Isa escuchó los pasos de Molly incluso antes de que ella entrara a la habitación. Comenzó a contar en retroceso desde el diez, le dio un sorbo a su té, tecleó algunos comandos en la computadora y, cuando llegó a cero, Molly apareció en la puerta diciendo:
—Odio trabajar de infiltrada.
Isa sonrió.
—Bueno —dijo—, es una lástima. Ese traje te queda estupendo.
Molly atravesó la puerta, se zafó los tacones, los dejó arrumbados a lado de un bote de basura y caminó descalza hasta llegar a un lado de Isa, donde se dejó caer sobre una silla reclinable. Subió los pies a la mesa, movió los deditos para relajarlos y suspiró. Isa levantó una ceja y le dio otro sorbito a su té.
—Hoy me reuní con los amigos de Forley —dijo, midiendo las reacciones de Molly.
Isa sabía lo mucho que Molly los detestaba. La observó entrecerrar los ojos, pensando qué decir. Molly era alta y menuda, de cabello castaño y fino que destellaba a la luz del sol. Con sus ojos grises resaltando contra su piel bronceada, Molly poseía una belleza extravagante que Isa conocía de sobra.
—Oh, te refieres a los rufianes que se la llevaron.
Isa torció los labios en lo que pretendía ser una sonrisa.
—No. Los otros rufianes. Los rufianes con los que ella huyó.
—Ah, claro, esos rufianes. Tenemos que hacer una lista de todos los rufianes que están presentes en la vida de Forley, esto se está volviendo difícil.
—Lo sé, ya lo he agendado. Será un trabajo arduo.
Molly rió y bajó los pies de la mesa.
—Y dime, Is. ¿Nosotras estamos en esa lista?
Isa se tensó y fingió darle otro sorbo a su té, pero sólo lo saboreó y lo dejó de nuevo en la taza. Cerró los ojos y suspiró, pretendiendo no sentirse nerviosa.
Molly también la observó formular su respuesta y paseó sus ojos sobre el montón de anillos que Isa portaba en los dedos, repiqueteando contra la cerámica de su taza de té.
—No. Al menos yo no, ya no —respondió Isa—. Tú sí. Tú incluso tienes el primer puesto.
Molly frunció el ceño.
— ¿Por qué?
—Porque tú estás clasificada como el peor tipo de rufián.
Molly sonrió disimuladamente, le gustaba esa palabra.
— ¿Y cuál es ese?
—El tipo de rufián que es tan estúpido que quiere robarse a la princesa de su hogar, no del calabozo.
Fue Molly quien se tensó en ese momento. Isa cerró los ojos, casi arrepintiéndose de lo que acababa de decir. Pero Molly tenía que saber que ella se daba cuenta. Por lo que a Isabel le pareció una eternidad, sólo el ligero zumbido de las computadoras pudo escucharse, hasta que Molly rompió el silencio:
—El tipo de rufián que eras tú hace un par de años.
Isa sonrió con tristeza.
—Yo la olvidé, Mol.
—Te diste por vencida, Is.
—No. Decidí mirar un cielo más brillante.
Molly se cruzó de brazos y volvió a subir los pies en la mesa, esta vez casi tirando al suelo la taza que Isa había dejado casi en la orilla.
— ¿Cuál? ¿El de la resignación?
—No —rió Isa—. El de alguien más noble. El tuyo, Molly. Joan es explosiva, actúa sola y dispara antes de pensar en bajar el arma. Tú eres lo contrario, por eso Patricia te dio aquel trabajo en el Reformatorio. Por eso tú tenías que ser la rival de Joan mientras estaba encerrada, tenías que mantener su llama encendida sin dejar que se incendiara. Y lo hiciste.
—Y me odia.
—No, no te odia... mucho.
Molly bufó.
—Isa, si yo fuese una persona noble, ni siquiera te hubiese conocido.
—De acuerdo, tenemos que trabajar en nuestra definición de nobleza. ¿A qué te refieres?
—Bueno, estoy segura que «atacar a tu pareja» no está en la definición de nobleza.
Isa suspiró audiblemente, tanto que pareció un rugido.
—Hay una diferencia enorme entre «atacar» y «defenderse de».
—Da lo mismo. Aquí estoy.
—Sí, aquí estás, siendo está increíble persona que me tiene al filo de la silla... figurativamente —dijo ella, arrellanándose más en su asiento.
Molly levantó una ceja.
— ¿Acaso esto fue una declaración de amor?
Isa sonrió.
—Si así fuera, ¿qué me dirías?
—No sé.
—Entonces, no sé qué ha sido.
Molly rió.
—Escucha. No sé qué estoy haciendo. La veo y sólo quiero que sea feliz, necesita ser feliz, pero no me cabe en la cabeza que esa felicidad esté lejos de mí. Me cuesta aceptar que no esté conmigo.
Isa meneó la cabeza.
—Está contigo. Lo que no puedes aceptar es que solo sea una amiga y no tu pareja. Va a estar contigo, no importa qué; y deberías agradecer eso en lugar de quejarte porque ella no siente mariposas en el estómago cuando te ve. Carajo, ¿me has escuchado? Debería escuchar mis propios consejos.
—Decirlo es más fácil que hacerlo.
Isa tomó su taza de té y la alzó en el aire para brindar por ello, luego le dio un sorbito y suspiró.
—Ella tiene a Alex —suspiró Molly—, y yo...
—Tú me tienes a mí —sonrió Isa.
—Puede que... —comenzaba a decir Molly, con la intención de tomar la mano de Isa, pero Frida entró a la sala:
—Patricia quiere verlas a ambas —dijo mientras hojeaba una carpeta en sus brazos.
Molly e Isa intercambiaron una mirada molesta y se encogieron de hombros.
Isa se levantó arrastrando su silla hacia atrás, tomó otro sorbo de su té y se encaminó hacia la salida.
—Espera —dijo Molly. Isa se detuvo, Frida las miró— ¿Podrías darnos un minuto?
Frida sonrió, dio media vuelta y se marchó.
— ¿Qué...? —estaba preguntando Isa, pero Molly se adelantó hacia ella y le plantó un suave beso en los labios.
—Puede que —dijo.
—Puede que —sonrió Isa.
