Capítulo 17

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Un atardecer donde se entrelazan los colores es como un corazón donde se cruzan todas las almas de quien uno quiere.

Peligrosas e indescifrables

Es tan fácil mentir, dejar que las palabras se deslicen de la punta de tu lengua y se transformen en una realidad. Es un don, algo que puede marcar la diferencia entre el bien y el mal, salvar o perder.

Mis mentiras no me preocupan porque puedo controlar las consecuencias. Sé cómo engañar a las personas, ¿pero ellas saben cómo engañarme?

Tengo un mal presentimiento, una idea que se convirtió en un temor que ha usurpado mi cabeza en los últimos días. ¿Se puede conocer totalmente a una persona?

Ellas no me conocen, no en realidad. Por lo que jamás sabrán si miento o no, lo que callo y lo que oculto, qué es verdad y qué es ficción. ¿Pero conozco realmente a la gente que me rodea?

Los miro, me miran.

Les hablo, me hablan.

Les miento, ¿me mienten?

Tengo miedo de lo que pueden ocultar un par de ojos, ser incapaz de descifrar qué es real y qué no.

Cerré mi computadora dejando el diario de Becca y sus inseguridades atrás. A duras penas había logrado conciliar el sueño esa noche. Los problemas pueden consumirte cuando hay quietud y oscuridad, sin distracción y nada más que hacer. Estar contigo mismo a veces es un problema.

El jefe, el organizador.

Las palabras de Félix se repiten y no les encuentro sentido. ¿Cómo puede un chico de preparatoria estar a la cabeza de semejando evento? ¿Qué clase de poder podías ejercer? ¿Cómo había llegado hasta ahí y por qué?

No sabía que La Boca del Lobo tenía comandante, y jamás me hubiera imaginado que era el muchacho que estaba cruzando el balcón. Pensar que todo squel tiempo él me podría haber advertido de Félix me hacía hervir la sangre, y luego llegaba aquel perturbador pensamiento: como competía el hermano de Becca lo haría el hermano de alguien más... El nieto de alguien, el amigo, el novio, el sobrino y el hijo de una mujer.

¿Bates era consiente del peligro que corrían todas aquellas personas?

Sabía que lo hacían por voluntad propia, pero si Killian tenía poder, el podría detener aquel oscuro lugar a las afueras de Shinefalls, frenar el mundo de la clandestinidad.

Aunque claro, siempre habría alguien más que quisiera volver a abrirlo. Eso me hizo cuestionarme un montón.

Todo cobraba sentido si recordaba sus ojos. Cuando la aversión se adueñaba de su mirada y el abismo se abría paso dilatando sus pupilas, todo encajaba, parecía ser la clase de chico que hacía esas cosas. Sin embargo, luego lo recordaba contándome una moto griego bajo la luz de la luna y un par de estrellas.

Las personas a veces parecían tener tantas caras como un par de dados.

¿Cuándo miente?

¿Cuándo es verdad lo que dicen sus labios?

¿Cuándo quiere? ¿Cuándo no?

¿Odia?

¿Ama?

Cada persona era una galaxia completa, una inmensidad de agujeros negros. Con diferentes planetas, con cientos de colores, con tantos meteoros como estrellas fugaces.
Cada uno era su propio universo, y si ni siquiera conocía el mío era imposible llegar a conocer una mínima parte del de alguien más.

Un golpe me sacó de mi ensimismamiento. Meredith abrió la puerta con cautela.

—¿Puedo guardar tu ropa, Becca? —preguntó insegura—. Disculpa, volveré más tarde —se retractó con rapidez, pero la frené.

—No hay problema, pasa —pedí.

Su cuerpo se tensó. Tardó unos segundos en decidirse, pero cuando abrí la puerta en su totalidad no pudo negarse.

Ella cargaba un canasto repleto de prendas recién planchadas que desprendía olor a lavanda. Lo depositó al final de la cama antes de comenzar a sacarlas de ahí y guardarlas.

Sus ojos me contemplaron con  sorpresa cuando tomé un par de pantalones y comencé a ayudarla.

—No es necesario, es mi trabajo —murmuró cabizbaja.

—¿Tienes algún día libre? —ignoré su modestia y aproveché para preguntar.

Desde que había llegado a Shinefalls ella parecía vivir para trabajar, no trabajar para vivir.

—No, no lo tengo —respondió en voz baja, con sus ojos evitándome—. Carter me los ofreció, pero necesito el dinero extra. —Sonaba incómoda conversando sobre el tema.

—Creo que podrías mantenerte  económicamente a ti misma y tener algunos días libres también —argumenté, cuidadosa con cada una de mis palabras.

Aún necesitaba averiguar qué era lo que había entre la mucama y Rebecca, y por qué ella le tenía tanto pavor a mi hermana.

—Tengo a una hija que mantener —indicó, como si estuviera recordándomelo. Al ver mis mejillas cubiertas de rubor agregó—. Está bien, no me ofende.

Las comisuras de sus labios de elevaron y por primera vez una sonrisa real se instaló en su boca.

—Una hija —repetí—, con más razón deberías estar con ella y no trabajando tanto.

Ella se paralizó, un recuerdo se atravesó por sus ojos a la velocidad de la luz. Pareció recordar con quién estaba hablando.

Con quién creía que hablaba.

—No necesito que me lo repitas. —Su voz salió sorprendentemente fría y la desconfianza se instaló en su mirada—. Perdón por molestarte —añadió antes de tomar el canasto de ropa limpia y esfumarse por el umbral de la puerta en silencio, cabizbaja otra vez.

Estaba desconcertada, ¿qué había mencionado que había traído los fantasmas del pasado al presente?

Todo el mundo parecía tener secretos con Becca.

Y Meredith no era la excepción.

El cuenta mitos de BeccaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora