Capítulo 79

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"Los secretos son armas que matan a unos y salvan a otros."

La puerta se cerró.

Él me observó.

Me derrumbé a pesar de que ya estaba en el mismísimo suelo del infierno.

Su estado era fatídico. Llevaba el traje arrugado de hace dos noches atrás. A su camisa blanca, manchada con sangre seca, le faltaban los primeros botones y llevaba una de las mangas arremangadas hasta el codo. 

Era mi sangre, no suya.

Estaba deplorable, con ojeras que contrastaban con su pálido tono de piel, al igual que lo hacía la barba incipiente. Verlo así, drenado de energía, me consumió el corazón, pero lo que lo destrozó fue la profundidad de sus ojos y todo lo que tenían para trasmitir.

Ni siquiera hice el intento hablar. Primero porque las palabras no parecían tener el coraje de salir de mi boca, y segundo porque sabía lo que él exigiría antes que cualquier cosa.

—¿Quién eres? —preguntó en un tono monótono, como la voz de la estación de vagones donde nos conocimos.

La primavera en su mirada se había marchitado. El sol desapareció para darle lugar a la oscuridad furiosa y triste en partes iguales.

—¿Quién...? —Exhaló tomando una inhalación que podría haber hecho explotar su pecho—. ¿Quién eres?

Se estaba controlando, lo supe por la forma que cerró las manos en puños. Cerré los párpados esperanzada de ahuyentar las lágrimas, pero no se fueron. Cuando volví a verlo, seguían ahí, volviendo borrosa mi visión.

El mutismo se asentó, dejando que los pitidos de las máquinas y voces lejanas hicieran el patético intento de llenar el espacio.

—¿Tuviste el descaro de mentirme todo este tiempo pero no eres capaz de decirme tu nombre?

Su incredulidad me hizo encogerme en la cama, avergonzada. La culpa secreta que había estado almacenando dentro de mí fue expuesta a la luz, y por primera vez sentí todo su peso y magnitud. Me merecía cualquier cosa que fuera a decirme.

—Desde el primer momento en ese tren supe que había algo diferente en ti —empezó, y a pesar de la ferocidad con la que hablaba, sonaba frágil, como si estuviera pretendiendo ser lo suficientemente fuerte para tener esta conversación—. Ya no eras egoísta, cruel o rencorosa. Al principio, por las dudas de que fuera una trampa, intenté alejarme... ¿Pero cómo iba a dar un paso lejos de ti cuando eras tan malditamente extraordinaria? —Tragó saliva y dio un paso al frente—. No puedo culparte por ser la mejor persona que conocí en mi vida o por el hecho de que me tuviste en la palma de tu mano en el primer segundo que me miraste. Me hiciste quererte, y en este momento quiero odiarte como no puedes imaginarlo —confesó desdeñoso—. Pero el caso es que no puedo. Lo deseo con desesperación, pero soy incapaz. 

Su impotencia se adueñó de la habitación. Con Becca me había acostumbrado a ser odiada, pero lo que Killian dijo dolió más. Él necesitaba odiarme. Me estaba diciendo a la cara lo mucho que quería repudiarme.

—No fue fácil —susurré tratando que mi voz no se quebrara—. Estaba tan consciente de lo que hacía que todo lo que dije se sintió como una puñalada tras otra. Le hice creer a un padre que su hija estaba viva cuando podría no haberlo estado. Le di esperanzas que no sabía cómo transformar en certezas. Me sometí a ser odiada por todos sin saber por qué, me alejé del único hogar que conocí para adueñarme y lidiar con los problemas de ella. —El pitido de la máquina se aceleró mientras hablaba. Mi pulso se estaba disparando—. Pero entre todo este caos te encontré. Lloré por lo fácil que era estar contigo y lo difícil que era saber que me mirabas a través de un secreto. Mentirte fue terrible, Killian.

—Tendrías que haber confiado en mí. Tuviste miles de oportunidades para decirme la verdad. Podría haberte ayudado, podríamos haber evitado que te dispararan, por amor a...

—¿Decirte qué? ¿Que me había adueñado de la vida de alguien horrible que no conocía para salvarla de algo que tal vez ni siquiera era real? —Me limpié las mejillas con rabia—. ¡Tenía miedo! Cuando lo supieras no me verías de la misma manera, y aquí estamos. Pasó lo que temía y sé que lo tengo merecido.

Aflicción brilló en su rostro, recordando a Stella y que estaba involucrada con los responsables de que estuviéramos en el hospital.

—Te hubiera entendido porque sé lo que es el amor por un hermano, o al menos lo sabía.

Intenté controlar mi respiración.

—Jamás quise salvar a mi hermana a costa de la tuya —juré—. Intenté arreglar las cosas con Stella, pero jamás pensé que ella era parte de...

Dio un paso atrás.

—Tú no tenías que arreglar nada, Rebecca debía —corrigió recobrando el tono distante—. No tienes la culpa de nada de lo que ella hizo. Le arreglaste la vida. Transformaste el infierno en el cielo para ella cuando regresara. —Negó con la cabeza, entre sorprendido y nostálgico—. Solo tienes la culpa de haberte metido bajo mi piel, porque ahora soy incapaz de dejarte. Por eso mismo te ayudaré. No sería capaz de vivir conmigo mismo si algo te pasara, pero necesito que aceptes algo.

—Lo que sea.

—Cuando esto acabe, nosotros también acabamos.

Asentí despacio a pesar de que todo en mí quería rogarle que se retractara.

—¿Es lo que en verdad quieres?

—Es lo que tú también querrías si te hubieras dado cuenta que la persona que más quieres es también la que más odias.

Se marchó dejándome a solas con los latidos de mi corazón.

O lo que quedaba de él.

El cuenta mitos de BeccaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora