El amor puede ser una fortaleza o una debilidad capaz de destruirte.
NARRA BECCA
—Esto se siente mal, no puedo hacerlo. —Glenn se rindió a través de la línea telefónica—. Estamos arriesgando demasiado.
Estaba nervioso, era notable. Menudo idiota.
—Si no arriesgas, no ganas —recordé girando el volante de su camioneta—. Ya me deshice del oficial, le inyecté no sé qué diablos. No recordará absolutamente nada —añadí con confianza, teniendo en cuenta que nada podía escaparse de mis manos en ese momento.
—Pero yo sí, Rebecca —respondió con un rastro de cólera—, y no quiero recordar lo que estoy por hacer, Dios.
—Hazlo por mí —pedí. Su instinto protector le jugaría en contra en cuanto me oyese—. Necesito largarme de aquí y sin dinero no puedo hacerlo. Dijiste que yo era tu prioridad, que ibas a mantenerme segura —repetí—. ¿Algo cambió en eso?
Un silencio se hizo presente en la línea. Él dudó, pensando cautelosamente su decisión.
—Prométeme que te marcharás luego de esto —pidió pausadamente al final.
—Siempre cumplo mis promesas.
Colgué.
Él lo haría.
UN AÑO ATRÁS...
Mis piernas temblaron antes de que perdiera el equilibrio y me deslizara contra la pared de ladrillos del callejón. La música en el interior del bar hacía zumbar mis oídos, mi cabeza estaba a punto de explotar, pero no me importaba.
Nada lo hacía.
Tomé lo que quedaba de mi segunda botella de cerveza antes de arrojarla furiosamente contra el asfaltado, miles de trozos de vidrio volaron a través del aire con un estruendo.
Solo había pasado un día desde que había dejado casa, y ya había recorrido suficientes kilómetros como para terminar en la pocilga de Londoncast.
Extrañaba Shinefalls, extrañaba la ciudad que me había dado una vida.
Aún podía ver en mi mente la primera vez que Carter había atravesado las puertas del orfanato, sus gentiles ojos encontrándose con los míos a la distancia. Mary, su esposa, me sonrió como nunca nadie lo había hecho. Fue la primera vez que me sentí en paz.
Ahora todo estaba en ruinas, cada recuerdo era solo eso, un estúpido recuerdo de lo que perdí.
Mi sangre hervía al pensar en aquel hombre, en el que me hizo dejar todo lo que alguna vez tuvo sentido en mi vida. Lo que más impotencia me daba era no saber quién era aquel diablo.
Si tan solo supiera su nombre podría hacer algo al respecto, podría hundirlo como el me hundió en este mar de miseria y odio.
Desde que cumplí diecisiete había comenzado a recibir cartas, obsequios, emails, flores. Todas con un ultimátum, siempre amenazando todo lo que quería y frustrando todos mis planes, hasta que un día cobró vida, las letras escritas en papel renacieron con una voz, una entidad.
Él atropelló a Meredith.
Él descompuso la motocicleta de Félix.
Él envió una tira sexual de Amit y mía a Stella.
Él robó todo el dinero de los Bates e inculpó a Carter.
Él hizo que la esposa de James se enterara de nuestro romance.
Él hizo todo.
Y me echó la culpa a mí, haciendo que todos me la echaran también.
Lo más doloroso fue que todo el mundo lo creyó y supe que tenía el poder para herir a las personas que quería. Me pidió mi firma, y hasta ese día nunca supe por qué haría todo eso por una simple firma.
Entonces huí, porque jamás le daría nada más luego de haberme inculpado de tan vil manera. Sabía que me pediría más y más, que comenzaría a lastimar a otros de formas peores.
Cob —la forma corta de cobarde que se me ocurrió para apodarlo por no mostrar su rostro—, era capaz de cualquier cosa a costa de conseguir lo que quería, y yo era capaz de todo a costa de salvarme.
Sacándome de mis pensamientos, la puerta trasera del bar se abrió revelando a un muchacho demasiado alto. Él lanzó una bolsa repleta de porquerías al basurero antes de limpiarse las manos con su delantal de cantinero.
Entonces, me miró.
Tirada en el piso húmedo de aquel callejón, apestando a alcohol y llorando impotente; mi cabello hecho un desastre, mi camisa sucia y abierta revelando el sostén, y mis medias de red tan destrozadas como yo. Fumando entre la noche y la tormenta que se aproximaba.
Él se quedó estático, tan perplejo que su corazón pareció detenerse. La sorpresa dilató sus pupilas mientras se acercaba cauteloso, sus ojos abriéndose incrédulos. Eran de color oscuro.
—¿Quién...? —interrogó inquietado—. ¿Eres tú, cie...?
—¿A quién le importan los nombres? —escupí, dándole una calada a mi cigarrillo—. El mío solo me trajo problemas, hombre.
—¿Quién eres? —repitió con más firmeza.
Parecía no poder creer lo que tenía frente a él: una patética chica de pueblo.
—Si insistes. —Me encogí de hombros antes de tambalearme sobre mis tacones y ponerme de pie con ayuda de la pared—. Rebecca Rosewood. —Mi voz salió demasiado aguda, el alcohol estaba haciendo efecto—. La huérfana que consiguió un hogar y se lo arrebataron. —Reí, él me sostuvo cuando comencé a tambalearme otra vez. Una fuerte punzada hizo doler mi cabeza—. ¿Ya mencioné que un idiota amenazó a los que quiero y por eso terminé hablando ebria con un barman en un callejón a las tres de la mañana? —pregunté sin poder controlar las palabras que salían de mis labios, pero sinceramente ya no me importaba absolutamente nada, ya no existía nada que perder.
Él pareció estremecerse ante mi pregunta.
—Pero eso es lo que hacemos los humanos y algunos animales, ¿no? Protegemos a la familia sin importar el precio. —Sonreí pensando en lo desastrosa que se había vuelto mi vida.
—En eso tienes toda la razón —concordó cauteloso y casi inaudible, antes de envolver su brazo alrededor de mí cintura para estabilizarme—. Llámame Glenn —pidió.
EN LA ACTUALIDAD
Desde aquel día Glenn había sido como un salvador, una oportunidad de volver a ver la luz mientras estaba sumida en oscuridad.
Él sabía la verdad, por todo lo que había pasado y todo lo que había hecho en la vida que dejé atrás, y lo más sorprendente es que aún seguía allí, conmigo.
Él deseaba con todas sus fuerzas que me largara de Estados Unidos y dejara mis demonios atrás.
Me detuve de golpe, pisando el freno rápidamente cuando un idiota paró de la nada. La sacudida hizo que mi sien se estrellara contra la ventanilla abierta. Sentí la sangre emerger sobre mi piel luego del impacto.
Bajé el parasol del asiento del conductor para observar el pequeño corte en el diminuto espejo y maldije. Al mismo tiempo una fotografía cayó de el.
Me quedé de piedra.
Era Glenn, y la que parecía ser yo.
La chica de la fotografía era idéntica a mí, pero podía jurar que jamás me había tomado aquella foto.
Era alguien más.
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El cuenta mitos de Becca
Teen FictionEl cielo y el infierno se han fusionado, es hora de correr.