—Derek, ve a despertarla —le ordenó Luis—. Es hora de desayunar.
— ¿Por qué yo debo despertarla? —replicó él.
—Porque eres al único que no ha golpeado por haberla despertado. Creo que es justo que tengas tu iniciación —dijo Alex mientras le daba la vuelta en el aire al omelette de queso en la sartén. Luis lo despidió con la mano y siguió sirviendo jugo de manzana en vasos de vidrio. Derek refunfuñó mientras se dirigía a la habitación de Joan.
Algún día él... él haría algo.
Golpeó la puerta un par de veces con los nudillos, no obtuvo respuesta. Entró con titubeos y vio la habitación vacía. Encima de la cama, arremolinada, había una manta, la manta que Luis le había puesto a Joan la noche anterior. Quizás estaba en el baño. Cruzó la habitación y golpeó la puerta, pero tampoco hubo respuesta. Rogando porque ella no lo golpeara, abrió la puerta despacio, pero tampoco estaba ahí.
— ¿Joan? —preguntó. Ella no se escondía, ¿o sí?
Una imagen de Joan saltando de su escondite para asustarlo de muerte pasó por su mente. Se quedó allí un par de segundos, esperando por si había respuesta.
Nada.
Salió a prisa de la habitación.
—No está —avisó a Alex y a Luis.
— ¿Qué? —preguntó Luis, exaltado.
Alex de pronto estaba pálido e inmóvil.
—No está —repitió Derek.
— ¡Mierda! —exclamó Luis, dejando su labor con los jugos y limpiando sus manos en un trapo cercano.
Corrió hasta la habitación de ella, pero Derek no supo para qué. Alex lo miraba atónito, congelado detrás de la barra en la cocina.
— ¿A dónde pudo haber ido? —preguntó Luis de regreso a la cocina.
—No debe estar lejos —susurró Alex, recuperando su voz.
— ¿Por qué lo dices?
—Ayer... me levanté a tomar un vaso de agua y fui a verla a su habitación. Estaba dormida. Eran casi las cinco de la madrugada.
Derek le echó un vistazo al reloj en la pared arriba de la ventana de la cocina. Ocho y treinta.
— ¿Esperan una señal? Muévanse —ordenó Luis.
Alex y Derek se sobresaltaron, jamás habían escuchado a Luis tan fuera de su tono de voz amable y siempre bien modulado. Luis salió hecho un bólido del departamento y bajó por las escaleras, luego salió a la calle para comenzar a buscarla. Alex lo siguió y, ya en la calle, tomó una dirección distinta.
Derek estaba a punto de ir tras ellos, sin embargo tomó otra decisión. Subió al elevador y apretó el botón hacia el último piso, al gimnasio de Alex. La última vez que ella se había sentido frustrada, había subido ahí para desquitarse. Derek dedujo que ella no desaparecería para ir a tomar un café, prácticamente ella odiaba a la humanidad, así que ¿por qué salir para toparse con tanta gente por la mañana? Golpeó el suelo del elevador con el pie hasta que un breve timbre le indicó que estaba en el último piso y las puertas se abrieron ante él.
Casi se quedó con la boca abierta.
El gimnasio no estaba desordenado, tampoco destruido. Pero casi todo había sido usado. Los cuchillos y las flechas ya no estaban en los estantes en donde Alex los tenía acomodados para lucirlos, estaban clavados en las dianas al fondo del lugar e, increíblemente, estaban formados.
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