La Firma

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Patricia se dio un masaje en las sienes usando dos dedos de cada mano. Se repetía mentalmente que el plan que traía entre manos era más que posible, pero era increíblemente difícil llevarlo a la realidad y un poco más complicado mantenerlo todo bajo control. Sobre todo, por la reciente inclusión de Audra a su proyecto ECPOJ. 

¿Por qué todo tenía que ser tan terriblemente complicado?

Miró el desorden de papeles que tenía regado en su escritorio: expedientes de criminales con fotografías, récord delictivo y archivo de salud mental y física. La mayoría de esos expedientes le habían sido enviados a ella por petición de los propios reclusos que querían ser considerados para el proyecto y rogaban por una segunda oportunidad. Pero la mayoría de aquellos expedientes eran de simples delincuentes sin talento, personas que faltaron a la ley sin razón alguna, por diversión, sin cuidado... Novatos. Y los demás tenían graves desórdenes psicológicos que los descalificaban casi automáticamente.

Los que quedaban estaban siendo considerados seriamente para ingresar en el programa: personas con talentos y habilidades mal enfocados que hicieron lo que hicieron por una razón y no por curiosidad o diversión; que, sí, tenían desórdenes mentales, pero manejados o semi-controlados. Ellos eran los que tenían un montón de posibilidades para entrar en el proyecto.

Un nombre en especial figuraba entre los papeles. Patricia veía la fotografía archivada junto al expediente, la cual se quedaba quieta en su lugar sostenida con un clip. Miraba su número de reclusa, el uniforme beige que le habían puesto, su cabello enmarañado, la mirada molesta y sus labios torcidos en lo que a Patricia le parecía ver una pequeña sonrisa que oscilaba entre la satisfacción y la burla.

Su posible inclusión en el programa era lo que mantenía a Paty despierta en las noches intranquilas. Podía presentar más evidencia que probara que su aceptación daría un aporte positivo, podía buscar la aprobación de alguien influyente...

El golpeteo a la puerta de su oficina la hizo suspirar antes de decir:

—Adelante.

La puerta se abrió para mostrar a un cansado Alex que le sonrió débilmente.

—Noche larga, ¿eh? —comentó él.

—Demasiado... ¿Qué hora es?

—Las dos de la mañana.

Patricia cerró los ojos y se dejó caer en el respaldo de su silla, suspirando de nuevo.

—¿Qué haces aún aquí? —preguntó ella—. Hace horas que acabó tu turno.

Alex se rascó la cabeza antes de decir:

—Creo que conseguí la firma que hacía falta para empezar el trámite.

Patricia se enderezó en la silla.

—¿Estás tomándome el pelo?

Alex hizo una mueca sarcástica.

—Cuando vi que un familiar del Secretario de Atención a la Seguridad perdió la vida a manos de Javier, pensé que podíamos persuadirlo un poco para obtener su firma. Con esta son cinco, podemos iniciar el trámite, y su nombre respaldándonos será de gran ayuda.

Le extendió el folder que llevaba en la mano, ocultando en un mohín una sonrisa de oreja a oreja. Alex solo podía pensar en que estaban a punto de lograrlo.

Patricia hojeó los papeles que Alex había reunido: el análisis de los testimonios y declaraciones, el expediente médico y psicológico, lista de víctimas, expedientes de las víctimas... Y la última firma que necesitaban.

—¿Hiciste esto a mis espaldas?

Alex torció los labios.

—¿Me hubieras dejado hacerlo si no?

Patricia sonrío.

—Tal vez no. Tal vez sí. Fue arriesgado acudir a alguien con tanta autoridad por algo así... Felicidades.

—Bueno... ¿Cuándo lo enviarás para que nos den luz verde?

—Mañana... Hoy mismo... A primera hora del amanecer.

Alex sonrió de oreja a oreja. Fue una de las pocas ocasiones en que hacía tal gesto frente a Patricia y a ella le pareció adorable.

—En ese caso, jefa, iré a casa a descansar. Deberías hacer lo mismo.

Ella rió suavemente.

—No te preocupes por mí.

Alex le sonrió y dio media vuelta. Salió por la puerta, cruzó el pasillo hasta su oficina, tomó su saco de vestir y su teléfono, se abrigó y bajó por las escaleras para salir del edificio. Era demasiado tarde, pero se sentía fresco, empapado de nueva esperanza. 

Se guardó las manos en los bolsillos y comenzó a caminar hacia su departamento, el cual se sentía infinitamente vacío desde que Joan no estaba en él.

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