—Forley —escuchó un susurró y reconoció la voz.
Molly la estaba despertando nuevamente.
Joan abrió los ojos y la vio arrodillada a su lado, llevaba su traje de vestir con una bufanda color rosa.
—Escucha. Hoy te sacaremos de aquí lo más pronto que podamos. Ya casi acaba, resiste.
—De acuerdo —susurró Joan.
—Vienen por ti. Nos vemos pronto —se despidió Molly en cuanto escuchó que la puerta se abría.
Joan cerró los ojos. Esperaba que su equipo de rescate llegara rápido, ella misma no creía aguantar mucho más, su cuerpo parecía el de una muñeca de trapo y su mente vagaba en la oscuridad como si fuese arrastrada de un lado a otro por la marea. La arrastraron de nuevo por los pasillos y ella se distrajo repasando su aspecto.
Sus jeans estaban mugrientos y un poco rasgados de las rodillas, sus botas estaban gastadas de las puntas debido a su arrastre contra el suelo. Sus guantes seguían en sus manos y parecía lo único que le daba un poco de calor, su camiseta negra estaba rota en toda la espalda, de modo que simplemente colgaba de las mangas. Miró con curiosidad y un poco de vergüenza cómo su sujetador había desaparecido, siendo así la playera lo único que cubría sus pechos. El mármol reflejaba un poco de su rostro pálido y sudoroso, y de su cabello enmarañado y húmedo. Ni siquiera estando en el Reformatorio o en Prisión había lucido tan fatal. Llegaron al salón y ella terminó preguntándose qué haría allí. Ahora Soto estaba convencido de que el collar había desaparecido hace años, ¿qué más quería de ella?
Esta vez no había camilla, sólo las lámparas y los mismos cinco idiotas. Joan observó que Iván tenía un moretón en su ojo izquierdo y casi sonrió.
La recostaron con cuidado en el suelo, mientras ella era consumida por el miedo.
—Joan Forley —escuchó la voz de Soto—. Un nombre fuerte y reconocible en cualquier lugar. Si yo hubiese sido tú, habría cambiado mi nombre, así te hubieras salvado de mí todos estos años.
»Debo confesar que creí todo perdido hasta que Matthias te mencionó en una conversación. Dijo que serías una Huracán excelente... qué giros tan curiosos da la vida, ¿no crees?
Joan escuchaba atentamente, intentando darle sentido a las cosas. ¿Todos estos años?
— ¿No te has preguntado qué hace Yui aquí? En este edificio también esta Audra, ¿la recuerdas? Casi te mató hace algún tiempo, esa cicatriz en el cuello es prueba de eso.
Joan frunció el ceño, si hubiese podido levantarse o al menos hablar, le hubiera cuestionado todo eso en gritos.
—Todos esos incidentes, todas esas peleas... ¿jamás te preguntaste por qué cada vez que alguien llegaba a donde tú estabas, buscaba hacerte daño? La cicatriz en tu cintura es otra prueba, Naim también te dio una buena pelea.
Joan recordó ese día, Naim había llegado al Reformatorio casi al mismo tiempo que ella y de inmediato buscó problemas. Le había cortado en su cintura con una piedra, antes de que Joan la mandara al hospital.
—Todas esas peleas eran para hacerte el suficiente daño como para que te llevaran a un hospital público, así podríamos secuestrarte y pedirte esta información. Pero jamás te dejaron sin supervisión. Cuando escapaste del Reformatorio, creímos que sería más fácil pero nunca te encontramos. Por cierto... lindo corte —dijo en tono aburrido.
¿Pedir? ¡Ellos la estaban torturando por información!
Y más preguntas se comenzaron a formar en la cabeza de Joan, ¿por qué no la habían llevado a un hospital público? O ¿para qué interesarse tanto en curarla? Ella había visto cómo otras reclusas morían enfermas o mal heridas, ¿por qué ella no?