Capítulo 43

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A veces las mentiras son mejores que las respuestas sinceras.

Narra Becca

Él estaba envuelto en unas sábanas blancas, recostado en la cama de hospital mientras leía una novela policial que le pertenecía a mamá.

Levantó la vista de las letras impresas, sus ojos grises me observaron por lo que duró un suspiro antes de cerrar el libro sin apuro.

Se sintió como si un aspiradora me estuviera sacando todo el aire del puto cuerpo. No parecía para nada sorprendido que verme. Lo que vi en su expresión fue cotidianidad y una pequeña dosis de molestia.

Hacía un año que había marchado, ¿y lo único que hacía al verme luego de doce meses era mirarme por media milésima de segundo? ¿Ni siquiera se dignaba a aparentar emoción o llanto?

Y yo que me había arriesgado a que Glenn me quitara todo el dinero solo para venir a verlo... Bastardo.

A medio camino de la ruta nacional 124 me había llegado una fotografía del diario matutino de Shinefalls, en el que se resaltaban dos heridos en una carrera ilegal. Glenn me lo envió a propósito, porque sabía que mi hermano corría en aquella pistas y era la carnada perfecta para atraerme de nuevo a este infierno, y lo hice para encontrar que el chico con el que me crié era un maldito desagradecido.

—Volviste —observó—. ¿Estás de broma o qué te pasa?

—¿Es todo lo que tienes para decir? —espeté furiosa.

Frunció el ceño.

—Estás loca, Becca. ¿Qué te picó?

—¡¿Qué diablos te pasa a ti?! ¿Ni si quiera vas a disculparte? —Quería una disculpa por su falta de reacción al verme.

¿No le importó que huyera?

—¿Por lo que dije de Meredith? —preguntó, pero antes de que puediera responder añadió:—No lo haré, pero pensé en lo que dijiste y creo que puedo perdonarla.

—Definitivamente el choque te ocasionó daño cerebral. —Me crucé de brazos—. ¿Perdonarla por ir detrás de hombres necesitados, patéticos, pero algo algo de dinero? No puedes hacer las paces con la esencia de una zorra. Es lo que es.

¿Qué había hecho esa cazafortunas para cambiar la opinión de mi hermano? No tendría que haberme ido. Le lavó el cerebro. Además de fregar el piso es de las pocas cosas que hace bien.

Félix parpadeó hacia algo a mi espalda y, al seguir la trayectoria de sus ojos, me encontré a mi padre: seriedad, tristeza y cólera, todo se mezclaba en su rostro.

—Papá... —susurré, sin ser capaz de reprimir la sonrisa.

Lucía justo como lo recordaba y ya quería tirarme a sus brazos cuando noté que había oído todo, y aún peor, no iba a perdonarme tan fácilmente. ¿Pero era un comentario algo más grande que yo regresando a casa? No. No podía estar enojado de verme, fueran las que fueran las circunstancias.

—Tu atrevimiento es increíble. No te eduqué para que fueras una decepción de persona.

Me quedé de piedra, sintiendo por un segundo que la amaba más a ella que a mí.

—¿No están felices de tenerme de vuelta en sus vidas? —inquirí con recelo, intercalando la mirada entre ambos.

—En este momento, todo lo contrario —dijo Carter, frío.

—¿Saben qué? Pueden irse al infierno —espeté resentida, sintiendo el odio abrirse paso entre mis entrañas.

Salí de la habitación con los ojos aguados, pero no lloraría por una familia que prefería defender la moral de la vil mucama antes que abrazarme.

Entonces, un mensaje llegó.

De: Glenn.

Sabía que aún tenías un trozo, negro y diminuto, de corazón como para ir a ver a tu hermano. Ahora, ya no tienes opción.

—Hijo de puta —dije, para luego escribírselo en respuesta.

Él había llegado a los setenta y cuatro mil dólares antes que yo. Todo fue una distracción que no valió la pena.

Necesitaba recurrir a alguien que no pudiera traicionarme y tomar las riendas otra vez.

Para mi suerte, sabía a quién acudir.

El cuenta mitos de BeccaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora