Capítulo 26

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—Hola señorita ocupada—dijo Alex y volteé para ver dónde estaba pero no podía mover mi cuello—. Calmada, tienes que estar quieta porque te están curando.
—¿Curando?—dije extrañada. Vi a un hombre con el ceño fruncido viendo hacia mi cuello. Al parecer estaba curándome.
—Si, fue una cortada, no muy grabe.
—¿Qué sucedió?—dije viéndolo a los ojos.
—Nada de lo que te quieras enterar en este momento—pasó su mano por mi rostro y se inclinó para darme un beso—. Te amo.
—Yo también te amo Alex...

Desperté y me levanté rápidamente pero el dolor de cabeza hizo que me volviera a recostar y apreté los ojos.
—Tranquila tranquila—dijo una voz masculina que me pareció conocida. Abrí un poco los ojos y lo vi frente a mi—. Todo está bien, ya estás a salvo.
—¿Dónde estamos?—dije sin energías. Todo mi cuerpo estaba entre dolor y adormecimiento.
—En el hospital Adele. Te trajimos aquí para que te revisaran.
Volteé a verlo de nuevo con los ojos entrecerrados y entonces lo recordé. Era el amigo de Simon...¿pero cuál era su nombre?
—Tienes que descansar. Intenta volver a dormir—dijo tomando mi antebrazo.
Levanté mi mano y descubrí que cualquier movimiento era causa de dolor. Vi mi muñeca vendada, volteé a ver la otra y estaba igual. Toqué mi cuello lentamente y sentí la tercera venda. Me dieron ganas de llorar.
—Estas bien—dijo él al verme a punto de llorar—. Solo te desinfectaron la herida y te pusieron unos ungüentos en los moretones. Nada que un poco de hielo no mejore.
La realidad me invadió de golpe y los recuerdos hicieron que me acelerará.
—¿Y Simon? ¿Dónde está? ¿Está...?—dije empezando a temblar.
—Relájate también lo trajeron y lo están curando. Su herida si fue un poco más profunda pero estoy seguro de que estará bien.
—¿Qué le pasó?
—El loco le encajó la navaja. Pero los trajimos de inmediato para acá.
—Escu...—mis energías eran muy pocas— escuché un disparo.
—El policía disparó antes de que te desmayaras. Le dieron a Josh en el brazo para que se alejara de Simon. Ya ha de estar refundido en la cárcel con un brazo agujereado jaja.
—Quiero... Ver a Simon.
—Creo que debes dormir un poco más y después podrás verlo. Perdona que te diga esto pero cuando te encontramos estabas hecha un desastre. Necesitas reposo.
—¿Me viste? ¿Cómo estaba?
—Pues si te vi... Uno de los policías salió contigo en brazos. Estabas casi desnuda y desmayada, los moretones y tu piel tan pálida. Sé que no nos conocemos desde hace mucho pero en serio sentí horrible al verte así. También lamento que al despertar me veas a mi pero digamos que no tengo número de tus familiares o amigos.
—Que no se enteren, ya les...les contaré después.
—Duerme Adele. Es por tu bien.
No tuvo que decirlo dos veces. Segundos después ya estaba dormida.

*Pasado*
(Día del accidente)

—Dejémosla descansar—dijo la enfermera y se llevó a mi madre afuera de la habitación.
Espere máximo diez minutos para asegurarme de que ya no estuvieran cerca. Con cuidado me puse de pie. Caminé con el suero en la mano y salí de la habitación. No había nadie en la sala de espera ni en los pasillos adyacentes. Caminé sin ningún rumbo pero tenía que encontrarlo. Alex no podía estar muerto. Sabía que lo iba a encontrar en otra habitación, con el mismo suero que el mío, me vería con una sonrisa y me diría: "¿que tal cariño? Casi no salimos de esta". Intenté averiguar en qué habitación estaba cuando dos enfermeras y un enfermero caminaron por el pasillo al lado de mi con una camilla, y sobre ella una persona cubierta con una sábana blanca.
—Tenemos que llevarlo a la sala A-12—dijo una de las enfermeras.
—Nombre...—le respondió la otra.
—Alexander Sturrock. Muerte veintiuna treinta horas hoy mismo. Accidente automovilístico.
Me paralicé. Simplemente creo que dejé de respirar. Volteé a verlos, la mano de Alex se asomaba de la sábana y entonces me desplomé. Me puse a llorar en silencio y volví a mi habitación. Ahí, ya recostada de nuevo en la incómoda cama me puse a llorar a todo lo que da.

*Presente*

Desperté en la habitación del hospital, el amigo de Simon ya no estaba. Quería ir a ver a Simon... Empecé a levantarme cuando escuché voces afuera de la habitación. Me detuve para escuchar lo que decían.
—Simon Konecki, hemorragia—dijo una mujer.
—¿Hora de fallecimiento?—dijo otra y mi corazón cayó al piso.
—Diecisiete horas...
—No...no no no—empecé histérica—¡No!

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