Molly vigilaba que el pitido que indicaba los latidos de Joan no decayera en ningún momento. Había pasado una semana desde el rescate y la asesina había sido profundamente sedada por el equipo médico, quienes habían pasado un par de horas curando la herida, desinfectándola y cosiéndola para cerrarla.
Joan estaba acostada boca abajo con el torso sobre un almohadón gigante y la espalda completamente descubierta, ya que los docto- res habían recomendado que su herida fuese ventilada lo suficiente para garantizar su pronta recuperación. Molly pensó que se veía mucho mejor: el oxígeno se había retirado de su nariz y solamente la aguja que le traspasaba suero para mantenerla estable seguía clavada en su mano derecha. La chica miraba con curiosidad las enormes cicatrices rosadas que Joan tenía en los nudillos. Parecía como si se hubiese arrancado una capa de piel de toda esa zona. ¿Qué le había pasado? Además, tenía dos mordidas en el cuello, una a cada lado, y Molly pensó que eso era ya demasiado.
La puerta se abrió y la sacó de sus pensamientos.
—Buenas tardes, Molly.
La chica se levantó del pequeño sillón y saludó cortésmente a Paty con un asentimiento de cabeza.
La señora llevaba unos jeans casuales, una blusa blanca, zapatos de tacón y un saco color negro; el castaño cabello recogido en una trenza que llegaba elegantemente a sus hombros. Su rostro era de pura preocupación. Las líneas que rodeaban sus ojos y su boca se torcían en una mueca de tristeza. Retorcía un poco sus manos a la altura del pecho y jugueteaba con el listón negro en su muñeca, estaba nerviosa.
—¿Cómo está?
—Mejorando —respondió Molly con un suspiro.
—Todo esto es mi culpa —comenzó a decir Paty con la mano derecha cubriendo un poco sus ojos—. Si le hubiese dicho, si al menos le hubiera advertido...
—Ella escapó justo antes de que se lo dijeras, no fue culpa de nadie.
—Sabía que debía ponerle un rastreador...
—Si se lo hubieras puesto, ella hubiera encontrado la forma de quitárselo.
—Puede que tengas razón —comentó Paty y se quedó observando con detenimiento y horror la enorme herida que abarcaba toda la espalda de la asesina.
Paty recordó el informe que le habían hecho llegar hacía unos días, después de que Joan fuese atendida: había perdido muchísima sangre, tenía la presión arterial demasiado baja y, prácticamente, hubiera muerto unos minutos después de no haber sido rescatada.
—¿Cuándo despierta? —preguntó Paty.
—Hoy, se supone. Le han quitado la anestesia hace un momento.
La puerta se abrió despacio, dejando entrar a una sigilosa Isa.
—Oh, vaya. ¿Qué hacen? ¿Un complot? —preguntó al darse cuenta de que no estaba sola en la habitación.
Molly le sonrió, casi cómplice.
—No, pero qué bueno que llegas —dijo Paty.
Isa se sentó en el suelo, al lado del sofá de Molly y le puso atención a la señora.
—¿Qué quería Soto, Molly?
—El collar de Forley.
— ¿El corazón de plata? —intervino Isa, jugueteando con el borde de su manga.
—Sí. Allí está el código.
—¿Por qué él no fue a buscarlo? —preguntó Paty.
—Forley le dijo que lo había perdido hace años.