Capítulo 20

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¿Siempre fueron bestias o solo se convirtieron en unas ya entrada la desolación?

Sus ojos eran cafés, pero no de esa tonalidad calidad que ansías en el invierno. Eran fríos, como una taza olvidada en el rincón más lejano de una cafetería. Sus dedos se enroscaron alrededor de mi cuello con más fuerza.

—¿Quién diablos eres? —demandó colérico, con la venas de su propio cuello y sienes hinchándose bajo la piel—. Sé que no eres Rebecca —añadió en un susurro, inclinándose hasta que sus labios rozaron mi pómulo.

Mis ojos se abrieron con alarma al escuchar la verdad deslizarse de su lengua. Un secreto en manos ajenas era tan letal como la propia muerte. Mis uñas arañaron la piel oliva de sus manos y antebrazos, anhelando y necesitando aire. Él me soltó bruscamente de repente, antes de ponerse de pie. Inhalé con necesidad y comencé a toser mientras rodaba sobre mis maltratadas costillas, escupiendo algo de sangre.

Su figura se elevó alta y corpulenta en la penumbra. Su cabello era del color del carbón, fácil de camuflar en la oscuridad que se cernía. Mi corazón aún latía con rapidez, ni siquiera se estaba recuperando del ataque cuando él avanzó.

—¿Quién eres? —insistió con dureza.

Sus manos hechas puños a sus costados fueron algo horrible de ver. Mi sangre le teñía los nudillos.

—Su hermana —dije con un hilo de voz.

Él se quedó estático, esos puños parecieron aflojarse. El pecho le subía y bajaba muy lentamente, al contrario de lo que pasaba con el mío. Traté de incorporarme pero desistí en cuanto escuché alguno de mis huesos crujir y los músculos tiraron internamente al borde del ardor. Lo único que llegué a hacer fue arrastrarme sobre las hojas secas hasta que mi espalda quedó presionada contra el tronco del secuoya.

—¿Quién eres tú? —pregunté en respuesta, cautelosa.

Era evidente que no volvería a ponerme una mano encima. Al menos, para mí. Toda su ira hacia mi persona, hacia la real yo, se había disipado, pero de todas formas seguí temblando por el ataque. Mi cuerpo no parecía creerle a mi mente cuando esta le decía que ya no había más peligro. La adrenalina seguía vertiéndose en mis venas.

—¿Dónde está Becca? —indagó ignorándome.

—Es lo que he venido a averiguar.

Él se puso en cuclillas frente a mí. Sus ojos perforaban los míos, como si quiera sacarme todos mi secretos a la fuerza.

—No sé cuáles son tus verdaderas intenciones, podrías estarme mintiendo justo ahora, o tal vez no, pero de ninguna forma voy a ser parte de tus juegos —advirtió con voz afilada y serena—. ¿Dónde está Becca? —repitió lentamente—. ¿Dónde crees que está?

—No lo sé —confesé con sinceridad—. Vine a Shinefalls para saber la verdad. Quiero encontrar a mi hermana, y tu también lo quieres, no soy tu enemiga aquí. —Traté de convencerlo—. Podemos ayudarnos mutuamente.

Un silencio sepulcral reinó entre nosotros, creció tanto como un abismo en el espacio y se llevó consigo cualquier otro sonido que no fuese el de nuestras respiraciones. Sabía que estaba entre la espada y la pared, el extraño sabía mi secreto y ahora pendía de sus manos, pero algo realmente interesante y esperanzador había salido de todo aquello.

Por primera vez desde que había llegado a Shinefalls alguien me había querido hacer daño, no por ser Becca, sino por no serlo.

Él se preocupa por ella. La quiere. Conoció esa parte en ella que era digna de recibir amor.

—Amit. —Suspiró y sus hombros temblaron ligeramente—. Me llamo Amit. 

—No pareces sorprendido de que Becca tuviera una gemela, Amit —señalé llevando mi mano a mis costillas y haciendo presión. Dolían bastante.

—Ella guardaba muchos secretos —respondió con simpleza.

Algo en su mirada destelló con nostalgia. Parecía tristemente agotado, con absolutamente nada en común con el muchacho que me atacó.

—Ella no sabía que tenía una gemela —conté—. No lo sabe, en realidad —corregí con velocidad—. Me enteré de su existencia hace un año, cuando desapareció, y ahora intento descubrir que fue lo que pasó en realidad.

Él no se fiaba de mí, era evidente el recelo en su forma de observarme, pero ya no me veía como una gran amenaza. Meditó mis palabras por un rato, mientras yo intentaba estabilizar mi corazón.

—¿Por qué adueñarse de su vida? —preguntó al final.

—Porque es la única forma de acercarme a quien la hirió —susurré.

Mis ojos se perdieron entre los confines del bosque y su laberinto de ramas. Un mudo silencio volvió a envolvernos, pero no fue como el primero. En este ambos estábamos preguntándonos qué ocurrió con ella, y si volveríamos a verla.

—¡Rebecca! —Una voz llegó a través de los árboles. Mi cuerpo se tensó mientras observaba a nuestro alrededor en el intento de ver al dueño, pero la oscuridad reinaba en todas direcciones—. ¡¿Dónde estás?!

Lo reconocí y me erguí de inmediato.

—Es el oficial Oliver —murmuré con cierto pánico que de forma inmediata descarté—. Vete, ahora —ordené—. No puede saber que tú me... me golpeaste. Vete.

Pasos se oyeron cada vez más cerca, y apareció un faro de luz. El chico se incorporó rápidamente, listo para correr entre los árboles, pero lo detuve. Mi mano agarró con fuerza la manga de su chaqueta. Necesitaba saber cómo lo había hecho.

—¿Cómo supiste que no era la verdadera Becca? —pregunté sin aliento.

—Es fácil reconocer a quienes amamos —dijo—, y a quienes no.

Con eso desapareció.

El cuenta mitos de BeccaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora