Capítulo 44

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Amar a nuestro enemigo es amar la destrucción, y soy bueno destruyendo cosas.

—¿No compartieron ni medio milímetro de saliva? —indagó Tyler apoyado contra su camioneta—. Porque ya inventé un ship: Jillian. Aún no sé si estoy autorizado a usar tu verdadero nombre mientras estemos en Shinefalls, así que tomé solo la inicial. Soy un genio.

Desear no es necesitar.

No podía quitarme la idea de la cabeza. Killian creía desearme, pero en realidad deseaba a Becca, y no podía ceder ante su petición. Si me acercaba demasiado se metería más profundamente bajo mi piel y lograría un desequilibrio. Me enfocaría más en él que en encontrar a Rebecca, y eso no podía suceder bajo ninguna circunstancia.

Ella estaba primero. Siempre.

Una alarma empezó a emitir un pitido desde el asiento del piloto. Tyler se inclinó para sacar por la ventanilla su tablet.

—¿Qué es eso?

Estábamos frente a Liver High, y debía admitir que había estado buscando a mi vecino con los ojos. Eso tenía que parar.

—Me conecté a las cámaras de seguridad del hospital para saber quién visitaba a Félix. —Rodeó el auto para llegar a mi lado. Su ceño se frunció—. Y, con un básico sensor virtual de movimiento que instalé, me llega una advertencia cuando alguien que no sean las enfermeras o doctores aparecen. Esos los descarté con reconocimiento facial, así que, si un resucitado Sherlock Holmes o tu acosador favorito deciden aparecer, lo sabremos. Este es solo Carter. Me gusta vigilar cuando aparece en caso de que nos de una pista sobre Meredith o la Rebecca de verdad.

El detective que el hermano de Becca había contratado y la misteriosa persona tras las amenazas hacían de nuestros días una novela policial.

—¿Cómo...? —empecé, pero decidí abandonar la pregunta al saber que no comprendería la respuesta. Tyler era en verdad un genio de la informática—. Gracias por hacer esto por mí. A veces siento que arriesgas demasiado y estás posponiendo tu vida por todos mis planes.

Me lanzó una mirada de advertencia.

—Tú me cubres la espalda y yo la tuya, a toda hora y sin quejas, así funciona la amistad, pequeña J.

Le sonreí y me encaminé de nuevo al instituto. El descanso del almuerzo estaba a punto de terminar.

—¿Becca? —dijo alguien de forma insegura, hablando tan suave que creí que las palabras provenían del viento.

Pixie comenzó a caminar a mi lado. No miró a los ojos, sino únicamente a su libro de francés.

—Hola, ¿cómo estás?

Nadie solía acercarse demasiado a mí. Todavía se susurraban los pecados que había cometido mi hermana por los pasillos.

—Escuché lo que le ocurrió a tu hermano.

Un muchacho se apresuró por su lado, chocando su hombro y yéndose sin pedir disculpas. A veces no entendía a la gente. Disculparse nunca tomaba más de dos segundos, y aunque fuera una forma trivializada socialmente, era signo de educación. ¿En qué momento nos habíamos quedado hasta sin eso?

—Solo quería decirte que, si necesitas algo, puedes llamarme.

Mi cabeza se volvió hacia ella. En realidad, mi cuerpo entero. Intenté identificar si aquello era como ese «lo siento» que había perdido su valor, pero había sinceridad en sus ojos.

Creí que esa era su forma de pagarme por las palabras de aliento que le había susurrado cuando Stella la usó para que se acostara con Killian y rompió la relación que tenía con su novio.

—En realidad, necesito un compañero de estudio. —Me encogí de hombros y detuve frente a las puertas dobles acristaladas, a través de ella vi a Sarah, que me tenía entre ceja y ceja—. ¿Qué tal te va en álgebra?

Por un lado me sentía mal por usarla a medias, justo como Stella, pero necesitaba saber más de la fiesta de caridad de los Bates y sobre la chica que nos estaba mirando con tanto detenimiento.

¿Por qué no le había dicho a nadie que Amit me había golpeado?

—Apesto. Tal vez puedas ayudarme o deprimirte conmigo.

—Deprimirse suena bien.

Por un segundo ninguna dijo nada. Solo compartimos una mirada que prometía una confianza futura. Tal vez, en otras circunstancias, podríamos ser amigas. Sin embargo, el momento se destrozó en cuanto oí un débil pero familiar pitido a la distancia.

Tyler ya no estaba recostado contra la camioneta y no podía apartar la vista de la tablet.

—¿Vienes? —insitió Pixie.

Mi amigo me buscó a la distancia. Estaba erguido, preocupado, pero sobre todo sorprendido y...

Asustado.

Pocas cosas asustaban a Tyler.

—Luego te alcanzo —dije con una sonrisa que esperé que transmitiera tranquilidad.

Retrocedí y, cuando la pelirroja atravesó las puertas, corrí de vuelta a él.

Que no le haya ocurrido nada a Félix, que no le haya ocurrido nada a...

¿A dónde crees que vas? —Me interceptaron.

El cuenta mitos de BeccaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora