestesia?

María mueve una cortina, revelando la habitación de Nick Fury. Hay varios medicamentos en la mesita junto a él, no dudo que necesiten tanto para traer a alguien de la tierra de los muertos.

Nos movemos dentro de la habitación, vacilantes, para después tomar asiento en dos sillas que están cerca de la cama. Primero me dejo caer sobre una de ellas, más tarde, Steve imita mi acción.

—Por fin han llegado —comenta él, observándonos.

—Habríamos llegado más temprano, pero sería a un cementerio en vez de aquí... —murmuro. De verdad es él.

—¿Cómo se siente? —pregunta Rogers con el ceño fruncido, cruzando los brazos sobre su pecho.

Oigo que suspira antes de hablar, sus manos se mueven hasta quedar una sobre otra. Supongo que a Nick Fury no se le puede matar... Aunque no es que ahora se vea bastante bien; tiene el rostro magullado, una venda en la cabeza, un yeso... Nada que no resulte doloroso de ver.

—Laceración en la columna, fractura de esternón, clavícula hecha trizas, hígado perforado... —enumera. De pronto, ya no me quejo de la herida que tengo en un costado— y una jaqueca espantosa.

Hago una mueca cuando termina. Definitivamente, eso no es algo por lo que una persona pasaría y que luego continúe con vida. Mi teoría de los fantasmas aún no termina de caerse.

—No olvide el pulmón colapsado —le recuerda el mismo doctor que me atendió.

Él suspira.

—No lo olvido —le dice, casi como si fuera una burla—. Fuera de eso, estoy bien.

El filtro que tengo, que es el encargado de que no hable de más, desaparece y deja mi boca a merced de cualquier cosa que mi cerebro piense. Comenzando por:

—Eso no es posible —refuto—, no fui la única que vio cómo se le paraba el corazón...

Y, sin quererlo, recuerdo el momento exacto en que busqué refugio en los brazos de Steve; cómo él no dijo nada, sino que me confortó e hizo lo que pudo para mantenerme así. La sensación extraña en la boca del estómago vuelve a mí. Gracias a Fury por seguir hablando, ya que no soportaría un silencio junto con mi nueva hilera de pensamientos. Incluso bajo la cabeza en caso de que termine sonrojada.

—Tetrodotoxina B... —dice, como si eso lo explicase todo—. Disminuye el pulso a un latido por minuto. Banner la desarrolló para el estrés. —Por un momento, recuerdo lo agradable que resultaba ser la asistente del doctor Banner—. No le funcionó —«Qué extraño»—, aunque a nosotros sí.

Una vez explicado lo de la tetrodo... eso, empiezo a preguntarme en qué ocasión le habrán suministrado esa cosa. Quizá lo hicieron a plena vista, y, como hay más medicamentos en el quirófano, es posible que nadie se haya dado cuenta. La capacidad que tiene Fury de ocultar las cosas me asusta.

Being There For You | Capitán AméricaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora