Para cuando llamaron a su puerta, ella ya estaba despierta.
No pudo dormir en toda la noche, solo pensaba en cómo sería todo cuando se encontrara frente a frente con la bestia de sus pesadillas. No sería fácil, eso podía adivinarlo. Pero ¿sabría qué hacer? Tantos años planeando cómo llegar a su venganza y no había planeado el cómo vengarse.
«La muerte no es un castigo», no podía sacar las palabras de Paty de su mente.
—¿Lista? —le preguntó Luis en cuanto ella abrió la puerta.
—Tanto como es posible —respondió.
A un lado de la puerta estaba la mochila que Paty le había entregado, al igual que a todo el equipo. La había llenado con un par de camisetas de tela, las dos pesadas prendas que Luis le había regalado, ropa interior, su tienda de acampar y un pequeño paquete de higiene personal que comprendía un desodorante, pasta y cepillo dental. Se colgó la mochila al hombro y salió de su habitación. Siguió a Luis escaleras arriba, hasta que llegaron a la sala de cómputo.
Todos iban de aquí para allá, preparándose e intentando librarse de los nervios. Los que se quedaban en la base a supervisar desde un punto seguro el avance de la misión, encendían computadoras y preparaban los pequeños micrófonos que llevaría el equipo de Joan.
La asesina iba vestida casi igual que todos: botas de campismo, pantalones de denim color beige y una camiseta color negro. Claro que la camiseta de Joan era una de las creaciones de Luis, de tela, sin mangas con el reloj de arena en la espalda.
—Cinco minutos para partir —anunció Paty—. Los del equipo técnico solo harán la mitad del viaje. Una vez que lleguen a las ruinas, Isabel mandará la señal para que los refuerzos comiencen a ir hasta ustedes. Buena suerte.
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Al principio, toda la expedición comenzó con mucha energía y bromas por parte de los chicos y alguna que otra por parte de Isa o Molly, pero ahora el único sonido que los acompañaba era la rítmica de sus pies que caminaban a un mismo compás.
Joan, quien iba casi al frente junto con Luis, Tom, Isa y Molly, se detuvo y se recargó en un árbol para aliviar la comezón en su tobillo.
—No sé cómo soportan esto —comentó rascando su piel, debajo del aparato de rastreo que Paty le había puesto justo antes de partir.
—Costumbre —dijo Isa encogiéndose de hombros y siguió avanzando.
—Es horrible —refunfuñó la asesina y continuó el trayecto.
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Mientras Tom acomodaba, con ayuda de una rama, la leña que ardía en la fogata, se reprendió a sí mismo por estar haciendo aquello. El sol había caído apenas por detrás de los árboles al horizonte, a esa hora, él debería estar sentado en su mullido sofá, acompañado por un té de limón mientras leía una novela cualquiera; pero no, estaba congelándose sobre una piedra, lidiando con el gruñido de su estómago y tratando de ignorar los brillantes ojos de las ratas de campo que se asomaban curiosas desde los arbustos a su alrededor.
Cuando se ofreció para ayudar a atrapar a Soto, jamás se imaginó que terminaría en medio del campo con la mitad de un sándwich en su estómago. Pero quería ayudar a Luis, así que supuso que todo valdría la pena en un par de días, cuando estuviese refugiado en su departamento sin tener que pretender que el frío no le hacía temblar como loco.
Sintió una mano reposarse en su hombro y no tuvo que voltear para saber que era Luis.
—Te he conseguido otro sándwich —le dijo este sentándose a su lado.