Hasta Pronto

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El anochecer solamente mostraba las vagas siluetas, así que encendió la luz. 

Casi no pudo creer lo que veían sus ojos. Ahí, sobre la vieja cama, estaba el bolso favorito de su madre, aquel casual color gris que usaba siempre que iban al parque. A un lado estaban ordenados los viejos relojes de su padre, relojes de bolsillo a los que Marco les daba cuerda cada noche.

—El tiempo avanza aún sin nosotros, debes mantenerte a su paso —le decía él siempre que Joan lo veía darles cuerda a aquellos artefactos.

Ella recordó esas palabras de golpe, como si al ver los relojes algo hubiese surgido de su interior.

Y qué acertado era su padre, el tiempo corría, estuvieses allí o no.

El tiempo corrió sin ellos.

Con cada objeto que miraba, recordaba un pequeño momento vivido, que ni siquiera sabía que seguía enterrado en su memoria. Fijó la vista, con nostalgia, sobre el bolso de su madre.

—Es una bolsa mágica, en ella cabe todo lo que quieras guardar —le dijo su mamá con una sonrisa cómplice mientras guardaba una vieja muñeca de trapo en el interior.

La asesina recordó, con una ligera sonrisa en los labios, que su madre solía guardar de todo en aquella bolsa gris y, a pesar de que aumentaba cada vez más su volumen, no parecía llenarse jamás.

Caminó por la habitación, rozando con la punta de sus dedos los objetos cercanos. Deslizó su palma por la polvorienta superficie de la vieja vitrina, que aún guardaba algunas copas y uno que otro recuerdo de alguna fiesta. Se alegró al no ver el sofá, ni los almohadones ensangrentados. Llegó a su pequeño y viejo tocador, en donde estaba el joyero de su madre y la colección de libros de su padre.

Antes que otra cosa, se miró al espejo. Se sorprendió al recibir el impacto del momento. Siempre que se miraba en ese espejo llevaba el cabello largo y peinado de una forma tremendamente femenina y casi elegante, su mamá se empeñaba en convertirla en una pequeña versión de sí misma. Antes tenía unas ligeras líneas que se marcaban en las comisuras de su boca cada vez que hacía algún gesto, líneas de expresión, líneas de felicidad. Sus adorables vestidos de colores resaltaban también en el espejo.

Pero ahora su cabello no era largo, ni elegante y apenas era femenino. Las líneas de expresión que tenía en el rostro estaban en su frente, por fruncir el ceño, y en sus ojos, por entrecerrarlos tanto. El alegre color de sus vestidos ahora era sustituido por el oscuro de su camiseta.

Definitivamente no quedaba ni rastro de la pequeña Joan.

Distraída, rozó con la yema de su dedo índice la fina superficie del joyero de su madre.

—Un día tú también tendrás uno y estará lleno de brillo —le había dicho Lilian con su voz suave, luego de que Joan preguntara por qué ella no poseía joyas.

Abrió la tapa superior y el resplandor le dio la bienvenida.

—No quisimos repartir las joyas... —comentó Fátima con aire distraído, apoyada en el marco de la puerta, observando en todo momento a Joan.

La asesina solo asintió. Revisó cada uno de los recovecos del fino joyero. Encontró aretes, pulseras, collares, gargantillas, anillos y pasadores para el cabello. Todo al dulce estilo de su madre. Lo cerró y pasó a la pila de libros.

Su papá leía de todo, desde libros científicos y ensayos filosóficos hasta literatura romántica o policíaca. Tomó un libro en sus dos manos, lo abrió por la mitad y lo olfateó. Ahora olía a humedad y polvo, pero podía jurar que la loción de Marco seguía impregnada en las páginas. Así que olfateó una vez más, deseando revivir el aroma que la rodeaba cada vez que él la abrazaba.

Joan Forley: Historia de una Asesina © [JF#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora