Capítulo 31

10.4K 1.6K 300
                                    

La duda es un mal que afecta todas las mentes humanas, sin excepción nos hace titubear en los momentos más inoportunos.

Félix guardaba un profundo rencor contra Becca, pero aún así jamás rompería la última promesa que le hizo a su madre.

Stella tenía odio para dar de mil maneras distintas, pero ella necesitaba a Becca en Shinefalls para vengarse, no fuera de él.

Meredith podía tener una mirada cargada de culpa y vergüenza, pero jamás le arrebataría a Carter su hija sabiendo lo que es el amor de un padre.

Todas las opciones se evaporaron a mi alrededor. Necesitaba saber quién quería a Rebecca fuera del juego, y para eso debía armar la trampa perfecta. Necesita con desesperación que el responsable cayera.

Tenía que existir una forma de ponerme al límite, así sería capaz de ver quién terminaría por empujarme al abismo. 

Sabía que a este individuo le gustaba jugar, entonces creé el juego perfecto, pero para ejecutarlo necesitaba ayuda de quien menos estaba dispuesto a dármela.

Todo, de a poco, iba cobrando sentido. Exceptuando las palabras de Mary en sus últimos minutos de vida.

La corona de Australis tiene un linaje impuro.

Aún no le encontraba relación alguna con mi pasado o el de mi hermana. Por lo que había investigado, Corona Australis era una constelación, pero los demás datos que figuraron me marearon. Aquella descripción no tenía relación alguna con una clase de linaje impuro. Las palabras no tenían sentido en mi cabeza ni en ningún contexto.

Alejé el pensamiento al oír el crujir de las puertas francesas del vecino. Killian apareció con un cigarro entre los labios.

—Te busqué esta mañana luego del incidente —dije apartando la vista. Me sentía avergonzada de que pensara que en verdad estaba involucrada con el profesor—. Quiero explicarte lo que sucedió entre D'Charles y yo.

—No necesito explicaciones. —Se encogió de hombros, sacando un encendedor de su bolsillo—. Acciones dicen más que palabras, Rebecca.

Dio una calada y se apoyo contra el barandal. Por un momento me quedé viendo los brazos llenos de tinta, intentando descifrar qué sentimientos oía en su voz. 

—Hubo algo entre nosotros antes de que me marchara. Intenté terminarlo cuando regresé, pero él es... Insistente —dije de todas formas—. Gracias por lo que hiciste hoy.

Nuestras miradas chocaron con la suavidad en que mecía el viento a las hojas. No vi dureza en el verde de sus ojos, sino cierta sorpresa.

—Nunca antes te había escuchado dar las gracias —confiesa, alejando el cigarro de su boca, olvidándolo por un momento.

—¿Quieres que te lo repita? —pregunté burlona, arqueando una ceja y dejando en evidencia que su estupefacción resultaba divertida.

Entonces, me sonrió con picardía. 

Nada tan pequeño había tenido un efecto tan inconmensurable en mí hasta ese segundo.

—Ya no tienes razones para decirlo —expuso

—Puedo dártelas.

Esa vez fueron sus cejas las que se enarcaron. Al instante en que noté la indecencia con la que había malinterpretado mis palabras me apresuré a añadir:—Necesito saber todo lo posible sobre la constelación de Australis. Si me ayudas, estaría agradecida. Esa clase de... de agradecimiento.

—No dejaría escapar la oportunidad de escucharte decir gracias otra vez —aceptó con un asentimiento de cabeza, acercándose—. Australis es una constelación que se puede ver desde el Hemisferio Sur. Se dice que es de estrellas débiles y está integrada a la constelación de Sagitario, ¿conoces esa? —preguntó, y en cuanto tosí dejó caer el cigarrillo y lo pisó sin apuro, luego volvió a centrarse en mí.

—La del signo zodiacal.

El reprimió un sonrisa ante eso.

—Es tan básico que se refieran a las estrellas con esa mierda del zodiaco.

No lo pude evitar, me reí.

—Lo siento, pero no soy una mente maestra de la astrología —me quejé.

—No me gustaría que lo fueras, sino no podría enseñarte estas cosas —replicó con obviedad antes de levantar su mano y alcanzar mi mentón. Me estremecí de pies a cabeza, pero intenté disimularlo—. Intenta unir las estrellas, armar figuras con su brillo —pidió haciendo que mirara el cielo nocturno—. Imagina lo que puedes crear con una simple línea de puntos.

Observó mi perfil sin pudor. Podía sentir sus ojos ir y venir sobre mis lunares, confeccionando constelaciones sin nombre aún. Su mano dejó ir mi rostro pero dio un paso más cerca. Sentía su aliento en mi cuello cuando se inclinó.

—¿De qué estaban hechas las coronas antiguas si no eran de metales preciosos? 

No me creía capaz de enfocar mi atención en hacer un recorrido histórico cuando lo tenía tan cerca, pero me las arreglé para pensar de todas formas.

—Flores o laureles.

Asintió el silencio. Se tomó unos segundos para saborear el silencio.

—La corona de laureles perteneció a Quirón en la mitología griega —relató con aprobación a mis palabras—. Era un centauro por demás de inteligente que actuaba como una especie de cuidador y médico en la ciudad. Su madre era hija del océano y su padre el mismísimo Cronos.

El espacio se redujo en cuanto volteé para mirarlo. Estábamos a solo centímetros.

—¿Hay algo que no sepas sobre las estrellas? —dije con la voz entrecortada.

—Conozco todas las que pueden ser vistas desde aquí —aseguró en voz baja—. Sé los secretos de todas esas, menos de la que está frente a mí.

Mi corazón pisó el freno.

Y sus labios...















El cuenta mitos de BeccaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora