Café

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El día anterior, después de la pequeña visita de Molly, había pasado increíblemente aburrido para Joan. No había dormido durante el día, estaba muy ocupada intentando juntar todos los datos que tenía para poder sacar una conclusión que tuviese alguna lógica, pero no podía encontrar conexiones. Se sentía estúpida, como si de nuevo fuese una niña pequeña a la que no se le decía nada porque tomaban por hecho que jamás lo entendería. Además, pensaba constantemente en Alex, ¿dónde diablos estaba? No fue hasta que la noche cayó, que Joan pudo dormir presa del incesante frío que se empeñaba en entumir cada parte de su cuerpo.

Y ahora caminaba de nuevo hacia el salón, dos hombres vestidos de traje la escoltaban. Uno llevaba uno de esos paralizadores eléctricos y el otro una caja de metal. En esos momentos de incertidumbre, incluso llegaba a extrañar su aburrida rutina en el Reformatorio B.

Al llegar al salón, se dio cuenta que no había más hombres de traje haciendo un círculo, sólo un par más que se les unieron después de que ella entrara. En el centro del salón, había una camilla parecida a la de un hospital. Miró al fondo del salón y se dio cuenta de que las sillas estaban vacías, no había nadie más que Soto, quien le dio la bienvenida.

— ¡Joan! ¿Lista para nuestra sesión de revelación? —preguntó con mucha energía. Como si a un niño le preguntaras si está listo para jugar a su juego favorito.

Joan miró hacia la oscuridad y tragó saliva.

— ¿Qué es esto? —preguntó ella con la voz más firme que pudo obtener.

—Se llama Recuerdos Forzados.

Dicho esto, el paralizador eléctrico se estrelló en el brazo derecho de la asesina y ella cayó al suelo sobre sus rodillas. Uno de los hombres le atrapó un brazo y le colocó un trapo cubriendo su nariz y boca. Asustada y confundida, siguió su instinto y aguantó la respiración lo más que pudo mientras que, con su brazo libre, arañaba y lanzaba codazos al hombre que la tenía atrapada, pero no logró mucho.

O se desmayaba por falta de oxígeno o se intoxicaba con lo que fuera que estuviese impregnando el trapo, era casi lo mismo, la tenían acorralada. Rindiéndose, tomó aire y la sustancia entró a su sistema, entumeciendo todo a su paso. Se desvaneció, todo se tornó en color negro y no hubo nada más que silencio.

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A Derek le parecía que Alex podría perder la cordura en cualquier instante. Desde el desayuno del día anterior no había comido mucho y sin embargo llevaba, por lo menos, dos litros de café espresso y varias decenas de cigarros. Luis le había comentado que Alex parecía estar desarrollando un tic en la mano derecha y Derek lo había corroborado hace un momento, cuando Alex miraba uno de los monitores en la base y su dedo pulgar se había movido como si tuviese voluntad propia. Además, las ojeras debajo de sus ojos eran demasiado oscuras. Pero prefería no hablar con él.

En vez de eso, miró a su alrededor. La base a la que Isa y Frida los habían llevado era muy parecida a cualquier centro de operaciones de una película de acción. Por fuera parecía un edificio de tres pisos abandonado, había moho en las paredes externas y algunas ventanas estaban rotas, pero por dentro era un monumento a la modernidad. Había monitores y computadoras por todos lados buscando cuentas de banco, acciones en empresas gigantes, direcciones, nombres, números, placas de auto y datos que a Derek le parecían insignificantes pero que las personas allí atesoraban con recelo.

Los sillones estaban siempre a lado de una máquina de café. El piso y el techo eran seguramente de cemento, pero estaba recubierto de metal que a su vez estaba repleto de alfombras que silenciaban los pasos de todas las personas que trabajaban allí como si fueran hormigas. No se detenían ni un segundo, a no ser que tuvieran que parar un momento para mirar en un monitor o buscar algo en uno de los computadores.

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