Sabrás lo que es desear la muerte, querer invocarla y que te arrastre hasta el fin de esta tierra cuando te arrebate todo lo que llamas felicidad.
Era de noche cuando la brisa sopló suavemente, meciendo las hojas con lentitud. Las pocas estrellas eran salpicaduras de pintura blanca en aquel lienzo azul, donde la luna era la protagonista que se robaba las miradas y los susurros de los espectadores.
Mi balcón se elevaba tras los árboles, entre cuyas copas se alzaba el satélite y podía ver la gran cúpula de cristal del invernadero sobresalir a lo lejos. El parque, a pocas cuadras, me transmitía tranquilidad.
Sabía a donde ir si lo necesitaba.
Por un momento mi mente se despejó, pero por más cautivada que podía tenerme la noche, no podía evitar pensar en los problemas.
Glenn y su rehén.
Stella y su fiesta.
Meredith y su terror hacia Becca.
Los mensajes anónimos.
La policía.
James D' Charles.
El oficial Oliver.
Félix.
Mi cabeza era una bomba de tiempo y no tenía la certeza de cuándo explotaría. Temía que detonara antes de lo esperado, que mi plan para encontrar a mi hermana se cayera a pedazos. Necesitaba seguir con la búsqueda, encontrar respuestas en los detalles. ¿Pero cómo hacerlo si me ahogaba en un mar de problemas?
De mentiras.
Me enfoqué en un grupo de estrellas cuando la puerta francesa de Killian se abrió.
Humo llegó a envolverme, haciéndome toser mientras él daba una calada a su cigarrillo y se apoyaba en la barandilla.
Me tensé. La incomodidad se extendió, pero sentí que era la única que la percibía dado que él se mantenía imperturbable.
Intenté ignorar su presencia. No podía negarle salir a su balcón y algo me decía que solo mencionar el tema luego de sus crudas palabras en los corredores de Liver High traería problemas.
Lo mejor era irme, pero no lo hice.
Aguanté porque Becca jamás hubiera cedido ante la presencia de nada y nadie.
—Son las pléyades —murmuró con voz serena. Mis ojos buscaron los suyos, curiosos—. Ese puñado de estrellas en la constelación de Tauro, son las siete pléyades —explicó al notar mi desconcierto.
—Solo veo seis.
Él dejó salir el humo de sus labios.
Los latidos de mi corazón se apaciguaron al no percibir un ataque verbal de su parte. Parecía tan calmado.
—Los griegos solían contar que las pléyades era siete hermanas, hijas de
Atlas y Pleione. —Su cabello capturaba el plateado de la luna, que definía el contorno de sus rizos contra las sombras—. Orión se enamoró de ellas, y como buen cazador, comenzó a perseguirlas. Estaba cautivado por las siete mujeres, tanto que aquel amor se convirtió en algo nocivo y peligroso. Era obsesión en su más puro y perturbador estado.Cuando no había rastro de ira o indiferente en su voz, sonaba realmente suave. Una caricia hecha de palabras.
—Las pléyades, asustadas, pidieron ayuda a Zeus. Él las convirtió en palomas y ellas volaron tan alto que llegaron a transformarse en estrellas. Maya, Electra y Taigeta fueron amadas por Júpiter, sus hermanas Alcione y Celene tuvieron a Neptuno como amante mientras que Astérope a Marte.
Su cigarrillo fue casi cenizas, y el humo a nuestro alrededor se esfumó de a poco.
—Falta una —dije, evidenciando cuánta atención le estaba prestando.
—Mérope —respondió, y me pareció notar un ligero movimiento en la comisura de sus labios, como si hubiera sonreído por un segundo—. Ella se enamoró de un mortal, se casaron en secreto y la castigaron por amarlo. Le quitaron su brillo, su luz. —Mi mirada se trasladó a las hermanas que alguna vez fueron más que puntos brillantes—. La séptima estrella está, aunque para muchos es invisible.
—No pueden verla, pero su esencia aún permanece en el cielo —finalicé—. Es triste que castiguen a alguien por amar a una persona.
—No fue solo por amar, Rebecca —corrigió—. Fue por mentir.
Por un momento, gracias a la intensidad de su mirada, creí que estaba acabada, que sabía mi secreto. Me sentí identificada con Mérope.
¿También me castigarían por mentir?
—Su secreto no hizo daño, fue por amor — argumenté.
¿Yo engañaba a todos por amor? ¿Estaba segura de amar a alguien que no conocía? ¿A una hermana a la que le había usurpado la identidad?
—Se supone que el amor no tiene secretos.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza cuando me sostuvo la mirada otra vez. ¿Por qué no podía ser transparente? Hubiera dado lo que sea por ser capaz de echar un vistazo a sus pensamientos con la facilidad en que la luna se reflejaba en sus pupilas.
—¿Por qué me odias? —La pregunta salió sin permiso de mi boca, precipitada y casi desesperada por encontrar respuesta alguna.
El silencio se alzó entre nosotros. ¿Qué hizo Becca como para recibir cada día de su vida aquella mirada tan gélida e infeliz?
Entonces, un ruido irrumpió en el aire luego del crujir de varias ramas. Mis ojos volaron en dirección al patio trasero, donde una figura caía de cuclillas.
El encapuchado se echó a correr, saltando la valla de la casa vecina.
—Félix —reconocí, cuadrando mis hombros de golpe.
Sabía que iba a rumbo a aquella boca de lobo a encontrarse con sus secretos. ¿Esto hacía todas las noches?
—Debo irme —dije antes de entrar al cuarto de Becca y tomar mi chaqueta junto a las llaves del auto.
Subí el cierre antes de salir al balcón nuevamente y lanzar mi pierna sobre el borde, lista para bajar por el árbol más cercano. Sin embargo, unas firmes manos me tomaron por la cintura antes de arrastrarme otra vez a la solidez de la losa.
—¿Qué diablos crees que haces? —Los ojos de Killian se convirtieron en una peligrosa advertencia.
Me miró como si estuviera loca.
—Voy a seguir a Félix —repliqué antes de apartar sus manos de mí, preocupada—. Solo Dios sabe en qué está metido.
Era la oportunidad de saber qué era lo que ocultaba tras aquellos ojos repletos de aversión que me observaban a través de la mesa a la hora del desayuno.
—Sé a dónde irá —sentenció—. No te puedo dejar ir, no ahí.
¿Él sabía lo que hacía el hermano de Rebecca?
Me arrebató las llaves del automóvil en un pestañear, y antes que pudiera protestar añadió:—No es lugar para ti ni para nadie.
—Entonces acompáñame —pedí.
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El cuenta mitos de Becca
Dla nastolatkówEl cielo y el infierno se han fusionado, es hora de correr.