"Cuanto más dulce el pecado, más amargo su pago."
Catorce meses atrás, jamás hubiera imaginado que terminaría así. La vida era una carretera que de recta no tenía nada, y ya estaba mareada de la brusquedad de sus curvas.
Intercalé la mirada entre los cuatro rostros mientras se deshacían de sus máscaras. La sangre bombeaba más lento en mi cuerpo o el tiempo de verdad estaba disminuyendo. Estaba conmocionada hasta un nivel de entumecimiento, pero me obligué a incorporarme despacio.
—¿Por qué? —pregunté en un hilo de voz.
Trazaron un círculo a mi alrededor.
—El ser humano es un individuo fuerte, Rebecca —habló Trainor con calma—, pero cuando se une con otros su poder sobrepasa cualquier cosa y persona. Todos tenemos razones individuales para estar aquí hoy, pero compartimos algo innegable, y eso es el odio que sentimos por ti.
Temblé. Me estaba sintiendo cada vez más pequeña, volviéndome loca con cada pequeño movimiento de su parte. ¿Qué oportunidades tenía de salir ilesa de esto? ¿Cómo sacaría a Gleen? ¿Lo iban a dejar desangrarse frente a mí como castigo?
—¡Rebecca! —gritó un desesperado Killian—. ¡¿Qué está pasando?! ¡¿Quién está contigo?! ¡¿Estás bien?!
Una descarga de puñetazos, patadas y empujones se oyeron ser arremetidos contra la puerta. Tomó mucho de mí no sollozar en voz alta que sentía no haberle contado la verdad antes, pero me concentré en lo que aún estaba a tiempo de hacer.
Miré a James.
—Te arriesgaste a estar conmigo y perdiste a tu familia. Intenté convencerte de luchar por ella, de cortar todos tus sentimientos por mí, pero no me oíste, ¿por qué estás aquí para castigarme de un pecado que cometimos los dos?
Se acercó.
—Porque eres un parásito, Becca. Todo lo malo que ocurre en este lugar es tu culpa.
Ahora sabía por qué Trainor se había negado a arrestarlo cuando Oliver lo llevó al departamento de policía. Trabajan juntos.
—Mi esposa me arrebató a mi hija, y aunque tengo la culpa de seguirte el juego por el cual las perdí, tú fuiste la que empezó con la estrategia de seducción en primer lugar —añadió con aversión.
—Y a mí me arruinaste años atrás —sumó Stella, la hermana de Killian, con la brisa arrastrando su cabello sobre sus delicados hombros. Para parecer tan frágil, era de las personas más fuertes que conocía, y no en el buen sentido—. Me quitaste a la persona que más quería. Éramos mejores amigas y te acostaste con mi novio. Entre tú traición y la de él, la tuya siempre dolió más. Confiaba en ti como una hermana... Y ahora quieres quitarme al único hermano de verdad que me queda. —Negó de forma entre divertida y dolida con la cabeza y desenfundó un arma de su muslo, dejándome sin aliento—. Zorra.
Silencio sepulcral se asentó en aquel círculo de carne y hueso. Las respiraciones fueron la melodía más aterradora y enigmática que jamás había escuchado, hasta que los golpes de Killian interrumpieron nuevamente.
—¡¿Stella?! —gritó desconcertado—. ¡Maldita sea, abre la puerta! ¡Hazlo!
—Siempre nos quitas a las personas que más amamos —retomó una nostálgica Sarah.
No era capaz de comprender qué hacía ella ahí. Podía no agradarle, ¿pero por qué odiaba a mi hermana de esa manera?
—Di-di la verdad —tartamudeó Gleen desde sus rodillas, desesperado—. Diles, por favor. No dejes que te lastimen. Diles.
Me partió el corazón ver las lágrimas de súplica en sus ojos cuando bajé la mirada.
Si les decía que no era la verdadera Rebecca Rosewood, tal vez pudiera salvarme, pero expondría a mi hermana.
Le había dicho que no quería verla nunca más, pero en el fondo sabía que era una mentira. Incluso si me apartaba de su vida, aún me preocuparía; seguiría preguntándome qué hacía en nuestro cumpleaños, quiénes la hacían sonreír y qué la hacía llorar.
Tal vez Becca era una mala persona, pero yo era buena. No sabía cómo dejar de querer a la gente. Ni en un millón de años la pondría en la línea de fuego solo para salvarme el pellejo.
—¡Cállate! —Bramó James a Gleen, y le lanzó una cruda patada en el estómago.
El moribundo gritó de dolor.
—¡Aléjate de él! —reaccioné, pero en cuanto intenté interponerme se oyó un arma ser cargada.
Luego, sentí el metal en la nuca.
—Un paso atrás, Rebecca —ordenó Trainor.
Su aliento estremeció mi piel e inhalé despacio. Estaba muriendo de miedo en vida.
—No lo harás —susuré con una fingida firmeza, pero la seguridad de la afirmación era real—. No vas a matarme porque quieres verme sufrir, aunque... Aunque no sé por qué. No te hice nada.
El comentario lo llevó a apuntar a Gleen.
Decenas de imágenes atravesaron mi mente en cuestión de milésimas.
Gleen sosteniendo mi mano para cruzar la calle de niños, él entrando sobre la punta de sus pies en la habitación de niñas para darme un beso de buenas noches o regalándome su almuerzo porque el mío no era suficiente para quitarme el hambre.
Su sonrisa, su reír, sus ojos.
Su sonrisa, su reír, sus ojos.
No lo pensé. Fue instintivo. Me moví y ese agujero negro por donde saldría la bala quedó fijo en mi dirección.
La bala salió dispara al mismo tiempo que la puerta se abrió.
El impacto me dio en el pecho.
Lo último que vi antes de caer fueron sus ojos primavera.
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El cuenta mitos de Becca
Roman pour AdolescentsEl cielo y el infierno se han fusionado, es hora de correr.