Venganza

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    Joan dio un tremendo portazo al llegar a su habitación. Se recargó de espaldas en la puerta y comenzó a llorar. Primero intentó evitarlo, no quería ser una llorona, pero en cuanto la primera lágrima se desbordó por su mejilla, las demás se escaparon como ladrones a la fuga. Se dejó caer al suelo y abrazó sus rodillas. No podía entenderlo, ¿por qué Alex creía que no debía matar a Soto? Era la única salida, la única venganza posible.

Él no entendía, nadie más podía entenderlo. Ella necesitaba hacerlo, necesitaba verlo desvanecerse de la faz de la Tierra, necesitaba ver sus ojos muertos y su alma destrozada para poder reconstruir la suya. Lo necesitaba. Iba a hacerlo.

Se levantó en silencio y se dejó caer en la cama, aún envuelta en sollozos. Pensó que jamás en su vida había tenido una discusión así con Alex. Pensó también en sus palabras y sintió en el estómago la necesidad de pedirle perdón. Haberle hablado así de sus padres y su orfandad fue un estúpido intento por contratacarlo, por querer tener la razón. 

En realidad, no quiso herirlo, se arrepintió de sus palabras un segundo después de que estas salieron por sus labios. Era una tonta. Estaba alejando a todo mundo, otra vez.

Pegó su rostro a la almohada y soltó un gritito, suspiró y continuó llorando.

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    Luis salió de su escondite en cuanto se convenció de que Joan ya no estaba cerca. Había escuchado todo, quizá había escuchado de más. Alex estaba parado en el centro del pasillo, tan quieto que podía haber sido un espectro. Tenía los hombros hacia abajo y la mirada fija en el suelo, como si estuviese bajo una tormenta de nieve, mirando los copos caer.

—Por alguna razón —dijo Luis— creí que contigo sería diferente.

—¿Perdón?

—Lleva años con ese plan, ideando cómo llegar al presunto culpable de su arruinada vida. Creí que, si tú le decías que esto es inútil, te escucharía. Ya veo que no.

—Bueno, creo que ambos la conocemos demasiado bien como para esperar que se rindiera.

—Dicen por ahí que la esperanza es lo último que muere.

Alex sonrió como si hubiese recordado un viejo chiste, pero su semblante se ensombreció enseguida. Miró hacia su derecha y admiró a través de la ventana los rayos del sol que se colaban entre las ramas de los árboles cercanos. No podía concebir que un paisaje tan encantador sucediera en el mismo mundo en que él vivía. 

Era irreal. Era una burla.

—No sé qué será de ella si lo hace —susurró casi para sí mismo.

Luis meneó la cabeza y se pasó la mano por el despeinado cabello. Iba a hablar, pero al ver que Alex tomaba aliento para hacer lo mismo, decidió dejarlo hablar primero.

—En días como hoy, cuando me doy cuenta de cuánto ha crecido, siento que la he perdido. No es la misma. No quiero ni imaginar qué pasará cuando ella lo liquide... La Joan de hoy vive solo para verlo muerto. ¿Qué pasará después? ¿Qué hará? Sé que es su vida, pero espero que tome la decisión correcta.

—Si algo he aprendido de ella —dijo Luis—, es que las mejores decisiones las toma en el último momento. Solo espero que esta no sea la excepción.

Alex no encontró más palabras, así que solo asintió en agradecimiento y siguió el rastro invisible que Joan había dejado. Luis intentó sonreír para hacerlo sentir mejor, pero solo logró dedicarle una extraña mueca.

En cuanto Alex desapareció por las escaleras, Luis se dejó caer al suelo y se llevó las manos al cabello, estrujándolo como si lograra algo con hacerlo. Sabía que al final sería la decisión de Joan, pero él hubiese querido llevársela a otro lugar lejos de todo lo que ella conocía. No quería perderla, no podía perderla de ninguna manera. Si Joan se ahogase en aquella muerte, entonces él la perdería por siempre. Sería como perder de nuevo a su hermana. Y eso terminaría por ahogarlo a él también.

Joan Forley: Historia de una Asesina © [JF#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora