Sé Mejor

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    Pasó desapercibido por todos los demás en la habitación, pero Alex pudo notar el brillo en los ojos de Joan en cuanto Patricia dio los detalles del escondite de Soto. Y notó también que no era un simple brillo en los ojos, era mucho más afilado, más letal. Meneó la cabeza con disimulo y pensó en lo mucho que Joan deseaba su venganza.

En cuanto Patricia dejó la habitación, los instructores decidieron que no era necesario que se quedaran todos, solo los que quisieran aprender nuevas técnicas. Así que Joan fue de las primeras en salir de ahí y Alex la siguió unos pasos detrás.

—Joan —la llamó él en cuanto notó que ella estaba demasiado distraída como para notar su presencia.

Ella siguió su camino.

—¡Joan! —llamó de nuevo. Ella se detuvo a medio paso y dio media vuelta para interrogarlo con la mirada.

Alex se quedó mudo. La luz blanca del pasillo en el que estaban le alumbraba el cabello y resaltaba el negro azabache de este. El brillo letal de sus ojos parecía más intenso.

—Tienes que detenerte —dijo él.

Joan levantó una ceja.

—¿Detenerme? No me estoy moviendo, Alex.

—No me refiero a eso. Tienes que detener tu plan.

—¿Qué?

—Tienes que buscar otra forma de vengarte.

Alex vio la expresión de ella cambiar con lentitud. Pasó de la confusión al enojo del mismo modo que una leona se acomoda para atacar.

—¿Qué podrías saber tú, Alex? A ti nadie te arrebató a tus padres, ellos te dejaron.

Alex sintió un hueco en el estómago como si alguien le hubiese dado un puñetazo. El suelo se movió un poco bajo sus pies y la luz le pareció demasiada. Jamás nadie le había dicho algo así porque jamás nadie había sabido eso de su vida. Solo Joan sabía por qué era huérfano, mas ella nunca supo exactamente cómo había sucedido.

Se dijo que ella estaba molesta, cegada por la ira y la rabia lenta de la venganza. Se dijo que en realidad no había querido lastimarlo y lo comprobó un segundo después cuando ella bajó la mirada y meneó la cabeza como regañándose a sí misma.

—Sí, Joan, ellos me dejaron. No sé si es igual o peor que lo que a ti te hicieron, pero sé que siempre he querido ser mejor que ellos. Y tú, bueno, tú misma te consideras una escoria.

Joan se quedó quieta como una estatua; Alex era la única persona que podía hablarle con tanta dureza sin miedo de recibir una mirada asesina como la que le estaba dedicando en ese momento.

—¿Mejor que ellos? —rio ella—. Eres un asesino igual que yo, Alexander.

—Tal vez dejé que tus enfermas razones cambiaran mi juicio.

Joan entrecerró los ojos.

—Yo jamás quise eso, Joan. Yo quería otra vida y otros motivos, pero me tocó vivir esto.

—Alex, escucha...

—No, escucha tú —la interrumpió con una mano en alto—. Mi padre fumaba todos los días y todas las noches. A veces eran cigarros, a veces eran porros; y cuando se perdía en el alcohol que siempre tenía lugar en su mano derecha, yo corría a esconderme en un armario. Justo cuando cerraba la puerta, escuchaba el vaso romperse contra el suelo. Cerraba los ojos aterrado y minutos después podía escuchar los gritos de mi madre, pidiendo ayuda con desesperación.

»Algunas veces intenté ayudarla, pero yo era muy pequeño y terminaba inconsciente tras recibir el primer puñetazo a la cara. Mi madre sonreía para tranquilizarme cuando él salía de la casa gritando maldiciones, me decía que todo iba a estar bien... Yo creo que lo decía para sí misma, se estaba mintiendo para no sentir el dolor.

»Un día se dejó de mentir. Me dijo llorando que todos íbamos a morir por culpa de mi papá. Después de ese día ella comenzó a tomar demasiado y a dormir todo el tiempo. Yo tenía que arreglármelas para comer, así que buscaba en las sobras del refrigerador o en la basura de los vecinos.

»Una noche en especial, mi padre... Él parecía un lunático. Nos golpeó a ambos con su cinturón de cuero una y otra vez en los brazos, las piernas y la cara. A mamá la golpeó en la espalda hasta que ella no se levantó más. Para cuando terminó, había sangre en todos lados. Mamá se levantó en cuanto él se fue, hizo una llamada, me puso un abrigo y me llevó a la ciudad casi arrastrándome. Llegamos a un edificio gris de puertas enormes, llamó a la puerta, esperó a que se encendieran las luces y dijo: Alexander, sé bueno. Sé mejor.

»Me miró como se mira a una piedra en el camino justo antes de patearla y se fue. La puerta se abrió enseguida y dos mujeres me recibieron. Me dijeron que ellas me cuidarían. Y lo hicieron, me cuidaron mejor que mis padres, aunque jamás fue suficiente. Las últimas palabras de mi madre me daban vueltas a diario en la cabeza.

»¿Sabes por qué dejé el orfanato? Querían castigarme por defender a un niño de un bravucón. Lo defendí y herí a su agresor porque pensé que no era justo. Mi padre había herido inocentes, ¿por qué no me dejaban a mí defenderlos? Ellas no sabían nada, se creían tan grandes y maduras que no escuchaban las ideas de un niño. Así que hui y comencé a vivir en la calle, robando para vivir, trabajando cuando podía, y aprendí a defenderme para poder defender a otros.

»Y luego llegaste tú: una niñita llorona debajo de un árbol. Me quedé contigo porque eras una inocente a la que habían herido, pero pronto dejaste de serlo. Aquellas noches que hablabas de ellos y de cómo soñabas encontrarlos para hacerlos sufrir... No eres una inocente, ya no eres la víctima. Te has convertido en todo lo que odiabas de ellos. Forley, te convertiste en la muerte que querías vengar al igual que lo hice yo cuando nos separaron.

»Es curioso, nos convertimos en los monstruos que nos hacían llorar. Y por eso te lo pregunto, ¿crees que tus padres lo hubiesen querido? ¿Crees que se sentirían orgullosos del rastro de sangre que hay detrás de ti?

—Para.

—¿Crees que matarlo es un castigo, Joan?

—Basta.

—No. El momento en que lo mates Joan, estarás muerta. No habrá nada después de eso.

—Cállate.

—Escucha. No te digo que no merece sufrir. Él es una persona abominable. Pero, ¿crees que el que él deje de respirar hará que tú puedas hacerlo en paz?

—¿Es que no lo entiendes? No puedo, Alex. No puedo respirar, la rabia me consume noche y día al pensar que él vive feliz mientras mis padres siguen muertos como lo seguirán por toda la eternidad.

—Joan, esto no es un trueque. Matarlo no te devolverá nada. Tus padres seguirán tan muertos como el primer día. Deja de castigarte a ti misma, deja de decirte que es tu culpa y que puedes enmendarlo. Lo único que puedes hacer es encararlo y darte cuenta de que no ha valido todo este sufrimiento.

—No lo entiendes. Tengo que hacerlo —sentenció ella antes de dar media vuelta y encaminarse lejos de allí.

Alex frunció el ceño.

—Cuando le quites la vida —comenzó. Joan se detuvo—. Estaré allí para recoger la tuya del suelo.

Joan se mordió la lengua y apretó los ojos antes de seguir su camino y desaparecer por las escaleras.

...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora