Cuando abro los ojos, lo primero que veo es la luz del amanecer escurriéndose entre las cortinas azules de la habitación. Bostezo y estiro mis brazos y piernas lo más posible hasta que me duelen los músculos, luego relajo el cuerpo y quedo extendida por completo sobre las sábanas blancas. Cierro los ojos y suspiro. Qué sueño tan reparador. De nuevo abro los ojos y giro para poder ver el reloj a mi derecha, sobre la mesita de noche: veinte minutos después de las siete, hora de partir. Me arrastro fuera de la cama y me dirijo rápidamente al baño, abro las llaves de la tina, tiro unos cuantos jabones en ella, un par de esencias y un champú. En realidad no sé lo que hago, pero la espuma aparece pronto en el agua caliente, así que me doy por servida.
Mientras espero a que mi baño esté listo, me desenredo el cabello con los dedos, sonriendo cuando las puntas cosquillean ahí en la cintura desnuda. Pasa un buen rato hasta que tengo que cerrar las llaves de la tina para evitar una inundación. Dormí estando completamente desnuda, queriendo tener sólo las suaves sábanas blancas a mi alrededor sin sentir la rasposidad de mi ropa vieja; así que me meto en la tina sin más retrasos. Al principio, el agua caliente me escoce la piel seca, pero pronto la sensación desaparece.
Tomo un bocado de aire, cierro ojos y boca, y me sumerjo en el agua. Mis oídos se bloquean y no escucho más que el latir de mi corazón. Me quedo así, sin ruido, sin preocupaciones, sin nada más que dulce tranquilidad. Mis pulmones comienzan a quejarse y no les hago caso. Me siento en la nada, nada... nada. Mi torso se levanta en un vano intento de persuadirme a respirar. Mis pulmones arden.
Pienso que sería fácil, ¿no? Podría reunir suficiente valor y respirar bajo el agua. Podría hacerlo. Quisiera hacerlo. Abro los ojos, ignoro el ardor que el jabón me causa y sólo miro: mis pies, mis piernas, mi torso, mis pechos, mis manos... toda yo flotando flácida bajo el agua. Miro mi piel. Mi cascarón dañado, siempre guardando. ¿Guardando, qué? ¿Tengo alma? ¿Tengo espíritu? ¿Una esencia? ¿Humo negro con aroma a mirra? ¿Algo? Y ese algo, ¿alguien lo quiere? Si decidiera respirar bajo el agua, ¿alguien recordaría este cascarón? ¿Alguien se esforzaría por recoger en pedazos mi alma? Y, si no, ¿para qué quiero respirar bajo el agua? ¿Por qué querría desaparecer sin dejar huella? Porque, vivimos para dejar huellas, ¿no? Vivimos para tocar vidas, cambiar el curso del tiempo, gritarle al viento, llorarle a la luna... ¿no? Y yo no he servido más que para llorarle a la luna y gritarle al viento. ¿Ellos me recordarían? ¿Le dirían a alguien que alguna vez un cascarón como el mío existió? Mis pulmones arden, los siento a punto de estallar. Miro mis manos bajo el agua una vez más, cierro los ojos y me impulso hacia arriba para tomar aire enloquecidamente.
El cabello se me ha pegado a la cara, mi pecho sube y baja frenéticamente mientras intento recuperarme. Suspiro audiblemente y, sabiendo que me queda poco tiempo, comienzo a lavarme en serio.
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Me alegra que, de alguna manera, siempre me las arreglo para salir de los hoteles de la misma manera en la que entré: sin ser vista.
Odio andar por ahí de día, pero es temprano, así que no hay demasiadas personas caminando por las calles. Paso a un lado de una cafetería, donde un montón de compradores se amontonan en orden para recibir su pedido. Miro sus atuendos tan impecables y, como acto reflejo, miro mis jeans desgastados, la vieja mochila que llevo en la mano porque se le han roto los tirantes, mis tenis sucios y la camiseta raída. Ni siquiera me detengo a pensar en cómo se ve mi cabello, sé que es un desastre. Sigo caminando, pensando que necesito ropa nueva, es tiempo de que me ocupe un poco de mí, ¿no?
Como caído del cielo, veo el momento en que una familia sale apresurada de su casa, se meten a su auto y desaparecen a la vuelta de la esquina. Hubiera sido común de no ser porque había una chica que, según yo, tenía mi misma complexión. Y sí, su casa se ha convertido en mi propia tienda departamental. Pienso que es peligroso robar durante el día, pero no quiero esperar a la noche. Aminoro mi marcha cuando paso frente a la puerta de la casa y le echo un vistazo a la cerradura. Sigo mi camino y deslizo mi mano por las enredaderas que cubren la pared, tomo algunas lianas y les doy tirones rápidamente, comprobando su resistencia. Una de ellas se rompió, pero las demás no cedieron.