Capítulo 34

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Por venganza y por amor, las almas se pierden en un abismo de mentiras.

La campanilla de Blue Rose sonó cuando atravesé el umbral de la concurrida y pintoresca cafetería. Sentí miradas, pero varios se habían acostumbrado a la presencia de la supuesta Becca otra vez, así que algunos dejaron de ver al cabo de los momentos.

No por eso dejaron de susurrar, eso sí.

La encontré sentada en un taburete de la barra. Llevaba tacones a las cuatro de la tarde. Su cabello rubio y planchado parecía recién salido de la peluquería. Todo en ella parecía tan estructurado, como un plan seguido al pie de la letra. Debía esforzarse mucho por verse así. Me pregunté si lo hacía por otros o por sí misma.

Con cada paso que daba me volvía a preguntar el porqué no había revelado que Amit me atacó aquella noche.

—Hey, Sarah —llamé con una suavidad que inmediatamente supe que Becca no utilizaría. Me aclaré la garganta tratando de disimular—. Necesito hablar contigo.

Sus labios rosados hicieron una mueca ante mi presencia. Me estudió con la mirada por un tiempo, en silencio.

—No tengo nada que hablar contigo. —Abrió su bolso y rebuscó dentro antes de sacar un billete y dejarlo junto a su taza medio vacía.

—Pero sí con tu madre, ¿verdad?

Sus dedos se arrugaron sobre los diez dólares, casi haciendo del billete un bollo.

—Aléjate de mí, Rebecca —advirtió.

La seguí mientras se escabulló entre las mesas, directo a la salida. Una ráfaga de viento me estremeció en cuanto estuvimos en la vereda. Estaba esforzándome por seguirle el ritmo. 

—Sé que viste lo que ocurrió esa noche —insistí—. Solo te pido cinco minutos, habla con...

—Ya no eres quien da las órdenes aquí —interrumpió dándose la vuelta para enfrentarme—. No quiero verte, hablarte y mucho menos pasar un segundo más contigo.

En sus ojos brilló el rencor. 

—Solo dime el motivo. —Pedí tomando su codo cuando intentó marcharse otra vez—. Eres amiga de Stella y ambas sabemos que si se enterara de que lo que hizo Amit se retorcería de alegría hasta en la tumba.

La hermana de Killian no conocía límites sobre venganza. Si ella supiera sobre el ataque, el rumor ya hubiera llegado a mis oídos y ella hubiera declarado un punto a su favor.

—A veces es mejor guardar un secreto ajeno que contarlo, nunca sabes cuándo servirá a tu favor, pero tú eres experta en eso, ¿o me equivoco, Becky? —dijo con desdén.

Dejé ir mi agarre sobre ella. Las palabras se sintieron como una bofetada, me hicieron sentir terrible.

—Rosewood —llamó una voz masculina.

—Sherrif Trainor —saludé tratando de disimular mi sorpresa y disgusto. Su hijo me caía bien, pero él estaba lejos de hacerlo.

Los ojos del hombre eran como un túnel sin salida ni fin, tan oscuros como un abismo y penetrantes como una bala.

—Lamentaría interrumpir algo, pero veo que te han dejado sola —remarcó, observando a Sarah aprovechando la oportunidad para marcharse—. Si tus presuntas amistades suelen darte la espalda deben tener sus motivos, ¿eh? —añadió con una sonrisa pequeña y mala.

—En otras palabras, cree que las personas no son el problema, sino soy yo.

—Así es. Tu regreso ha ocasionado demasiados... —Buscó la palabra indicada tras un breve silencio—. Disturbios. Si fuese tú, tendría cuidado, aún hay personas que no superan el pasado.

—Debo irme —me excusé, incómoda.

—Recuerda que tu caso aún sigue abierto y quedan demasiadas preguntas que responder. Fue gusto verte, Rebecca.

—Lo mismo digo, oficial...

Lo que ocurre tras sus ojos

Sé lo que soy, lo que pienso y llego a sentir, pero ¿cómo saber lo que esconden los ojos de los demás?

Una persona es un mundo de secretos, nunca llegas a saberlos todos a pesar de que te adentres en lo más profundo de sus corazones.

Algunos dicen
te quiero, cuando en realidad su alma exclama que te odia. Otros se disculpan cuando la verdad es que el rencor es tan fuerte como inevitable en sus cuerpos. Varios mienten, engañan y tejen una telaraña de secretos en la que caes y de la cual jamás vuelves a salir.

¿Se puede saber quiénes son sinceros y quiénes no con solo una mirada?

Solo tienes dos opciones, confiar con los ojos vendados o huir.


Porque
en nuestra galaxia, nuestro planeta, y nuestros más allegados. no se puede confiar.


Las palabras de mi hermana rondaban mi mente, las recitaba en mis adentros como si fueran parte de una antigua canción. A pesar de todo lo que Rebecca aparentaba, ella era muy profunda en sus escritos.

Sabía expresar con exactitud sus temores y parecer valiente al mismo tiempo.

Muchos veían a una muchacha superficial que disfrutaba de los males ajenos. Cuando en realidad, era su modo de defensa, una fachada para ocultar la profundidad de su dolor y su pasado. Deseaba conocerla cada vez más, tal vez era un pensamiento tonto, pero creía que nos entenderíamos mutuamente.

Era tarde cuando llegué al hogar de los Rosewood. El olor de la comida casera llegó junto a un par de voces. 

Sin embargo, no eran cuatro platos en la mesa.

Eran ocho.





















El cuenta mitos de BeccaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora