La belleza es un conjunto de imperfecciones que unidas solo se vuelven una cautivante perfección.
Un pequeño palacio de cristal donde el sol vertía sus rayos como los escritores volcaban las emociones al papel.
La calidez me envolvió en un suave abrazo, uno que invitaba a cerrar los ojos y dormitar un rato.
Situado en el corazón del parque, entre pinos cuyos ápices parecían acariciar las nubes y cuyas ramas se entrelazaban como los hilos al tejer, una pequeña laguna artificial rodeaba al invernadero. Para cruzar era necesario pasar por en viejo punte de madera que parecía resquebrajarse un poco más con cada paso dado.
Un puerta francesa se encontraba abierta al final del camino, y al traspasar la entrada de aquel castillo de vidrio una fragancia se impreganaba en el aire.
No era como ningún otro invernadero en el que había estado antes. Allí las enredaderas llegaban hasta la cúpula y no había más que un mar de rojo y verde. Solo había rosas. Parecía que se habían olvidado de la existencia de un centenar de flores más o estaban realmente enamorados de una sola clase. De cualquier forma no podía culparlos.
Como un cuento que cobraba cierta vida al ser leído, un susurro estremecedor y una sonrisa a la distancia, estar ahí me hizo sentir inexplicablemente bien. Satisfecha en una forma.
Quería inmortalizar la imagen en una fotografía con tantas ganas como querría deshacerme del recuerda de esa carta más tarde.
Rebecca:
Tenías dos opciones, pero parece que ninguna fue lo suficientemente buena para ti. Nada parece serlo, pero puedo asegurarte que suplicarás que me detenga.
Tragué fuertemente el nudo que se había formado en mi garganta antes de hacer un pequeño bollo con el papel. Mi mano se convirtió en un puño y la guardé en el bolsillo de mi abrigo con una exhalación temblorosa.
La carta, de quien sea que fuera, decía más en una oración que lo que podrían haber dicho miles de archivos policiales o cualquier diario en la web.
La caja de terciopelo y aquella cruz cobraron sentido con esto. Alguien había amenazado a Becca. Alguien realmente la estaba persiguiendo, buscando y exigiendo algo que solo ella podía darle.
Ella tenía que estar viva.
Escondida en alguna parte.
Con la vista fija en las rosas me di cuenta de que eran tantas como el abanico de posibilidades que se extendía ante mí. Un millón de espinas de por medio se asemejaban a los obstáculos por venir, pero sabía, muy en el fondo de mi ser, que cualquier corte valía la pena si al final tenías un de esas flores en tu manos. Si al final tenía a mi hermana conmigo.
—Lo estás haciendo mal —dijo una voz a mis espaldas.
Me estremeció cada fibra del cuerpo con tan solo esas palabras. Me giré para observar esos ojos que, no sé por qué, me hacían pensar en la primavera siempre que los veía.
Debí tener un serio problema con las estaciones.
—¿Qué cosa? —pregunté cautelosa, aún apretando la carta dentro de mi bolsillo.
Su mirada recorrió el invernadero. A pesar de la indiferencia que expresaba hacia mi persona, logré notar una emoción distinta en cuanto sus hombros parecieron relajarse y su mirar suavizarse.
Empezó a caminar. Pisaba firme pero silencioso.
—Admirar —contestó como si sus palabras fueran certeza y nunca duda—. Lo estás haciendo mal. Admiras de la forma equivocada.
Me quedé muy quieta por un momento, midiendo esas palabras.
—Sé admirar la belleza de las cosas —repliqué ligeramente a la defensiva—. Pero, sobre todo, la fealdad de las mismas.
Eso llamó su atención. Nos sustuvimos la mirada en silencio y note que la curiosidad se asentó en sus facciones.
—¿Desde cuándo se admira la fealdad o la crueldad de algo? —inquirió.
—Supongo que desde nos dimos cuenta que no todo es estético e indiscutiblemente bueno en la vida. —Me encogí de hombros.
—Es una forma de ver las cosas —se limitó a decir en una principio antes de añadir:— Entonces, ten cuidado con las rosas —advirtió antes de que las yemas de sus dedos acariciaran los pétalos de una flor—. Pueden seducirte, pero si tocas una espina, la belleza se transformará en dolor.
Tras cada oración que salía de sus labios persistía un doble sentido, más de un significado.
—Algo puede ser bello y doler al mismo tiempo —objeté.
—Pero entonces ya no vale la pena admirarlo, ¿o sí?
Eso tenía el nombre de Becca escrito entodas partes. Lo noté no solo por cómo lo dijo, sino por cómo me miró.
—Tal vez sí —reflexioné cautelosa.
—Pero, de todas formas, aún lo estás apreciando mal. —¿A qué se refería?—. Como también me estás juzgando mal.
Estaba demasiado cerca, a solo dos cortos pasos de distancia.
Abrió la palma de su mano revelando la cruz. Mis ojos se clavaron en la sádica frase grabada en ella. Por la carta que había recibido supe que Killian Bates no era un sospechoso. Ni siquiera formaba parte importante de la vida de Rebecca Rosewood.
Solo era el extraño chico con el que compartía un balcón.
No fue solo la carta, fue verlo por primera vez. Desde que lo analicé a bordo de Glimster supe que él no había sido el responsable de la desaparición de mi hermana, pero eso no quitó en su momento que pudiera estar involucrado.
Aún así era un extraño. Había algo de lo que no me estaba percatando.
—Sé que tú no fuiste —señalé en voz casi inaudible.
Las yemas de mis dedos rozaron su piel al tomar el colgante. Una corriente de electricidad recorrió mi columna vertebral ante el simple e inocente tacto entre manos.
—Ya te lo dije, Rebecca —recordó antes de dar un paso atrás. La capa de seriedad aún seguía intacta, al igual que aquella singular indiferencia que cubría su mirar esmeralda—. No gasto mi tiempo en gente como tú.
Con eso me dio la espalda y se alejó.
Desapareció antes de que pudiera formular otra oración.
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El cuenta mitos de Becca
Teen FictionEl cielo y el infierno se han fusionado, es hora de correr.