Capítulo 42

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El latido de su corazón era lo único que me traía paz en momentos de tormenta.

—Será mejor que me vaya —murmuré.

Pensar en Rebecca me impedía tener el alma libre de culpa. No podía seguir mirando a Killian como lo estaba haciendo, deseando saber a qué sabrían sus labios.

Él quería a mi hermana, no a mí. Pensaba que era ella, y mi verdadera esencia para él no existía.

Obligué a mis piernas a funcionar, pero solo llegué a la mitad del balcón cuando su mano rozó mi codo.

—No intentes evitarme —pidió—. No intentes evitar lo que va a ocurrir.

—Nada va a ocurrir.

—Ya ha ocurrido antes.

Su voz era terciopelo. Si me hubiera susurrado las palabras al oído me hubiera deshecho al instante.

—¿Qué cosa? —Sabía que debía marcharme, pero eso requería luchar contra el magnetismo.

—Desearte.

Sus ojos rutilaron con una emoción que a mí me era prohibida. El silencio reinó por largos segundos, que más tarde se me harían cortos, antes de que me apartara. Me apoyé barandal y miré el cielo en el intento de absorber su presunta estabilidad.

La luna resplandecía en un cielo negruzco, que se ocultaba bajo capas de nubes de tormenta. Por el color ceniza se traslucía la luz que desprendía el satélite. Las estrellas se habían escondido con una efectividad que anhelaba para mí misma.

¿Qué tan bien se podían esconder los sentimientos por alguien?

Él se apoyó a mi lado. Por un tiempo nadie dijo nada.

—Selene es la personificación de la luna, hermana del sol Helios y la aurora Eos.

Reprimí una sonrisa al oírlo. Sus historias no solo eran entretenimiento. Killian articulaba la fantasía con la realidad, hablaba de nosotros en código, con mitos de por medio.

—Una noche, Endimión, un humilde pastor, se refugió en una gruta en el monte Latmos para descansar. En el cielo Selene paseaba en su carruaje de plata, y cuando su luz entró en la cueva, lo vio dormir. Fue instantáneo, se enamoró y descendió de las alturas. Endimión fue despertado por el roce de sus labios y toda la caverna se iluminó con la luz plateada de la luna al tiempo que emergió una pasión vehemente.

Se delizo hasta quedar detrás de mí y sus brazos emergieron a cada lado para rodearme en un abrazo. Cerré los ojos e inhalé despacio. Me dije que, en cuanto terminara el relato, volvería a la realidad.

—Selene subió al Olimpo y rogó a Zeus que le concediera a su amado la realización de un deseo. Él aceptó, y Endimión, luego de meditarlo, pidió el don de la eterna juventud y poder dormir en un sueño perpetuo, del que solo despertaría para recibir a Selene.

Pegó sus labios a mi cuello y, si no fuera porque me estaba sosteniendo, hubiera caído y atravesado la tierra, directo al inframundo para averiguar si Hades era real, si existía la posibilidad de ser Selene por un instante.

—Desde entonces, Selene visita a su amante dormido, y cada noche lo despierta con un beso.

La cálidez de su pecho era exquisita. Besó mi mejilla y mi corazón se contrajo ante la dulzura de su acción.

Jamast me había sentido de esa forma.

Jamás había estado tan cerca sentirme como en casa cuando ni siquiera tenía una

—Hasta la luna tiene deseos, Rebecca —insistió.

Rebecca.

Rebecca.

Rebecca.

Me aparté con lentitud.

—Desear no es necesitar —repliqué con voz queda—. Buenas noches, Killian.

Narra Becca

—¿Félix?

El cuenta mitos de BeccaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora