Forley

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El atardecer estaba cayendo sobre la ciudad y le otorgaba a todos en la fiesta de bienvenida para Joan un matiz anaranjado que resaltaba sus facciones más favorables.

Joan llevaba varios minutos observando a Isa recoger los platos sucios y llevarlos a la cocina, donde Audra estaba lavándolos. Cuando Forley acabó de medir el tiempo aproximado que Isa se tomaba para recoger los platos y charlar un poco con alguien, esperó el momento indicado. En cuanto Isa salió de la cocina entre risas, Joan se levantó del regazo de Alex con la excusa de que necesitaba ir al baño.

—Al lado de las escaleras —le indicó él.

Ella sonrió automáticamente.

Al entrar por la puerta, escuchó a Audra decir:

—Espera, apenas estoy comenzando con los últimos que trajiste, Is.

Joan no hizo ruido alguno, por lo que Audra se giró extrañada. Le palideció el rostro al ver a Joan ahí parada en todo su esplendor: ojos amenazantes y postura elegante.

—¿Qué demonios haces tú aquí? —preguntó Joan.

—Forley...

Y silencio. Joan tomó un trinche de los que Derek había usado para picar la carne, y le dio una, dos, tres vueltas entre los dedos.

—Estoy esperando —espetó.

Audra tragó saliva antes de decir con voz temblorosa:

—Patricia me reclutó en ECPOJ hace poco más de un año.

—Y supongo que crees que eso te da derecho para sentirte cómoda en mi presencia, ¿no?

Para Joan, hablar así era prácticamente liberador. Se había abstenido de muchas cosas en el Reclusorio solo para obtener una carta de buena conducta, y eso incluía no hablar amenazadoramente con nadie. Bueno, solo con Cris, con quien, cada vez que se dignaban a hablar entre ellas, terminaban amenazándose la una a la otra.

—No, ser la novia de Isa, sí.

Joan se quedó pasmada.

—Después de lo que le hiciste a Molly... ¿Isa está contigo?

—Yo no le hice nada a Molly. Ella incluso me agradaba.

—Estuviste allí cuando murió, ¿no? Estabas siempre pegada a Soto.

—Sí, estuve ahí, pero yo no la maté.

—Tampoco la ayudaste.

—Solo seguía órdenes, Isabel lo sabe.

Joan soltó un bufido, indignada, confundida, pensativa y con un ligero sentimiento de traición surgiendo en su pecho.

—No puedo imaginar qué dijo Patricia sobre esto... —musitó Joan.

Audra dio un brinquito, derramando jabón en el suelo.

—No sabe, nadie sabe. No puedes decirle a nadie.

Joan entrecerró los ojos.

—Hablaré con Isa otro día. Y tú escúchame —espetó antes de acercarse rápidamente a Audra con el trinche en la mano derecha, puntas dirigidas al cuello de la castaña—, si te atreves a hacerle daño a Isa, lo sabré, y entonces ajustaremos cuentas tú y yo. Tan solo una lágrima que derrame por tu culpa y será suficiente. ¿Entiendes? Ya sufrió demasiado.

Audra sonrió con sarcasmo.

—¿Qué? ¿Te convertiste en un ángel guardián, Forley?

Joan gruñó por lo bajo, decir que estaba molesta sería poco.

—Pregunté si me entendiste —espetó, apretando las puntas del trinche contra la piel de Audra.

—Sí... Entendí.

—Bien.

Joan se alejó de ella y dejó el trinche en donde lo había encontrado. Respiró hondo para relajar la mirada y salió tranquilamente hacia el jardín, donde todos seguían charlando y bebiendo.

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