Himno a la Alegría

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Hacía frío, hacía mucho frío.

El suelo estaba húmedo debajo de ella, apestaba a moho y parecía que la pegajosa humedad se empeñaba en rodear su piel hasta cubrirla por completo. Lo primero que pensó fue que estaba muerta y abandonada en su tumba, en algún lugar perdido en el bosque, sola y olvidada para siempre. Estaba convencida de eso hasta que escuchó una voz cantar su canción favorita.

Él siempre había tenido una voz dulce para cantar, pero esta vez sonaba un poco amarga, como si tuviese algo atorado en la garganta que le estorbaba.

Joan cantó en su mente.

Ven, canta. Sueña cantando, vive soñando el nuevo sol...

Y él se detuvo. No cantó más. En cambio, sorbía su nariz y gemía lamentándose.

Quizá sí estoy muerta, pensó ella.

Pero se esforzó en reconocerse a sí misma. Estaba acostada boca abajo, su rostro sobre algo suave, sus brazos a sus costados, sus piernas estiradas. El dolor en su espalda le dijo que estaba viva. Y se alegró.

Hubo veces en las que deseaba dormir y no despertar, y cuando abría los ojos al amanecer, enojada, ideaba formas para dejar de respirar por siempre. Ideas que no funcionaban, ideas que Luis había estropeado o que los guardias del Reformatorio habían arruinado. Y qué mal se sentía cada vez que le arrebataban su oportunidad de dejarlo todo atrás para siempre. Pero esta vez, cuando abrió los ojos, se sintió aliviada.

Vio a Alex sentado a su lado, con la cabeza apoyada en sus brazos y oculta entre sus rodillas. Sus hombros se levantaban y caían una y otra vez, pues estaba llorando.

—Alex —susurró ella.

Su voz, siempre fuerte y segura, era ahora un pequeño sonido, un pequeño susurro sin fuerza.

Él se detuvo por un instante y luego siguió llorando.

—Alex —intentó ella de nuevo.

Él levanto la cabeza con brusquedad y la miró a los ojos.

Joan se entristeció de inmediato. Alex tenía los ojos rojos y unas enormes ojeras negras debajo de ellos, su cabello estaba enmarañado y su piel, aun bajo la débil luz de la lámpara, estaba pálida.

—Jett —susurró él de vuelta. Ella sonrió débilmente.

Alex tomó su mano y la apretó con fuerza antes de plantarle una serie de besos. Joan supuso que de no haber estado herida de la espalda, él la habría abrazado.

—Dios, creí que... tú... creí que habías muerto —susurró limpiándose las lágrimas de las mejillas con su mano libre.

—Lo sé, pero parece que soy inmortal —dijo Joan, sonriendo un poco.

El rió por lo bajo y meneó la cabeza.

—Eres la misma Joan burlona que conocí hace tanto...

Ella rió también un poco, la primera risa en casi dos semanas. Pero aun así se sentía exhausta y sabía que en cualquier momento podría quedarse dormida.

—Alex. Mi collar, el corazón de plata, ¿dónde está?

Él puso cara de no entender.

— ¿Por qué?

—Eso es lo que Soto quiere. ¿Dónde está?

Alex palideció y apretó más su mano.

—No lo sé. La última vez que lo vi... fue la noche en que te emborrachaste. Debe estar en mi apartamento.

—Ve por él, no puede encontrarlo.

— ¿Por qué?

—No lo sé, pero supongo que no lo quiere para lucirlo en público, Alex —rezongó ella exasperada.

—Está bien, lo siento. Pero no iré por él, no voy a dejarte sola.

—Alex...

—No, quiero estar aquí contigo.

—Quiero dormir. ¿Irás en cuanto me quede dormida, verdad?

Alex de verdad admiró a Joan en ese momento, estaba tan desecha pero aun así no se rendía.

Era terca como nadie más.

—Sí. Sólo hasta que te duermas.

Ella le sonrió de vuelta e intentó reacomodarse en el suelo, siseando cuando el ardor y las punzadas en su espalda se hicieron más intensos. Alex le ayudó en lo que pudo, simplemente sosteniendo su mano.

— ¿Y si cantas algo? —preguntó ella.

Alex la miró con dulzura.

¿Por qué ella no era como esas otras chicas que se quejaban de todo? Era fuerte, inteligente, valiente y determinada. Y eso hacía que él la adorara tanto, y que él quisiera darle todo en el mundo.

Así que comenzó a cantar para ella.

—Escucha hermano la canción de la alegría, el canto alegre del que espera un nuevo día. Ven, canta; sueña cantando, vive soñando el nuevo sol en que los hombres volverán a ser hermanos.

»Si en tu camino sólo existe la tristeza y el llanto amargo de la soledad completa... ven, canta; sueña cantando, vive soñando el nuevo sol en que los hombres volverán a ser hermanos.

»Si es que no encuentras la alegría en esta tierra, búscala hermano más allá de las estrellas... ven, canta; sueña cantando, vive soñando el nuevo sol en que los hombres volverán a ser hermanos.

...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora